RAFAELA CRUZ
Alineados de uno en fondo o apretados como perros en mugrientos portales, los cubanos hacen colas desde las 10:00 PM hasta la tarde del día siguiente. Rezan a cuanta deidad conocen pidiendo fuerzas para, cuando estalle la molotera y las bandas de violentos coleros impongan respeto, al menos quedar entre los que entregaron el carnet y tienen, relativamente segura, la posibilidad de comprar algo, que nunca se sabe exactamente qué será.
El desgaste físico y emocional hace mella en todos. Gente ajada, sucia, resiste la necesidad de orinar cambiando de posición, intentando que le duelan menos unas piernas que aún deben sostenerles algunas horas más. Con suerte, sufrirán todo esto a la sombra. Sin suerte, lo padecerán mientras el agresivo sol caribeño les incuba un melanoma. Las colas te envejecen como mismo lo hace una guerra. Las colas son una guerra. Cuba está en guerra.
Incluso en sus lugares de trabajo —oficinas, fábricas, hospitales o escuelas— aparte de sobre quién se fue por Nicaragua o quien cruzó la frontera, rara vez se comenta sobre algo más que donde será la próxima cola, o lo "reventao" pero feliz que se sienten por, después de violenta matazón, haber conseguido papel higiénico… ya se sabe que el Granma provoca hemorroides.
La cola existe cuando los precios manipulados no equilibran oferta y demanda. La cola es inflación pagada en tiempo y time is money. En Cuba, la inflación solo estaría correctamente medida si a la subida de precios, se le adicionara el valor de lo que dejan de producir aquellos que no trabajan para hacer colas. Un país que hace cola es un país infructuoso.
Dice el Gobierno que la maldita circunstancia de la escasez por todas partes es la causa de las colas. Pero eso es falso, estas no se deben a que haya poco, si no a cómo se reparte ese poco.
Durante 63 años, el castrismo ha perfeccionado el arte de crear miseria para luego racionarla y recibir aplausos por su humanismo. ¿Por qué no se está utilizando la afinada maquinaria distributiva para acabar con las colas?
El Ministerio de Comercio Interior, gigantesca entidad especializada en comercializar alimentos, controla más de 12.000 bodegas y otros miles de carnicerías, pescaderías, lecherías y panaderías. Tiendas Caribe maneja casi 2.000 establecimientos y CIMEX otros tantos. Infraestructura de distribución hay de sobra.
Y contrario a otros países donde habría que comenzar por idear un mecanismo de reparto equitativo, en Cuba, la libreta de abastecimiento está en el ADN de la revolución, es consustancial a un sistema que ha resultado incapaz de cumplir las promesas del delirante en jefe, que hace décadas aseguró que los productos en los mercados serían gratuitos de tanto que habría. Y no, nunca hubo más que poco, pero al menos se aprendió a repartir equitativamente… Bueno, si obviamos las casas, queridas, yates, autos y demás lujos de los comunistas en el poder.
Entonces, si existe el organismo, está disponible la infraestructura y hay un mecanismo funcional, ¿por qué no se reparte de ese modo y se eliminan las colas? Según el ministro de Economía, no se hace porque "no disponemos de los recursos para que todo lo que hoy vendemos liberado, se pueda vender por la libreta". Es decir, no hay suficientes paquetes de pollo, botellas de aceite o tubos de picadillo para darle uno a cada cubano.
Pero eso es mentira, nada imposibilita repartir escalonadamente por provincias un paquete, una botella o un tubo de lo que sea, y menos aún, nada imposibilita que la cantidad disponible se reparta equitativamente, por muy poco que toque per cápita. ¿Acaso no pueden abrirse los paquetes de pollo made in USA, los pomos de aceite, los tubos de picadillo, espaguetis, detergente, salchichas y cualquier otra cosa que pueda distribuirse por gramaje y no en envoltorios sellados?
Para dividir equitativamente todos los productos entre los 3.809.000 núcleos familiares del país existe otro ministerio, el de la Industria Alimenticia, que debería tener esto como principal objetivo de trabajo. Es inaudito que el Gobierno que hace bandera del igualitarismo, cuando más se le necesita, no haga lo de siempre aun pudiendo: repartir muy poco entre muchos.
Podría elucubrarse que al castrismo le conviene tener al pueblo entretenido en colas, y así pensando en sobrevivir nadie piensa en libertad. Pero las colas son manifestaciones en potencia, un polvorín de gente apiñada y disgustada dispuesta a hacer eco al primer grito de "Singaoooo". No aparenta ser esta una buena estrategia.
Más bien, parece que la nueva elite, heredera de los que hicieron la revolución, siente un profundo desprecio por un pueblo que consideran de su propiedad, un desdén implícito en como "la primera dama" llama dictador a su marido en público, demostrando total insensibilidad a lo que piensa o sienta la morralla.
Complacidos con el escarmiento que sus mayorales le propinan a los alzados del 11J, los nuevos propietarios de Cuba, no ven razón para esforzarse y mejorar la vida del pueblo repartiendo equitativamente la miseria. Ya ni eso hace bien el castrismo, o mejor, ya ni eso quiere hacer bien.