Su belleza y su historia personal transformaron a Coccinelle en un imán para la prensa de la época.
Es un mediodía de julio de 1962. Bajo la metralla de los flashes, ella hace su aparición. Ojos de gato y curvas insolentes, posa invariablemente cubierta de joyas y pieles: así se presenta por primera vez Jacqueline Dufresnoy -conocida mundialmente como “Coccinelle”- ante el público porteño. El sueño parisino desciende de la escalerita apostada en la puerta del avión junto a su esposo, un traductor y Jo-Jo, su perrito faldero. Nadie sabe cuántos vestidos trajo pero la Aduana toma nota de un equipaje voluminoso. Unos metros más allá de la pista de aterrizaje los periodistas reciben a la enigmática diva y un centenar de admiradores del “tercer sexo” que corrieron hasta Ezeiza para lograr una foto autografiada, gritan desde la terraza del aeropuerto su nombre y alguna frase pícara.
El escándalo la precede, también la curiosidad de un público que vive la década de efervescencia del teatro de revista. Luego de los saludos de rigor, un Ford Mercury modelo ‘58 acelera rumbo al Alvear Palace. Debe descansar para su debut. La calle Corrientes arde en marquesinas de capocómicos y femmes fatales. En aquella confusión de plumas, peinados batidos y concheros de strass, “la vedette que fue soldado” hace pie en la escena de Buenos Aires para revolucionar las revistas del corazón.
Coccinelle fue la primera artista transexual que actuó en la Argentina. Nacida en 1931 como Jacques Dufresnoy, la actriz y bailarina francesa comenzó en el espectáculo de transformistas Le Grand Carrousel para luego pisar escenario en Australia, Madrid y otras ciudades europeas pero fue su participación en la película Europa di Notte de Alessandro Blasetti, el hito que la catapultó como celebridad internacional. Para la farándula local aquella Brigitte Bardot trans era toda una novedad; su figura alimentaba las páginas del periodismo sensacionalista. En las revistas de la época confluían los chismes del espectáculo, los mórbidos detalles de la noche porteña y las crónicas policiales. Las historias de personajes “desviados” que la prensa no sabía cómo catalogar también eran frecuentes: el empleado del Correo que había regresado de Europa convertido en mujer o Rosita, la chica de Boedo que dejó las polleras por los pantalones cuyos vecinos se preguntaban: “¿Por qué no se ocupan de ella?”.
La imagen de Coccinelle disparaba las fantasías del público y los cronistas se ocupaban de saciar aquella voracidad con pinceladas de morbo y especulación. El destello de una vida glamorosa era la cereza arriba del postre. Quizás por eso, la revista Así le dedicó una sección semanal para que contara en primera persona su historia, anticipando su arribo al país. Al mejor estilo del star system, la serie “Esta es mi vida” le daba el espacio para embellecer con su pluma los retazos de una biografía. Su humilde infancia parisina en la antesala de la Segunda Guerra. La primera vez que usó ropa femenina bajo la mirada permisiva de su tío: “siempre quise vestirme de mujer pero mis padres no querían”. Su encuentro con una artista drag que la invitó a las filas de Carrousel: “Un día me indicaron que debía ir a una casa para peinar a una señorita que se llamaba Monique. Fui y me encontré con que se desempeñaba como artista de variedades, era un hombre. Su caso, al parecer, era muy similar al mío”. Un breve interludio por el Ejército donde no había zapatos de su talla. Su debut como mujer performando un streap-tease en Sydney. Cuando pasó por el altar para convertirse en la esposa del joven publicista Francis Bonnet. O su sueño de dejar el mundo de las plumas para vivir en una granja y abrir un restaurante que llamaría “Chez Coccinelle”. La expectación crecía con cada semana que pasaba pero la fecha de su arribo todavía era incierta.
Argentina era el primer destino de una gira por Latinoamérica que incluía a países como Chile, Uruguay y Perú. Fue un viaje que estuvo a punto de frustrarse. Luego del golpe militar de marzo de 1962, durante el gobierno provisional de José María Guido, corrían tiempos de censura para obras de teatro, música y películas. No es sorprendente que la presencia de Coccinelle encendiera las alarmas del pudor sexual en las autoridades nacionales. Su visa había sido rechazada en dos oportunidades acusando cuestiones morales. Días antes de su desembarco, funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores “se movieron a toda prisa para evitar no solo su actuación ante el público sino también su llegada a Ezeiza”.
Luego de mucha especulación, el diario Clarín dio la primicia de su llegada el 9 de julio de 1962 pero cuando, por fin, pisó suelo argentino “prominentes miembros de la curia pusieron en juego sus amistades en las direcciones de los diarios porteños para que no se ofrecieran grandes notas ni fotografías de la vedette”, escribieron los cronistas en letra de molde.
La controversia hacía eco en la caja de resonancia mediática: ¿la diva francesa era un hombre travestido o se la podía considerar una mujer con todas las de la ley? “Contra la opinión de muchos que afirman que Coccinelle pertenece realmente al sexo femenino, se alza la de otros -entre ellos un eminente facultativo-, afirmando lo contrario, es decir, que Coccinelle nació hombre y sigue siendo hombre, pese a que su apariencia externa señale lo contrario. Este último punto de vista parece haber sido el fundamento en virtud del cual se le negó, por segunda vez, la entrada a nuestro país”.
Semanas antes de su arribo, el semanario francés Ici Paris Hebdo arrojó la piedra del escándalo: citaba las declaraciones del cirujano plástico Rodolfe Troques, el “eminente” especialista a quien la artista había consultado cuando su documento de identidad todavía la nombraba como varón. “En 1957 una hermosa muchacha se presentó en su consultorio. Largos cabellos rubios, piernas largas y finas con medias de seda, silueta elegante y tapado de visón:
—Doctor, vengo por una circuncisión.
El cambio de sexo era un procedimiento penado por la ley del Estado francés. Tras la negativa de Troques, la chica del tapado de visón voló a Marruecos y pasó por el bisturí del ginecólogo Georges Burou. Así nació Jaqueline. Luego de su operación y gracias a la celebridad alcanzada por su papel en el film de Blasetti, el gobierno de Francia le otorgó su documento femenino en 1961. Su cambio de identidad le permitió casarse con Francis Bonnet en la iglesia Saint Jean de Montmartre, una unión bendecida por el cura y admitida por el Papa Juan XXIII. Pero la legalización de su cambio de género no evitó la furia de un grupo de moralistas que se apostaron en la puerta de la iglesia para arrojarles huevos y tomates en señal de protesta. “Si poco importa que un hombre tenga el derecho de irse al extranjero para hacerse operar y volver después para modificar su estado civil, ¿a dónde iremos a parar?”, se horrorizaba el comentarista de Ici Paris Hebdo.
Venus de la Calle Corrientes
La visita de Coccinelle al país se venía gestando desde 1959. El empresario Jacinto Lamotta había negociado un contrato con Canal 7 para cuatro apariciones televisivas cotizadas en un millón y medio de pesos. Los motivos para negarle la visa también eran económicos: la señal estatal transitaba una mala racha en sus finanzas y, con tres meses de demora en los sueldos del personal, estaba al borde de interrumpir sus transmisiones. El gobierno de Onganía no estaba en condiciones de pagar el caché de la diva; lo más conveniente era esperar a la rescisión del contrato. Con ese problema zanjado y su flamante transformación en mujer, los funcionarios ya no tenían excusas para negarle el ingreso a territorio argentino.
En el sexto piso del Hotel Alvear, un lujoso departamento esperaba al matrimonio Bonnet. En la puerta de la habitación, un cartel de “no molestar” colgaba del pestillo. La vedette se preparaba para su primera conferencia de prensa en uno de los salones del hotel. Cerca del mediodía, algunas bandejas con sándwiches y bocaditos recibieron a los periodistas y a las “personas del tercer sexo” que se acercaron al lugar. Paco Jamandreu -el modisto de Eva Perón y otras estrellas- escuchaba desde una de las mesas sus declaraciones con atención:
Durante la gira no hará streap-tease, pues pesa 55 kilos y lo normal en ella son 51.
La televisión en Francia es insoportable: “en ella solo está De Gaulle”.
Solo creo en el [amor] platónico.
En cada respuesta flirteaba con la provocación. Cuando salió a cenar escoltada por la prensa a la parrilla La Cabaña posó junto a la enorme vaca apostada en la puerta y un clavel rojo, ante la mirada atónita de los mozos. En cada presencia se divertía con el revuelo que provocaba.
Durante aquella conferencia anunció su primera presentación en la boite King donde iba a cantar y hacer unos pasos de twist para terminar la madrugada con un desfile de vestidos confeccionados por ella. En el club nocturno de Córdoba al 900, un público nuevo se desesperaba por entrar: “A esta especie no la conocía bien”, dijo un encargado del local sorprendido por la cantidad de llamados que recibió de clientes no habituales. Sibilante, caminaba entre las mesas murmurando algo en francés y acariciando el pelo de algún muchacho sentado debajo del escenario. Al día siguiente, estrenó su show en el Teatro Maipo. Fueron 45 minutos de moda y música junto a la orquesta de Roger Santander. En su repertorio de 7 canciones estaba su favorita: “La dolce vitta”.
La atracción por Coccinelle también llegó al cine cuando Enrique Carreras la convocó para una escena tan breve como memorable en su película “Los Viciosos”. Y en agosto de 1962 se anunció una gira por el interior del país y un estreno en el teatro El Nacional. Su cautivante figura incluso protagonizó una “guerra de vedettes” con Nélida Roca cuando ambas estrenaron sus espectáculos de revista. La prensa se preguntaba a quién elegiría el público: ¿a la Venus de la calle Corrientes o al ex soldado?
El nacimiento del “travesti artista” en América Latina
La vida romántica de la diva también era objeto de cotilleo: a pocos meses de su matrimonio con Francis Bonnet, había caído en los brazos de Mario Heyns, un joven bailarín del Maipo. Entre las bambalinas cruzaron miradas y una noche en su camarín pidió que le presentara a “ese chico rubio de ojos azules”.
—¡Hola, señora...! Es un placer... Me llamo Mario Heyns.
— ¿Argentino o paraguayo?
— No, no... Paraguayo... Estaba aquí, un día supe que había una selección de bailarines para la revista suya, me presenté al maestro Eric Zepeda y... pues, aquí estoy, muy honrado de actuar junto a usted.
Formalidad mediante, esa charla inauguró una serie de cruces silenciosos detrás del telón. El flechazo había ocurrido de inmediato, según las declaraciones del productor Pepe Parada a la revista Gente. Mario se mudó al sexto piso del Alvear para compartir suite con la estrella francesa y en poco tiempo, su marido volvió a sus negocios en París. En un estudio jurídico de la calle Lavalle se firmó el pedido de divorcio. Mario comenzó a acompañarla por las giras y se convirtió en la primera figura de su cuerpo de baile. Cuatro años después, fue su segundo marido.
Si las revistas del corazón seguían expectantes cada uno de sus pasos, la aparición de Coccinelle en la escena porteña fue recibida con fervor por las maricas y trans que la esperaban en la puerta del teatro. “Era la más hermosa, la única. La esperábamos afuera para verla, para saludarla. No lo podíamos creer”, diría luego Perica Burrometo, la “matriarca de la Panamericana”. Para Malva, una trans chilena que llegó a Buenos Aires en 1943, significó el inicio de algo más grande: “A partir de Coccinelle se inaugura ‘el travesti artista’, en todos los tugurios; había siempre un número artístico de mariconas y transformistas. De ahí se abre un nuevo modo de vida. Una nueva cultura. La cultura del puto artista”.
En septiembre de 1962, Coccinelle despegó de Ezeiza hacia su próxima escala. Luego de tres meses, la artista que revolucionó la noche porteña viajó rumbo a Chile para continuar con su gira latinoamericana. En los años que siguieron, la artista continuó llevando su espectáculo por el mundo: Cannes, Berlín, Sevilla y otras ciudades de Europa fueron conquistadas por la estrella que supo acaparar todas las miradas. Sin dinero y luego de un tercer matrimonio, sus últimos días transcurrieron en Marsella. Desnuda de joyas y abrigos de visón murió el 9 de octubre de 2006. De Buenos Aires partió dejando una estela de escándalos y una marca para muchas trans que vieron cómo sus sueños tomaron cuerpo en una rubia platinada.