“Son tantas las agresiones que hemos sufrido todos estos años que ya no queremos salir de nuestro departamento. La razón es que no sabemos lo que nos puede pasar estando afuera. En este país pueden atacarte sin parar por tu orientación sexual sin que los agresores sufran consecuencia alguna. Es agotador”.
Quien hace esta dramática confesión es Daniel Silva, un diseñador gráfico venezolano de 34 años que reside en el municipio de Sucre, ubicado en el distrito metropolitano de Caracas. Silva habla con Infobae vía Zoom desde el hogar que comparte con su pareja de hace casi una década, René Ferrer, quien también participa de la llamada.
Ambos han denunciado en incontables oportunidades y ante múltiples autoridades el acoso, las amenazas y los ataques físicos y verbales que han sufrido por parte de sus vecinos en los últimos años, pero la falta de resultados los ha llevado a querer hablar con la prensa para dar cuenta del calvario que deben soportar a diario simplemente por vivir fuera del closet en uno de los países latinoamericanos más hostiles para el colectivo LGBT.
Y es que a diferencia de la mayoría de los gobiernos que llegaron al poder entre finales del siglo XX y el comienzo del siglo XXI enarbolando la bandera del progresismo, el régimen chavista le ha dado la espalda a cualquier avance en materia de legislación de derechos a la población LGBT, bloqueando debatir en la Asamblea Legislativa el matrimonio igualitario incluso luego que la administración de centro-derecha de Sebastián Piñera lo impulsara en Chile.
Los ataques contra Daniel y René son emblemáticos de un país donde cuestiones como la ley de identidad de género o la adopción homoparental son quimeras que no podrían estar más lejanas de la agenda del gobierno, y los miembros de la comunidad LGBT reclaman protecciones básicas vinculadas a su superviviencia.
“Las agresiones en la urbanización en la que vivo empezaron desde hace muchos años, desde antes de conocer a René. Recuerdo estar caminando con mi primer novio y que nos golpearan a ambos simplemente por ser homosexuales”, cuenta Daniel.
Sin embargo, ese patrón de violencia en contra suya no se detendría jamás y atacarlo a él y a su novio se convertiría, en palabras suyas, en el “deporte favorito” de sus vecinos.
“Una vez que René se mudó conmigo, comenzamos a ser el blanco de microagresiones por parte de nuestros vecinos de edificio. No nos prestaban el salón de fiestas o nos ignoraban si pedíamos un arreglo. Pero al poco tiempo, las agresiones comenzaron a ser mucho más reales, con comentarios homofóbicos en el grupo de Whatsapp del edificio o insultos en el vidrio del auto de René llamándolo maricón”.
Pasar de los insultos a las amenazas y a las agresiones físicas, explica Daniel, fue cuestión de semanas.
“Un día fui a la panadería y cuando regresé a mi casa, habían escrito arriba de mi puerta Maricones, los vamos a matar. Muerto de miedo, le saco una foto con mi celular y mando la imagen al grupo de Whatsapp del edificio pidiendo explicaciones, pero nadie respondió. Al rato, alguien manda al grupo un video de Agustín Laje sobre la relación entre los homosexuales y la pedofilia. Ahí tenía mi respuesta”.
A partir de ese día las amenazas de muerte en su puerta comenzaron a ser algo habitual, al igual que los ataques. Desde descubrir que el auto de René y la puerta de su casa había sido orinada, hasta ser increpados por parte del conserje del edificio, quien un día le dijo que como era un “maricón” no tenía derecho a opinar y que lo mejor que podía hacer era quedarse en su casa.
Para intentar descubrir quiénes estaban detrás de los agresiones, recurrieron a la junta del condominio para pedir las grabaciones de las cámaras de seguridad, pero sus miembros se negaron a entregar el material argumentando que el material ya se había borrado.
“Nosotros siempre llevamos una vida tranquila, sin molestar a nadie, no entendíamos por qué nos hacían esto”, explica Daniel. “Pero cuando empezaron las amenazas y agresiones nos asustamos de verdad, y al comprobar que no había voluntad en el edificio de hacer algo para frenar esta situación, nos dimos cuenta que era hora de llevar nuestro caso a las autoridades”.
Daniel muestra a Infobae la infinidad de papeles que ha tenido que firmar en dependencias estatales dando cuenta de la situación de acoso homofóbico que la pareja ha sufrido, pero enseguida aclara que las gestiones no han servido para otra cosa que no sea evidenciar la desprotección de las personas LGBT en Venezuela a través de situaciones dignas de Kafka.
“Cuando fuimos a la Policia, nos sellaron el documento de la denuncia y nos dijeron que fueramos a la Fiscalia, pero la persona que estaba en la puerta de la Fiscalia no nos dejó pasar, nos decia que no teníamos nada que hacer ahí. Tuvimos que contratar a un abogado para ir a la Policia, y decirles que en Fiscalía no nos atendian. Pero allí un funcionario nos dijo que no nos iban a atender hasta que a él le diera la gana, lo cual fue un mes después de ir por primera vez”, relata casi divertido.
Cuando finalmente pudieron tener una cita en la Fiscalía, las cosas fueron igual de frustrantes. “Nos dijeron apenas que deberíamos mudarnos, algo que por supuesto ya habíamos pensado y que no era viable económicamente para nosotros, porque necesitás 3 mil dólares para asegurarte un alquiler”.
Daniel cuenta que la Justicia venezolana, ajena a cualquier perspectiva de género o protocolo para atender minorías, siempre vio la situación por la que atravesaban como una riña vecinal y no como un acoso sistemático debido a la orientación sexual de ambos. “Le pedían a los vecinos que se portaran bien y por un tiempo las cosas se calmaban. Pero enseguida los ataques regresaban”, explica.
Ante la desidia de las autoridades locales, René decidió entonces probar suerte intentando contactarse con el fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, pese al historial de comentarios homofóbicos del funcionario y el desinterés del régimen chavista en más de 20 años por aprobar algún tipo de legislación que favorezca a la comunidad LGBT en el país.
“Pensé que ya que está siempre tuiteando y respondiendo mensajes, tal vez se interesaría por mi caso. Probé con mensajes directos, comentarios a sus tuits, y nada. Respondía cualquier cosa pero nunca se dignó a decirme algo a mí”, se lamenta René.
La reacción del fiscal general, uno de los hombres más fuertes del régimen de Maduro, no podía haber sorprendido a nadie. Vale recordar que apenas hace dos semanas, Tarek William Saab fue consultado en un programa online sobre cuál era su opinión sobre el matrimonio igualitario, a lo que respondió que creía en lo decía la Constitución de Venezuela, de que se trataba de la unión entre el hombre y la mujer.
Sus dichos generaron un gran malestar entre la población LGBT venezolana, pero el fiscal general no solo no se retractó sino que publicó en sus redes el video de su participación en el programa.
El propio Maduro ha utilizado en el pasado epítetos homofóbicos para descalificar a sus adversarios, más famosamente a Henrique Capriles, cuando dijo que a él sí le gustaban las mujeres durante un mítin político durante la campaña para las elecciones del 2013. El líder del regimen venezolano prometió el año pasado que la nueva Asamblea Legislativa, controlada por el chavismo, trataría el matrimonio igualitario, pero luego de las elecciones Maduro no volvió a mencionar el tema.
René dice que ya no sueña con poder casarse con Daniel, pero que seguirá reclamando que las personas LGBT tengan algún tipo de protección del Estado.
“Estamos cansados de ser agredidos, de ser un chiste. Necesitamos legislación para que terminen los ataques de odio hacia la comunidad LGBT+. Y es que toda esta situación lo empuja uno al miedo constante y a la paranoia. Por la pandemia, empecé a trabajar desde casa, y ahora que están considerando el retorno a la oficina, le dije a mi jefe que me considere último para regresar, porque tengo mucho miedo de salir”.
Daniel sabe que su caso es uno de los decenas de miles dentro de la comunidad LGBT en Venezuela. Pero le dice a Infobae que la homofobia institucionalizada en su país debe comenzar a revertirse porque la situación es demasiado dramática.
“No tenemos apoyo alguno de ninguna autoridad, estamos totalmente desprotegidos. Hemos sufrido pérdida de dientes por el estres y en mi caso me golpearon en un ojo en un ataque, e ir al médico es tan caro al ser en dólares que perdí parte de mi vista. Pero este destrato es algo común en Venezuela. Y no podemos seguir acostumbrándonos. Solo queremos que el odio pare”.