El Consejo de la Academia de Ciencias de América Latina (ACAL) ha decidido, tras el visto bueno de la mayoría de sus académicos, nombrar como miembro al científico español, de origen cubano, Eduardo López-Collazo.
El director del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz de Madrid reconoce que, para él, es un "sueño hecho realidad" parar a formar parte de la Academia. Y asegura que la decisión tiene mucho que ver con que la orientación de su trabajo coincide con los fines propios de la institución: la actividad científica de alto nivel, los aportes para el progreso de la ciencia y la integración de América Latina y el Caribe a través de la cooperación científica.
Durante 30 años, López-Collazo se ha especializado en el estudio de las defensas humanas en situaciones patológicas como el cáncer, la metástasis, las enfermedades infecciosas o la covid-19. En estas áreas ha realizado importantes aportaciones recogidas en más de un centenar de publicaciones científicas.
Por eso, López-Collazo asegura que "ha sido una noticia agradable de recibir". Y es que, remarca, "entre tanto ruido y dudas sobre la ciencia y quienes la hacemos, es un balón de oxígeno que mis propios colegas científicos hayan considerado favorable mi nominación para la Academia".
Para este graduado en Física Nuclear y doctor en Farmacia, pertenecer a este tipo de organizaciones "que rompen fronteras geopolíticas a favor del desarrollo y difusión de la ciencia siempre ha sido un sueño". Eso sí, "por otra parte, está la palmaria constancia de que nos estamos haciendo viejos", bromea.
La Academia de Ciencias de América Latina fue creada en 1982 con el apoyo de la Pontificia Academia de Ciencias. Con sede en Venezuela, López-Collazo recuerda que nació "para honrar la memoria de Simón Bolívar". Creada por un grupo de investigadores científicos de América Latina, estableció su sede permanente en Caracas en 1983, año del bicentenario del nacimiento del líder venezolano.
Desde su creación ha sido patrocinada por:la Fundación Simón Bolívar para la Academia de Ciencias de América Latina (FSB-ACAL), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y su Oficina Regional de Ciencia y Tecnología para América Latina y el Caribe (ORCYT-UNESCO), el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU) y la Academia de Ciencias del Tercer Mundo (TWAS).
Pertenezco a 3 minorías: homosexual, migrante y científico.
Nació en Cuba (Cuba, 3 de julio de 1969) y obtuvo la nacionalidad española. Se licenció en Física Nuclear en la Universidad de la Habana en 1992 y se doctoró en Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid en 1998. Ha realizado estancias postdoctorales en diferentes centros como el Max Planck Institute de Freiburg en Alemania durante 1998 y 1999, el Instituto de Investigaciones Biomédicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en España en 1999 y en la Brown University de los Estados Unidos durante 2000 y 2001.
Desde el año 2013 es el director científico del Instituto de Investigación del Hospital Universitario La Paz de Madrid en el que ha participado en su proceso de acreditación. En este centro ha desarrollado diferentes líneas de investigación ligadas a enfermedades como sepsis, metástasis, leucemia, fibrosis quística, SAHS y Síndromes Coronarios Agudos. Además es Investigador Estabilizado del Sistema Nacional de Salud con categoría A, según la evaluación del Fondo de Investigación Sanitaria (FIS).
Su trabajo de investigación a lo largo de 25 años se ha centrado en el análisis de las defensas humanas en situaciones patológicas como el cáncer, la metástasis y las enfermedades infecciosas. En esta línea, su trabajos publicados se centran en esta temática y en el impacto de la inmunoterapia.
Además, como divulgador, López Collazo comparte su opinión en la columna permanente Doble Hélice en la publicación Redacción Médica y a través de su blog personal, Viernes. También escribe crítica de danza y artículos de reseña cultural en la revista inglesa Bachtrack.
López Collazo lleva ya varios años formando parte de la lista de gays más influyentes de España, que presenta cada año El Mundo y El Español. Soy de un pueblo perdido de la geografía cubana llamado Jovellanos, como el humanista asturiano. Allí monté un laboratorio en el patio de mi casa y un observatorio en la azotea mientras soñaba con descubrir secretos de la naturaleza y responder todas las preguntas. Decía mi madre que la culpa la tuvo una tal Madame Curie. Luego me fui a La Habana para estudiar Física Nuclear, quería entender la relatividad y el mundo cuántico. Pero, al graduarme, la vida dio un giro que me hizo terminar como inmunólogo en Madrid luego de hacer un doctorado en Farmacia en la Complutense y varias estancias en otros países como Alemania, Estados Unidos y Reino Unido. Desde 2013 dirijo el Instituto de Investigación Sanitarias del Hospital Universitario La PAZ. Mi investigación se centra en desvelar los misterios de la metástasis y la sepsis… más ahora el dúo se ha convertido en trío sumándole la COVID-19. Te cuento un secreto que casi nadie sabe, cuando dejo el laboratorio suelo refugiarme en el arte. El cine, la literatura, la danza y el teatro también me alimentan. Hasta hace poco era el crítico de danza en Madrid de una publicación británica, desde hace poco hago lo mismo para El Español… por allí pocos saben que, quien escribe sobre coreografías complicadas escudriña los recovecos de las defensas humanas a la luz del día.
¿Por qué es importante visibilizar el colectivo LGTBQ en el ámbito científico?
Pertenecer a un colectivo que destaca por su infrecuencia me estimula para visibilizarlo. Somos pocos los científicos en la sociedad y aún menos los científicos LGTB. Mostrarnos es crucial para crear referentes. Por demasiado tiempo se nos identificó con la marginalidad o con un sector profesional muy específico. Sin embargo, estamos en todas partes. Se puede ser gay, como mi caso, y dirigir un centro de investigaciones. Las nuevas generaciones necesitan saber que el techo lo define sus aspiraciones, nunca su orientación sexual.
¿Has sufrido discriminación en tu laboratorio o centro de trabajo? ¿Lo denunciaste?
Por mucho tiempo mantuve en secreto mi orientación, en Cuba natal hubiese sido un freno para cualquier tipo de carrera. Ya en España cambió todo. De cualquier manera, la discriminación aún no se ha eliminado. No es evidente, pero se respira. Sé perfectamente que más de uno y dos han bloqueado mi presencia en comités o grupos de trabajo por mi condición de homosexual. Lo curioso es que esto viene desde todos los lados y hasta quienes se definen progresistas pueden caer en ello. Alguna vez he contado que cuando me fui a casar una investigadora preguntó jocosamente “¿Quién llevaría el traje?”, tiempo después se lo comenté a otro investigador que pertenece al comité de empresa y su respuesta fue: “es que no eres español y no entiendes nuestro humor” evidenciando un matiz xenófobo. Algunos coleccionamos minorías, en mi caso: homosexual, inmigrante y científico. He de reconocer que la última es la que más quebraderos de cabeza me ha dado.
¿Cómo podemos lograr una ciencia más inclusiva?
Es importante que hablemos con naturalidad de nuestra condición LGTB. En cada conversación formal o informal los heterosexuales ponen de manifiesto su estatus en pequeños pero constantes detalles. Debemos hacer lo mismo. No me vale eso de “a nadie le importa con quien me acuesto”. Por ahí se empieza. Luego tenemos que mantenernos alerta frente a las exclusiones, los comentarios y la igualdad de condiciones. Nunca he estado a favor de las cuotas y la discriminación positiva en la ciencia. Creo que es un ámbito donde el valor se aprecia en la excelencia de nuestro trabajo. Sin embargo, debemos estar pendiente de la igualdad de oportunidades, algo que muchas veces se elimina en decisiones tomadas en despachos y mediadas por chistes groseros sobre nuestra sexualidad.
¿Apuestas por la divulgación? ¿Qué te motiva a hacerlo? ¿Cuál es tu formato preferido?
Desde siempre ha sido una máxima, algo que hacía sin proponérmelo, casi por necesidad imperiosa. Mis primeras experiencias como divulgador se remontan a mi niñez. Todo lo que aprendía lo quería compartir con amigos y familiares. En particular mi madre tenía que “soportar” mis explicaciones sobre lo que había comprendido, descubierto o pensado. Por muchas razones me he movido en ambientes alejados de la ciencia, mis amigos por lo general no son científicos y, lejos de mantenerme callado, intento que comprendan lo que hago y su importancia. Luego me brilla el rostro cuando escucho que usan términos como “apoptosis” o “cansancio celular”. Esto lo he formalizado uniendo dos pasiones: la ciencia y la literatura. He escrito 4 libros de divulgación. Una trilogía llamada “¿Qué es…?” y otro sobre la COVID-19. En todos intento mantener una conversación con el lector, como si estuviéramos en una cafetería o en el sofá de mi casa. Son novelas con las que, además, aprendes.