Cuando el sol comienza a deslizarse hacia el océano en este idílico pueblo ubicado en la costa del Pacífico, inicia una silenciosa migración. Grupos de personas, la mayoría de ellos hombres homosexuales, muchos de ellos desnudos, caminan por la playa hacia un peñasco elevado.
Suben por una escalera sinuosa, cruzan el acantilado y bajan a una cala oculta conocida como Playa del Amor. Cuando el sol se convierte en un orbe anaranjado, el cielo se torna lila, y los numerosos cuerpos desnudos, negros y bronceados, curvilíneos y cincelados, se cubren con una pátina dorada. Cuando finalmente se sumerge en el agua, la multitud estalla en aplausos.
“Playa del Amor al atardecer; la primera vez que lo vi, de verdad, me dieron hasta ganas de llorar”, dijo Roberto Jerr, un hombre de 32 años que visita Zipolite desde hace cinco años. “Es un espacio en el que puedes ser muy libre”.
Durante décadas, este antiguo pueblo de pescadores convertido en un lugar de encuentro hippie se ha transformado en un oasis para la comunidad queer, atraída por sus playas doradas, su ambiente contracultural y una práctica del nudismo que abarca cuerpos de todas las formas.
Pero a medida que su popularidad ha ido creciendo, atrayendo a un número cada vez mayor de visitantes homosexuales y heterosexuales, la ciudad está empezando a transformarse: los extranjeros están acaparando terrenos, los hoteles se multiplican, los influentes acuden en masa a la playa, y muchos residentes y visitantes temen ahora que lo que una vez hizo mágico a Zipolite pueda perderse para siempre.
“Todo el mundo dentro de la comunidad debería conocer un lugar donde se sienta cómodo, donde se sienta libre, como Zipolite”, dijo Jerr, quien es gay. “Pero por otro lado, está el turismo ultramasivo, que también empieza a dejar los lugares sin recursos”.
Zipolite, que antes era una comunidad de agricultores y pescadores, se convirtió en un destino popular para los hippies y mochileros europeos a partir de 1970, cuando muchos acudieron a las playas del estado de Oaxaca para disfrutar de una vista excepcionalmente clara de un eclipse solar. El turismo hippie dotó al pueblo de un espíritu bohemio (es una de las pocas playas nudistas de México) que también empezó a atraer a personas queer que fueron bien recibidas por la mayoría de los residentes. En febrero, Zipolite eligió a la primera persona abiertamente gay en dirigir el consejo.
Estas actitudes tolerantes son poco frecuentes fuera de las grandes ciudades de México, donde persisten los valores católicos conservadores. A pesar de que el matrimonio gay está legalizado en más de la mitad del país, la violencia homofóbica y transfóbica es común. Entre 2016 y 2020, unas 440 personas lesbianas, gays y transgénero fueron asesinadas en todo el país, según Letra Ese, un grupo de defensa en Ciudad de México.
David Montes Bernal, de 33 años, creció a pocas horas de Zipolite en una comunidad conservadora donde el machismo y la homofobia estaban arraigados. Cuando tenía unos 9 años, el cura del pueblo le practicó lo que él llama “prácticamente un exorcismo” para sacarle la homosexualidad.
“Ahí fue cuando me di cuenta de que era un lugar hostil”, dijo Bernal.
En Zipolite, ha encontrado un lugar donde puede sentirse cómodo en su sexualidad y seguro con su cuerpo.
“Sentí como esperanza”, dijo Bernal sobre su primera visita en 2014. “Por fin parece ser que ahora existe un lugar en donde podemos ser quien queremos”.
A medida que se ha ido corriendo la voz de esta apertura, la población LGBTQ de la ciudad ha aumentado: los bares y hoteles gay se han multiplicado, las banderas del arcoíris son habituales.
Sin embargo, a pesar de la aceptación de muchos lugareños, algunos creen que la identidad de Zipolite como ciudad relajada que acoge a cualquier persona, desde familias mexicanas hasta jubilados canadienses, se está erosionando, transformándose en una ciudad de fiesta gay.
Miguel Ángel Ziga Aragón, un residente local que es gay y se hace llamar “la Chavelona”, ha visto el auge de la economía local, no solo por el turismo gay sino por un aumento en el turismo en general. Mientras que antes albergaba principalmente cabañas rústicas y hamacas a lo largo de la playa, la escena turística de Zipolite se ha convertido en lo que él llama algo “más VIP”: las suites frente a la playa ahora llegan a costar 500 dólares la noche.
El crecimiento del turismo en Zipolite refleja una tendencia estatal en Oaxaca: de 2017 a 2019, los ingresos de la industria hotelera aumentaron en más de un tercio a casi 240 millones de dólares. En el mismo periodo, el número de turistas que visitaron hoteles en la región costera que incluye a Zipolite aumentó en casi un 40 por ciento a cerca de 330.000 personas, según cifras del gobierno.
“Es un cambio bueno para la economía, pero no tan bueno para la comunidad”, dijo Ziga Aragón.
Además de una crisis de identidad, muchos temen una crisis medioambiental. Se ha construido por encima de los manglares, la vida silvestre está desapareciendo. Los residentes se quejan de la falta de agua potable, que podría empeorar con un mayor desarrollo.
Aunque la mayoría de los residentes está de acuerdo en que se necesita más planificación, algunos dicen que la transformación es inevitable.
“Es el ciclo de vida de cualquier destino turístico”, dijo Elyel Aquino Méndez, quien dirige una agencia de viajes gay. “Tienes que aprovechar las oportunidades”.
Pero otros temen que Zipolite siga el camino de muchos pueblos de playa mexicanos que se han convertido en prósperos centros turísticos, como el popular destino gay de Puerto Vallarta o, más recientemente, Tulum: la playa caribeña, antaño un paraíso bohemio, se ha convertido en un lucrativo mercado inmobiliario repleto de hoteles de lujo, influentes famosos y, cada vez más, violencia.
Pouria Farsani, de 33 años, quien vive en Estocolmo, disfrutó de la combinación de hermosa naturaleza y fiestas divertidas cuando visitó por primera vez Tulum en 2018, pero cuando regresó en septiembre pasado encontró que se sentía “como una parte de México colonizada por la fiesta”.
Farsani oyó hablar de Zipolite a través de unos amigos mexicanos y lo visitó por primera vez en enero de 2021: quedó encantado.
“Cuando he visto otros ambientes gay, han sido muy estereotipados”, dijo. “Lo que ocurría aquí era que había gente con todas las formas de cuerpo, edades, estatus socioeconómico, todos podíamos reunirnos aquí”.
La positividad corporal en Zipolite es en parte lo que hace que la playa nudista sea especial para muchas personas, homosexuales o heterosexuales: para Farsani, quien padece alopecia, una condición que provoca la caída del cabello, fue especialmente profundo.
“Estoy muy contento con mi cuerpo, pero no soy el tipo de muñeco Ken”, dijo. “Eso asusta a la gente en Europa, mientras que aquí mi alopecia me hace destacar un poco más”.
Sin embargo, a medida que la popularidad de Zipolite ha crecido, su ambiente hippie está cambiando. Los bares son más ruidosos, los restaurantes se vuelven más ostentosos. El turismo LGBTQ también está cambiando: cada vez más dominado por los estadounidenses, se vuelve menos diverso.
Ivanna Camarena, una mujer trans, pasó seis meses en Zipolite el año pasado y solo conoció a un puñado de otras personas trans. “Los cuerpos eran muy atléticos y muy masculinos”, dijo de la gente que vio en la playa en sus primeros meses allí.
Recuerda que fue a una fiesta nudista en la que había casi exclusivamente hombres homosexuales. “Cuando yo llego es como de wow: ‘O sea, ¿qué hace una mujer trans aquí? Como que se sacan de onda”.
Entre los cambios más notorios se encuentra la Playa del Amor, que antes acogía fogatas y guitarreadas y ahora suele tener luces láser y DJ que tocan música house. La gente solía conversar entre diferentes grupos sociales; ahora la playa se ha segregado más en pequeños grupos.
La escena sexual también ha evolucionado. Mientras que por décadas los visitantes, entre ellos parejas heterosexuales, han tenido relaciones sexuales en la playa al anochecer, en los últimos años se ha vuelto más descarado, con bailes que a veces se transforman en sexo grupal en las sombras.
“Cada vez es más hedonista, y más hedonista, y más hedonista”, dijo Ignacio Rubio Carriquiriborde, un profesor de sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México que ha estudiado Zipolite durante años. “Ahora ya es una dinámica más de reventón constante”.
Muchos residentes se están sintiendo incómodos. El ayuntamiento votó recientemente para hacer cumplir el toque de queda en la playa a partir de las 9:00 p. m., con la finalidad de detener esas actividades.
“Una cosa es libertad y otra cosa es libertinaje”, dijo Ziga Aragón. “Puedes tener sexo con quien quieras, pero en un espacio privado”.
Para otros, la preocupación es más ambiental. Miguel Ángel López Mendoza regenta un pequeño hotel cerca de la Playa del Amor, y dice que los fiesteros suelen dejar la playa hecha un desastre. Recuerda que una vez, mientras buceaba fuera de la cala, vio condones flotando “como medusas”.
“Cada quien es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo”, dijo. “El problema es que no hay conciencia”.
Para algunos hombres gay, la sexualidad abierta de Playa del Amor es parte de su poder.
“Desde niño se la pasan prohibiéndote cosas: que no seas así, que no digas esto, que no hagas aquello”, dijo Bernal, quien ahora vive en Puerto Ángel, un pueblo cercano. “Entonces, de pronto, con el sexo, como al ser un acto como de catarsis, se liberan demasiadas cosas”.
Sin embargo, Bernal también se preocupa por el futuro del pueblo, donde el turismo está en auge, los recursos naturales son escasos y tantos extranjeros están comprando propiedades, que el precio de los terrenos se ha vuelto en gran medida inasequible para los habitantes locales.
“Todo mundo viene de vacaciones a consumir algo”, dijo. “Un pedazo de la playa, un pedazo de tu cuerpo, un pedazo de la fiesta, un pedazo de la naturaleza”.