TRAS OCHO DÉCADAS SIN ALINEAMIENTO
Los líderes de Finlandia apoyaron una adhesión “sin demoras” a la OTAN
Finlandia rompe su neutralidad y anuncia su
Intención de solicitar el ingreso a la OTAN «sin demora»
Esta decisión histórica rompe con la política de no alineamiento. Ahora sólo falta que el resto del Gobierno de coalición y el Parlamento den su respaldo oficial para formalizar la solicitud de ingreso.
Rosalía Sánchez - Manuel P. Villatoro
Tanto el presidente de Finlandia, Suali Niinisto, como la primera ministra socialdemócrata Sanna Marin han dado hoy su apoyo al ingreso del país nórdico en la OTAN, un proceso histórico que rompe con la política de no alineamiento. «Finlandia debe solicitar el ingreso en la OTAN sin demora», defienden en el comunicado conjunto. Ambos habían mantenido silencio sobre su potencial apoyo par ano influenciar en el debate político y parlamentario que ha precedido a este paso, uno de los últimos requisitos para dar inicio al proceso. Ahora el gobierno de coalición y la cámara parlamentaria Eduskunta formalizarán la solicitud.
«Hemos necesitado tiempo para que el Parlamento y toda la sociedad estableciesen sus propias posiciones libremente al respecto, también para establecer estrechos contactos internacionales con la OTAN y sus países miembros, así como con Suecia. Hemos querido darle a la discusión el espacio que requería», han señalado. Esta adhesión no está dirigida contra nadie», ha dicho Niinistö, tras la advertencia de Rusia de «consecuencias políticas y militares» si Suecia o Finlandia dan un solo paso en dirección hacia la Alianza.
« Ustedes han provocado esto. Mírense al espejo», ha sido su respuesta a Moscú.
Las declaraciones de los dos máximos altos cargos del Estado eran necesarias para que el país pueda iniciar el proceso de adhesión. Según fuentes internas de la OTAN, Finlandia presentará «en breve» de forma oficial la solicitud, lo que significa al final de esta semana o principios de la siguiente. Y Suecia hará un anuncio similar el domingo, después de una reunión decisiva que mantendrá ese día el Partido Socialdemócrata Sueco. La admisión será un mero trámite, «presentarán la solicitud y se les otorgará la admisión al proceso», explica un diplomático de la Alianza.
Los 30 miembros actuales deben estar de acuerdo, pero el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha señalado recientemente en varias ocasiones que existe un amplio apoyo.«Si no es ahora, ¿cuándo?», añade un segundo diplomático, que cuenta con que la OTAN aprobará rápidamente ambas solicitudes de ingreso, ya sea en o antes de la cumbre prevista en Madrid a finales de junio. «No esperaremos a la cumbre si es posible», avanzan las mismas fuentes. «Después, durante el proceso de ratificación de un año, los aliados proporcionarán una mayor presencia de tripas en la región, realizarán allí más ejercicios militares y patrullas marítimas en el mar Báltico, y potencialmente enviarán fuerzas estadounidenses y británicas a Finlandia y a Suecia», adelantan.
Un nuevo capítulo en la Guerra Fría
La adhesión de estos dos estados a la Alianza es de gran importancia estratégica. Finlandia tiene una frontera con Rusia de unos 1.300 kilómetros de longitud y, como miembro de la OTAN, cambiará enormemente el equilibrio de poder en la región. Mientras se hace efectivo, Niinistö y el primer ministro británico Boris Johnson firmaron ayer una declaración de garantías mutua de seguridad ante una posible agresión rusa. Esta declaración, similar a la firmada horas antes por Johnson y la primera ministra sueca Magdalena Andersson, implica un compromiso de asistencia mutua, incluida la ayuda militar, en caso de sufrir un ataque armado o un desastre natural.
El acuerdo establece además una mayor cooperación bilateral en áreas como la inteligencia militar, tecnología, compra de armas y ejercicios militares conjuntos. «La invasión rusa de Ucrania ha cambiado la ecuación de seguridad en Europa, nuestra realidad se ha reescrito y ha modificado y modelado nuestro futuro» justificó Johnson durante la rueda de prensa conjunta, «ha supuesto reabrir un nuevo capítulo de la Guerra Fría».
Por su parte, el presidente finlandés dijo que el acuerdo «aumenta mucho» la seguridad del país nórdico e insistió en que la eventual entrada de su país en la OTAN no supone una amenaza para nadie, sino un instrumento para aumentar la propia seguridad. «Si Finlandia aumenta su propia seguridad, no se la quita a nadie», sentenció. «Finlandia y Suecia han sido neutrales durante mucho tiempo por elección, pero ahora esa neutralidad se había convertido en una exigencia de Rusia y eso supone un cambio radical».
Este giro ha sido posible gracias al entendimiento y complicidad entre las dos primeras ministras, que desde el principio pusieron como condición dar el paso de forma conjunta o no darlo. Ha supuesto además una rectificación histórica de dos partidos socialdemócratas ideológicamente opuestos durante décadas a la OTAN. La más decidida ha sido sin duda Sanna Marin (Helsinki, 1985), la primera ministra más joven de Europa y que desde el minuto cero asumió que «si damos el paso debemos prepararnos para riesgos e influencias difíciles de anticipar, como un incremento de la tensión en la frontera con Rusia», así como que «nos convertiremos en objetivo de actividades de influencia híbrida de amplio alcance». Estos riesgos constan en el informe que el Gobierno finlandés ha presentado al Parlamento y sobre el que se toma la decisión.
La relación de Suecia y Finlandia con Rusia: tres siglos de muerte y traiciones
La partida de ajedrez continúa sobre el tablero mundial. Poco le importa al gobierno de Moscú que la ofensiva sobre Kiev haya mostrado las costuras de un ejército que emana todavía cierto aroma postsoviético. A pesar del revés militar, el presidente Vladimir Putin sigue amenazando con tomar medidas contra todo aquel país ligado de forma remota a Rusia que barrunte siquiera la posibilidad de entrar en la OTAN. El último ejemplo han sido Suecia y Finlandia, territorios que, a pesar de su tradicional neutralidad, vislumbran ahora la posibilidad de unirse a la Alianza Atlántica tras la cercana cumbre de Madrid. Las regiones del Báltico se alzan contra el zar del siglo XXI.
La realidad, sin embargo, es que poco tienen de soviéticos estos dos países escandinavos.
Su relación con Moscú se remonta más bien al viejo imperio fundado por Pedro I en 1721 y liquidado por la revolución en 1917. Esa ‘ Gran Rusia’ de 22.800.000 kilómetros cuadrados que, tal y como explica a ABC José M. Faraldo –experto en la historia del país y autor de ensayos como el reciente ‘Contra Hitler y Stalin’– busca evocar en la actualidad Putin. Un presidente que alberga muchos más parecidos con los zares que reinaron desde el mar Negro hasta Vladivostok, que con los bolcheviques liderados por el camarada Lenin.
El germen de la animadversión entre estos actores se remonta a principios del siglo XVIII, días turbios para el viejo Imperio sueco. Si bien es cierto que la antigua potencia dominaba todavía Finlandia y los estados bálticos, también lo es que empezaba a padecer las penurias traídas por una severa crisis económica y una gran hambruna. A pesar de ello, su pequeño y belicoso Alejandro Magno del este, el monarca Carlos XII, mantenía en jaque a sus enemigos naturales: Rusia, Polonia y Dinamarca. Aunque, de entre todos ellos, su némesis era sin duda Pedro I, aquel que su contemporáneo Voltaire definió como el «primer augusto» del país.
Tras una infinidad de cuitas, Pedro I, el hombre que fundó el gran Imperio que quiere emular Putin, venció a Carlos XII y obligó a sus sucesores a firmar la paz en 1721. Aquella fue la primera vez que Rusia se hizo con Finlandia; la segunda fue en la guerra de 1741. Aunque en ambas ocasiones la devolvió a Estocolmo después del fin de las hostilidades. No ocurrió lo mismo a comienzos del siglo XIX, cuando el este vivió el enésimo enfrentamiento entre ambas potencias durante una era tan turbulenta como la napoleónica. Aquel fue el principio del fin. «La derrota y el posterior tratado de paz firmado en Hamina derivó en la cesión de Finlandia a Rusia», explica el profesor Neil Kent en sus muchos ensayos sobre el tema.
El que fue tildado como el mayor desastre nacional de la historia de Suecia marcó el inicio de una nueva era de grandeza para su vecina. El zar Alejandro I integró la región en el Imperio, permitió a sus ciudadanos conservar sus derechos y, tras ser proclamado el Gran Ducado de Finlandia en septiembre de 1809, le dio cierta independencia y autonomía. A cambio, también empezó una fuerte rusificación del país que vivió sus momentos álgidos a partir de 1908 con medidas más que dolorosas para los sectores nacionalistas. «Ese año comenzó con la revocación de la autonomía y la suspensión del parlamento», afirma Javier Maestro en ‘La formación de la identidad nacional de Finlandia’.
Revoluciones y neutralidad
Con esas y otras tantas medidas no resulta extraño que, aprovechando las mareas revolucionarias que sacudieron la Rusia zarista en 1917, Finlandia iniciara su proceso de autonomía. El 5 de julio de ese mismo año, el Parlamento promulgó una ley que definió su soberanía y marcó el camino de la libertad. La independencia fue apoyada por los bolcheviques soviéticos, firmes seguidores de la futura doctrina leninista de favorecer la emancipación de los pueblos. Idea contra la que, por cierto, ha cargado el llamado zar del siglo XXI, Vladimir Putin, en los últimos años.
El camino de ambas potencias volvió a cruzarse en la Guerra de Invierno, durante la infructuosa invasión de Stalin en noviembre de 1939. Esta terminó con un tratado de paz ratificado en marzo de 1940, después de que el Ejército Rojo se viese sacudido por el frío extremo y los francotiradores locales. «Finlandia cede a la Unión Soviética el Itsmo de Carelia, incluso Viborg, el litoral del Ladoga y una base militar en la península de Hangoe», explicaba por entonces ABC.
A lo largo de su historia, ambas naciones han abrazado una política de neutralidad, aunque por motivos diferentes. Gustavo XIV de Suecia proclamó este estatus en 1834 casi por obligación debido a la dura crisis económica que atravesaba el país. Desde entonces, se ha convertido en una suerte de tradición.
El caso finlandés poco tiene que ver. En 1948, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el ‘Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua’ prohibió a Rusia y Finlandia unirse en una alianza militar contra el otro. A su vez, se estableció que el país báltico no podría ofrecer permisos de paso a naciones enemigas de la URSS. Así han continuado, con salvedades, hasta que el Kremlin agitó el avispero internacional con una guerra el pasado febrero.
|