El país donde Alejandro Mena tiene sus raíces no es el lugar para dar frutos personales ni profesionales, mucho menos cívicos, eso él lo intuía desde hace años
Balseros cubanos en alta mar
Se come más cerdo asado y frijoles negros en Miami que en La Habana, el mojito ha pasado a ser un trago más vendido en los bares de Berlín que en las tabernas de Varadero y el aniversario de fundación de la República es una fecha que se celebra más en el exilio que dentro de las fronteras insulares. Cuba se ha convertido en un país en escapada y el actual éxodo migratorio sigue atomizando la nación, esparciendo su capital humano y sus tradiciones por todo el planeta.
Esta serie especial, bajo el título de Cuba, la isla en fuga, es la historia de un balsero de a pie que hizo la ruta desde la capital cubana hasta Florida atravesando buena parte de Centroamérica y México. Su periplo estuvo lleno de momentos muy tensos, pasos por cruces fronterizos, sobornos a policías y militares para que se hicieran de la vista gorda, coyotes intimidantes y comidas frugales. Pero sobre todo, fue un recorrido marcado por las ilusiones de llegar a Estados Unidos.
El país donde Alejandro Mena tiene sus raíces no es el lugar para dar frutos personales ni profesionales, mucho menos cívicos. Eso él lo intuía desde hace años, pero fue después de las protestas populares del pasado 11 de julio cuando confirmó lo que temía. Aquella jornada de domingo, el joven, de 34 años, se sumó a un río de personas que clamaban libertad por las calles de La Habana. Fue uno de los días más felices de su vida, según contó más tarde a sus amigos y familiares. Pero la alegría de ver a la gente reaccionar y pedir un cambio democrático en el país le duró poco.
Mena vio cómo arrestaban violentamente a un amigo que iba a su lado gritando “patria y vida”. Aunque él logró evadir los operativos policiales y regresar a su casa, su joven amigo no corrió la misma suerte. Fue golpeado, estuvo en paradero desconocido durante varios días y, finalmente, cuando fue liberado, las presiones y amenazas policiales habían sido tantas que decidió emigrar cuanto antes. Aquel muchacho, emprendedor y patriota, era una de las personas más amantes de la historia y de la identidad nacional que Mena había conocido nunca. Verlo partir resultó muy doloroso de tramitar y lo convenció de que en la Isla no había futuro para gente como su amigo y tampoco para él.
Entonces llegaron las despedidas. Decirle adiós a su familia, a su barrio, a su perra Kathy y subirse en un vuelo rumbo a Managua. El resto de la ruta está contada con detalles en estos textos. A pesar de su equipaje ligero, Alejandro Mena se llevó consigo una parte del país que trata de reconstruir ahora desde el exilio. Las recetas, la música, los recuerdos y los sueños componen parte de esas maletas que todo migrante carga sobre sus hombros. Se llevó la Isla para lograr que fuera pueda ser más libre y aquí nos cuenta el enorme peso que significa alzar un país por miles de kilómetros.
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