El hecho es noticia, pero la historia es vieja: el gobierno de México vuelve al juego cansado de presentar una cara progresista y de izquierda en política internacional, mientras ello no afecte a sus intereses básicos y a su agenda nacional.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que no asistirá a la próxima Cumbre de las Américas, a celebrarse durante el mes de junio en Los Ángeles, si no son invitadas Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El martes, durante su rueda de prensa matutina enfatizó lo que constituye un apoyo verbal creciente al gobierno cubano. tras su visita a La Habana el pasado fin de semana.
“Si no se invita a todos va a ir una representación del gobierno de México, pero no iría yo”, dijo López Obrador.
Sin embargo, sus palabras tienen uno o varios límites, como suele ocurrir en la política mexicana.
No solo López Obrador redujo su protesta a la exclusión de su persona, y no a la participación de la nación que representa en la cita; también aclaró que su decisión no era definitiva.
“Todavía falta para la cumbre y podemos llegar a un acuerdo, pero tenemos que unirnos todos y buscar la unidad”, señaló.
Al igual que en la época de los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), México saca de la manga la ficha del respaldo vocal a Cuba frente a Estados Unidos —un as que piensa puede ser más efectivo ahora, bajo un gobierno demócrata— para sus fines habituales: lograr concesiones de Washington.
La referencia al Partido Demócrata en la Casa Blanca viene a colación tras los cuatro años de asombro, en que el gobierno de López Obrador —cabizbajo y en ocasiones hasta entusiasta— se rindió ante la presidencia de Donald Trump, aunque a veces más, a veces menos, trató de aparentar lo contrario.
En más de una ocasión, Donald Trump ha alardeado de ello, como hizo recientemente.
En un mitin de campaña en Ohio, el sábado 23 de abril, el exmandatario afirmó que obligó al presidente mexicano a desplegar 28.000 soldados para evitar la entrada de migrantes centroamericanos a EEUU, después de amenazar con imponer aranceles a los productos mexicanos.
Durante el mitin, Trump dio su versión de las negociaciones: “Vino el máximo representante de México justo debajo del más alto, justo debajo del jefe que resulta ser el presidente López Obrador; [el funcionario mexicano] se ríe de mí cuando le digo: ‘Necesitamos 28.000 soldados en la frontera’. Él me miró y me dijo algo como: ‘¿Gratis? ¿Por qué haríamos eso en México?’. Le dije: ‘Necesitamos algo llamado Quédate en México’”.
Trump agregó que durante las negociaciones con la comitiva mexicana, encabezadas por el canciller mexicano Marcelo Ebrard, lo amenazó con imponer 25 % de aranceles a los automóviles construidos en México, una de las mayores actividades industriales del país.
El expresidente señaló en su discurso en Ohio que le dijo al canciller mexicano: “Ahora es viernes a la 1 p. m. y el lunes a las 8 a. m., voy a poner un arancel del 25 % [a los productos mexicanos]”.
Según Trump, ante la amenaza Ebrard respondió: “Sería un honor tener 28.000 soldados en la frontera. Sería un honor tener el Quédate en México”.
“Nunca he visto a nadie doblegarse así”, agregó Trump, mientras la multitud lo vitoreaba en Ohio.
Trump desactivó su amenaza arancelaria y la política migratoria puesta en práctica por México, después de este acuerdo, generó episodios de choque en la frontera sur, donde múltiples caravanas de migrantes han sido contenidas por miembros de la Guardia Nacional.
Esta política, por parte de México, ha continuado tras la salida de Trump de la Casa Blanca. En noviembre de 2021, miembros de la Guardia Nacional dispararon contra un automóvil en el que iban migrantes, matando a un cubano e hiriendo a otros cuatro migrantes.
“El domingo un auto con migrantes se rehusó a parar en un retén. Los elementos dispararon, matando a un cubano e hiriendo otros cuatro migrantes”, denunció José Miguel Vivanco, director ejecutivo para las Américas de Human Rights Watch (HRW), según publicó la agencia Efe el 2 de noviembre de 2021.
Respuesta mexicana al discurso de Trump
López Obrador respondió así a las palabras de Trump: “Nosotros no vamos a permitir a ningún partido de los dos de EEUU ni a ningún político que utilice a México como piñata y nos van a tener que tratar con respeto, como lo hacemos nosotros, que somos respetuosos con otros pueblos y otros gobiernos”.
La respuesta de López Obrador es la típica declaración cuya generalidad deja abierto que cada cual se incline de acuerdo a sus preferencias políticas.
La realidad es que el Gobierno de López Obrador modificó su política migratoria en 2019 y desplegó miembros de la Guardia Nacional en la frontera sur del país latinoamericano, para así contener las caravanas migrantes provenientes de Honduras, El Salvador y Guatemala. Y ello sigue en pie.
A comienzos de abril, y coincidiendo con la proximidad de la celebración de Semana Santa, unos 500 migrantes venezolanos, centroamericanos y de otros países se enfrentaron con filas policiales y de la Guardia Nacional en Tapachula, Chiapas, al iniciar una de las primeras marchas de este año.
Por su parte, el canciller Marcelo Ebrard se fue aún más por las ramas en su repuesta a lo dicho por Trump en Ohio.
“Lo de ayer es un hombre en campaña agitando el anti-mexicanismo que lo caracteriza. Lo que nos califica son los hechos no sus dichos”, publicó en su cuenta de Twitter.
No hay que sentir simpatía por Trump —lo contrario de AMLO, que dice: “Me cae bien aunque sea capitalista”— para percibir que durante su mandato la relación con México mostró una imagen donde el negociar bajo presión logró resultados positivos para EEUU, tanto en el tema migratorio como en el económico, a los ojos de buena parte del electorado de este país. Un asunto que podría adquirir un mayor peso electoral en un futuro muy cercano.
El gobierno de Cuba, al mismo tiempo, va a continuar utilizando el factor migratorio como el elemento principal con que cuenta para presionar a Washington, tanto con vista a un alivio de las sanciones como en la búsqueda de algún tipo de negociación. La próxima Cumbre de las Américas se convierte así en un posible escenario para tantear o avanzar en este terreno.
Lo más probable es que en la actualidad la Plaza de la Revolución no ve el evento bajo la desaparecida óptica de Fidel Castro, como instrumento de influencia regional, sino como una oportunidad de negociación dentro de un esquema triangular en que México se sitúa en estos momentos como la hipotenusa imprescindible.
Desde hace años el tráfico migratorio cubano ha pasado de marítimo a terrestre, dentro de las rutas centroamericanas conocidas y la frontera sur de EEUU. Además, ya no se alimenta de balseros desesperados en frágiles embarcaciones sino de quienes han logrado vender sus casas y pertenencias, o empeñarse al máximo, para poder costear una trayectoria cara y riesgosa.
A diferencia de años atrás, EEUU no puede limitarse a los recursos de sus guardacostas para enfrentar el problema.
Así que tanto Cuba como EEUU dependerán en buena medida de México en este asunto; ni un socio ni un aliado por completo para ninguno de los dos bandos, aunque López Obrador utilice un lenguaje de izquierda y todavía no se sepa por cual mano va a decirse Biden: si por la de Trump o por la de Clinton (Bill, por supuesto).