Es posible vivir en Cuba y aspirar a la felicidad. Cierto que se hace difícil serlo careciendo de bienes que son esenciales para una vida relativamente cómoda. Es difícil también con el estrés que genera pensar qué voy a comer, cómo conseguir un par de zapatos para mi pequeña o de qué manera puedo arreglar el techo de mi casa que en cualquier momento se me viene encima, entre otras muchas preocupaciones.
Sí, es difícil, sin embargo, no es imposible. A fin de cuentas, la felicidad es solo un camino, nunca llegamos a ella. Todo está en nuestra mente. Es desde ese sitio que podemos, con esfuerzo o no, construir un mundo que nos permita respirar con un mínimo de paz y libertad.
Todo sería más fácil si tuviera la posibilidad de largarme de este país que amo y odio a un mismo tiempo. Pero como no tengo familia que me apoye desde el extranjero, como no tengo alma de jinetero, como no poseo suficiente capital para embarcarme en una aventura por Centro y Norteamérica y arriesgarme a perder la vida o mi escaso patrimonio…en fin, como no vislumbro esa posibilidad en el corto o mediano plazo, no me queda otra opción que edificar una realidad propia para atenuar la situación.
Tampoco es que crea que la felicidad esté en otra parte. Ese bien, al igual que la libertad te la tienes que construir tú mismo a base de lucha, dolor y sangre. Nadie te regala la felicidad, como tampoco ser libre.
Pero es cierto que sí, todo sería más fácil en un sitio donde no tengas que sufrir tanto para vivir una vida digna, donde solo tendrías que lidiar con problemas existenciales.
Por eso, aunque reconozco que puede ser doloroso, no logro sentir empatía con ciertos hombres que habitan en países normales, que lo tienen casi todo y se entregan al alcohol u otros vicios para evadir una adversidad de tipo sentimental.
De momento me toca vivir en Cuba, este país prehistórico, donde salir de cacería cada mañana a luchar el sustento como simples animales salvajes se ha vuelto una rutina, o donde resulta de lo más normal ser castigado por algo tan simple y primario como expresar tus opiniones.
Pero ya que me toca estar aquí construyo mi felicidad a través de la escritura. Con ella me permito sentir que valgo mucho como ser humano, que no malgasto mi vida en medio de este desastre en que han convertido a esta pequeña isla en medio del mar, a la que hace tanto tiempo llamaban La Perla del Caribe.
Busco por ahí el espacio y también lo hago cultivando mi cuerpo. Lo cuido, lo entreno, lo mimo, todo para resistir lo que se avecine, para disfrutar el consuelo de un futuro aún distante pero que se hará presente porque el almanaque es despiadado.
Esté donde esté, un futuro en que, a pesar de ser un hombre avanzado en años, pueda valerme por mí mismo y no tenga que exhibir un cuerpo enclenque y maltratado y pueda seguir manteniendo mi consigna en alto: “yo soy una bola de cojones”.
De momento mi felicidad se resume en pocas cosas pequeñas, esas que en realidad valen aquí o allá. Tener salud, techo y comida y alguien que realmente me aprecie.
Y vivir. Al menos eso puede ser posible.