Ramón Fernández-Larrea describe el romance de Cuba con Jrushov, Brezhnev y ahora Putin, en ese cuento de nunca acabar que es el amor eterno de nuestro país a la carne rusa.
Por Ramón Fernández Larrea
Ya lo dijo quien lo dijo, que quien tiene boca siempre se equivoca. Y se equivoca mucho más un mandadero, un obediente que muestra su diente, el Puesto a Dedo Miguel Díaz-Canel, medio básico de las fuerzas armadas revolucionarias de Cuba, que ha expresado, no con palabras, pero sí con el apoyo de la caterva de rufianes que comanda a la vil agresión rusa a Ucrania que: La Limonaskaia es la base de todo.
Eso fue así desde que Anastas Mikoyán aterrizó sonriendo en La Habana de inicios de la década del sesenta del siglo pasado, con aquel bigotico a medio camino entre Groucho Marx y el atamán Petliura, haciéndose pasar por uno de los hombres de Panfilov. Cuba desde entonces juega a los bolos, boliche bolchevique ella misma, comiendo de la mano que le amaestró la vagancia y la inoperancia. Todo por no ceder ante el enemigo del norte, abusador y pendenciero.
Después del español, el ruso es el idioma más hablado y estudiado en la isla durante los últimos sesenta años. Y ya se sabe lo que hace en las personas la lengua eslava. Hoy eslava y sin pan. El cubano habla español, habla mierda, y en tercer lugar habla ruso. Un ruso fuerte y sonoro, como si la isla toda fuera la taiga, o una estepa desolada. Cuando uno ve a un cubano susurrando, con los ojos hacia el piso, está repitiendo precisamente la voz de la estepa, el eco de la estepa. Si uno se acercara entendería que la están mencionando con los dientes apretados: ¡Estepa, estepa...estepaís no sirve!
Porque hubo cercanía y romance, entrega total al país de los soviets, hasta que les cayó el martillo en la cabeza y alguien escondió la hoz. Mantuvieron artificialmente la economía del socialismo para que el pueblo pensara que aquel calvito nervioso, luego momificado, estaba muy claro, y que en ese sistema había algo. Y si después de tanta compota de manzana, envasada en un artefacto para tiempo de guerra, y de tanta loa a la ayuda desinteresada de aquel país hermano, los fuéramos a olvidar, sería un crimen atroz y una vergüenza atrás.
La estética soviética nos marcó más que la ideología, porque el cubano jamás hubiera tomado un palacio de invierno. Cuando hay frío, no sale de su casa, y si hay que tomar algo, que sea ron en el palacio de la salsa. Pero los aborígenes sobrevivientes al período especial ya llevaban en el alma a Mashenka y no a la bayamesa. Y al tío Stiopa, que era menos estiópido que los policías de hoy. Así que no es extraño que mucha gente dentro de la isla no mire con malos ojos al rubito con cara de degenerado que ha desatado una guerra que la nomenclatura cubana niega y justifica con los argumentos del violador que ha agredido a otra nación.
Después de todo no se puede exigir que un cubano sepa nada si solamente lee el Granma y ve la mesa redonda y el noticiero. Esas dos fuentes de desinformación van lacerando el cerebro humano, lo van achicando y estrujando, inundándolo de una baba boba y de unos paramecios tan agresivos que los sesos cesan. No me extrañaría que muchos en la isla piensen que la tierra es plana y que descansa sobre el carapacho de una tortuga o de cuatro elefantes.
De alguna manera y en blanco y negro los rusos, que eran soviéticos y todos lucían heroicos y de Mosfilm son vistos en colores por la dictadura cubana cuando sacan la navaja reclamando los dadivosos préstamos que el país ha necesitado para desarrollar ¿la medicina? ¿la ganadería? ¿la industria? ¿la alimentación? No se sabe bien para qué los necesitaba el país, pero agradecieron la solícita mano amiga y ahora piensan que sería indecente morderla. Y tan cínicos y sin perder aire dicen que: “Rusia es uno de los diez primeros socios comerciales de Cuba”, y ambos definen su asociación como “estratégica”. El colmo de la desvergüenza es esta declaración: “El régimen cubano denuncia el ‘cerco militar ofensivo’… contra Rusia”.
La ruinera moral del que se cree presidente y del increíble ministro de relaciones exteriores es tan grande, que uno puede esperar cualquier cosa de ellos y de su grupo de mandantes que nadie eligió. Que Rusia a través del siquiátrico Vladimir Putin les haya postergado el cobro de los 2.300 millones de la deuda los llevaría a cualquier lacayismo. Por ejemplo, instalar ojivas nucleares en sus oficinas o prometerle al ruso criminal volver a poner la base de cohetes de Lourdes en el baño de sus casas.
Hasta la unión de periodistas, UPEC por sus indecentes siglas, en lugar de defender el derecho a la información veraz y neutral, se baja el blúmer (como siempre) ante el rubicundo Volodia, y llora porque el mundo no lo entiende y lo castiga: “Desconectar a Rusia de las plataformas comunicacionales del mundo, prohibir sus medios informativos, condenar periodistas por no sumarse a la rusofobia desatada, es cuando menos una violación de derechos consagrados". No dicen derechos humanos porque no los conocen, o lo que es peor, los desconocen. Y en lugar de “sagrados” dicen consagrados, pero nadie sabe a quién se los consagran.
Exagerados como somos, extremistas como acostumbramos, el apoyo irrestricto a quien la dictadura considera un país amigo y no una potencia dueña (no olvidar que “quien paga, manda”), dispararía las manifestaciones de apoyo zalamero. El régimen se ha alineado con tipos tan brutos y macabros como Kim Jong-un y Nicolás Maduro. Y ya con eso está dicho todo.
No me extrañaría que el ingeniero tardío llamado Miguel Díaz-Canel sin casa, ordene pintar las fachadas de las casas de los colores de la Federación Rusa, y bautizar simbólicamente ciertas calles y barrios con sus similares de Moscú. Así Centro Habana pudiera ser el Arbat, Marianao, Tagansky y Calabazar, Yakimanka. La calle donde radican las truculentas cavernas de la truculenta seguridad del estado, es decir Villa Marista, podría rebautizarse como Petrovka, donde la KGB le hacía crecer las uñas a los prisioneros después de habérselas sacado con mucho mimo y dedicación.
Y en la plaza de la revolución, tan aburrida, tan gris, una estatua de Vladimir Putin, casi del tamaño que la de Martí, para que conversen. Es posible que el apóstol no domine bien el idioma ruso, pero está visto que al ruso enloquecido este no lo domina nadie. Y esa plaza debería llevar un mausoleo con su momia y todo. No creo que los rusos le presten a Cuba la de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin. Es más, estoy seguro de que los rusos no le van a prestar a Cuba nada más. Ni atención. Y si no hay momia de Lenin podría haber un sucedáneo. Machado Ventura, por ejemplo, que ya es calvo y viene arrugadito. Y tiene tanta cochinaíta roja por dentro, como el líder bolchevique.
Y tampoco me sorprendería que en nombre del internacionalismo proletario el gobierno de la isla comience a mandar sus tropas a Ucrania para ayudar al ejército ruso. Pero cuidado, Cuba podría quedarse sin sus fuerzas armadas. Ucrania tiene fronteras por todas partes, y no hay nada que guste más a un cubano desesperado que cruzar fronteras.
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