"La jerarquía católica no quiere una
Pastoral de la diversidad sexual y de género en 'su' iglesia institucional”
"En los últimos años, en los seminarios se ha instaurado un estricto control y vigilancia contra las personas gays, para que no culminen su proceso formativo ni accedan a la ordenación presbiteral".
"Hasta el día de hoy no ha habido ningún pronunciamiento explícito, por parte de los obispos o del papa Francisco, de iniciar una pastoral diocesana de la diversidad en la iglesia católica".
"En ninguna diócesis católica de España, y sospecho que en muy pocas del resto del mundo, existe una pastoral institucional de la diversidad, es decir, que cuente con la aprobación y el respaldo explícito de los obispos diocesanos, que se estructure como el resto de las pastorales".
"Con estos grupos LGBTIQ, la jerarquía católica está reproduciendo los métodos y mecanismos de control, que la iglesia ha empleado históricamente para silenciar y acallar a las personas y grupos disidentes que siempre han existido en ella".
"No sólo es necesario acoger y trabajar con personas LGBTIQ. Además de esto, es necesario trabajar para modificar la doctrina, la moral y el derecho".
Algunos miembros de grupos católicos LGBTIQ de España, me han expresado su disconformidad y descontento con lo que digo y hago a través de mis publicaciones. No están de acuerdo en que abogue por una pastoral institucional de la diversidad sexual en la iglesia católica, porque piensan que es una realidad que ya existe en ella y, ante la cual, el papa Francisco, está comprometido. Me han manifestado que no están dispuestos a apoyar mi campaña de recogida de firmas (https://chng.it/9dG4tfcr) porque creen que no es necesaria y que, en ella, como en otros artículos y vídeos, empleo un lenguaje de confrontación poco conveniente hoy día. Me han llegado a decir, que no es real la imagen de la jerarquía eclesial que presento, en contra de las personas y colectivos LGBTIQ, y que exagero al exponer mis ideas, cuando presento las enseñanzas doctrinales de la iglesia católica.
Por ello, y tras la publicación de la “Síntesis sobre la fase diocesana del sínodo sobre la sinodalidad de la iglesia que peregrina en España”, en la que no se dice nada significativo sobre la diversidad sexual y de género, en este artículo y en el vídeo que le acompaña, me gustaría dejar clara mi posición teológica y opinión personal al respecto. Para poder entenderla, debes saber lo siguiente.
Tengo 45 años, de los cuales, durante 17 ejercí el ministerio sacerdotal en la iglesia católica, ocupando diferentes responsabilidades. Como cualquier sacerdote, estuve preparándome para la ordenación durante el período del seminario.
Según la iglesia católica, una persona homosexual que se reconoce como tal, no debe ser ordenada sacerdote. En los últimos años, en los seminarios se ha instaurado un estricto control y vigilancia contra las personas gays, para que no culminen su proceso formativo ni accedan a la ordenación presbiteral. Si en el seminario, algún formador descubre que tu orientación sexual es diversa, pronto te bloquearán el camino de preparación y serás despedido. He sido testigo de varios casos de este tipo.
Según la iglesia católica, el sacerdote ha de ser varón y heterosexual. Esto imposibilita a cualquier hombre homosexual ejercer el ministerio sacerdotal. A no ser que haga lo que hacen más de la mitad de los obispos y sacerdotes en la actualidad: ocultar su homosexualidad, viviendo en el armario o enmascarándola con la careta de la heterosexualidad. Si te escondes, si niegas tu orientación sexual diversa, entonces no pasa nada. Continúas siendo sacerdote. Aunque tengas doble vida, aunque de vez en cuando practiques sexo, aunque no vivas el celibato, aunque todo esto esté destrozando tu vida y haciéndote infeliz. Eso a las autoridades de la iglesia católica les da igual. Lo importante es aparentar que eres heterosexual y que estás en contra de la diversidad sexual y de género.
En mi caso, continúe con el proceso formativo de preparación al sacerdocio, porque me auto-convencí de que mi orientación era la de heterosexual. Me educaron para convencerme de que la homosexualidad era una tendencia desordenada que había adquirido y contra la que debía trabajar. ¿Cómo iba a dar rienda suelta a mi homosexualidad, si me educaron y convencieron de que era algo que no procedía de Dios y que tenía que curar? Todo esto fue para mí un tormento.
Durante el tiempo que he ejercido el ministerio sacerdotal al frente de distintas parroquias, durante los años que fui arcipreste y vicario episcopal, estudiante en Roma y profesor de teología trabajé con miles de personas en muy diferentes lugares y ocupaciones. Este contacto directo con tantas personas me hizo comprobar que no existe una pastoral oficial de la diversidad sexual y de genero en la iglesia católica. He tenido diferentes responsabilidades en la institución eclesial, he atendido espiritualmente a infinidad de personas, he podido comprobar de primera mano cómo piensan los obispos sobre las personas y colectivos LGBTIQ, y toda esta experiencia que he vivido dentro de la iglesia católica, y los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo de los años, me hacen seguir pensando que los obispos españoles, y los de la mayoría del mundo, no tienen ningún propósito ni interés de iniciar en sus diócesis una pastoral de la diversidad. Pensamiento que confirmo diariamente, cuando converso con infinidad de católicos LGBTIQ de todo el mundo, que se ponen en contacto conmigo a través de mis redes sociales para apoyar mi iniciativa. Hasta el día de hoy no ha habido ningún pronunciamiento explícito, por parte de los obispos o del papa Francisco, de iniciar una pastoral diocesana de la diversidad en la iglesia católica.
Si hay algo parecido a una pastoral de la diversidad en la iglesia católica, es la acogida y el trabajo, más o menos puntual y localizado, que realizan personas concretas (sacerdotes, laicos, religiosas, etc.), y grupos católicos LGBTIQ, que trabajan intensamente por su cuenta, sin el respaldo ni el reconocimiento explícito de los obispos diocesanos. Por ejemplo, el trabajo que yo realizaba en mi parroquia cuando se acercaban personas LGBTIQ para solicitar acompañamiento, participar en la eucaristía o por cualquier otro motivo. Nunca cerré la puerta a nadie, ni le negué la participación en los grupos y actividades a ninguna persona del colectivo. De hecho, en contra de las directrices de los obispos, he bautizado a niños con padres y padrinos LGBTIQ y no he negado jamás la comunión eucarística a nadie por ser gay, lesbiana, trans, etc., y convivir con su pareja.
Pero este trabajo con personas LGBTIQ que muchos hemos realizado, y que se sigue haciendo por parte de grupos católicos, sigue siendo una excepción si hablamos a nivel institucional. La mayoría de las personas que realizan estas acciones, lo hacen adoptando en sus vidas una postura bastante contraria a la que sostiene institucionalmente la iglesia católica, ignorando por completo las normas y directrices establecidas por la jerarquía, porque tienen muy claro que la iglesia ha de incluir a las personas LGBTIQ en sus comunidades cristianas. Todo esto, corriendo el riesgo de volverse objeto de represalias, amonestaciones, e incluso de verse privados de ejercer el ministerio, porque están haciendo cosas que la jerarquía de la iglesia católica no permite.
Y repito, aunque esta tarea de acogida y acompañamiento la están realizando algunas personas, parroquias y grupos, institucionalmente no existe una pastoral diocesana y parroquial de la diversidad sexual y de género, tal y como existe una pastoral de la salud, de jóvenes, de catequesis, de caritas, litúrgica, etc. En ninguna diócesis católica de España, y sospecho que en muy pocas del resto del mundo, existe una pastoral institucional de la diversidad, es decir, que cuente con la aprobación y el respaldo explícito de los obispos diocesanos, que se estructure como el resto de las pastorales a través de grupos parroquiales, coordinados arciprestalmente o por vicarías, una pastoral de la diversidad que forme parte del organigrama pastoral de cada parroquia, que cuente con un delegado o responsable diocesano, y de la que se pueda hablar, pública y abiertamente, en cualquier foro secular o ámbito eclesial. No existe una pastoral por la diversidad sexual en la iglesia católica que tenga un espacio pastoral propio y un reconocimiento oficial por parte de la autoridad local de cada diócesis. Y esto es una realidad que no podemos negar, ni enmascarar con otras realidades existentes, como la de los grupos católicos LGBTIQ.
Al margen de mi experiencia y conocimientos, soy muy consciente de lo que ha ido sucediendo durante los últimos años entre algunos grupos de católicos LGBTIQ y algunas personalidades, cuyo trabajo teológico y pastoral está haciendo mucho bien en su localidad, a su manera, con su dinámica y siempre al margen de la institución. Por tanto, no de manera oficial, porque en ninguno de estos casos el obispo de la diócesis ha apoyado explícitamente con su presencia alguna de las actividades de estos grupos; como sí hace con otros grupos parroquiales o diocesanos, visitándolos, compartiendo con ellos y promoviéndolos a nivel diocesano.
Estos grupos y personas LGBTIQ están haciendo una labor encomiable, digna de ser reconocida y apoyada. Sin ellos, la iglesia católica no tendría a nadie trabajando en este campo pastoral, por lo que mi total reconocimiento, respaldo y apoyo a todos ellos. Sin embargo, según mi opinión, estos grupos y personas ni representan a la jerarquía institucional católica, ni trabajan en nombre de ella, ni habitualmente están respaldados explícitamente por los obispos, ni tampoco suelen encontrar facilidades a la hora de integrarse en la pastoral orgánica de una diócesis o parroquia. Más bien, suelen toparse con incomprensiones, rechazos e impedimentos.
¿Por qué digo todo esto? Porque, a mi modo de ver, con estos grupos LGBTIQ, la jerarquía católica está reproduciendo los métodos y mecanismos de control, que la iglesia ha empleado históricamente para silenciar y acallar a las personas y grupos disidentes que siempre han existido en ella. Mecanismos de silenciamiento y represión con los que convence a muchos fieles LGBTIQ, para que no expresen susposturas críticas y dispares con la institución.
La jerarquía católica “tolera” la existencia de personas y grupos LGBTIQ en la iglesia, siempre y cuando la manera de vivir y expresar la diversidad sexual y de género de estas personas y colectivos, sea discreta y reservada, sin que se note demasiado. Esta idea la explica James Alison, en su magnífico libro, Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay. Cito textualmente a mi amigo y colega Alison: “El mensaje está claro: «te aceptaremos mientras te portes bien, o sea, mientras no armes barullo hablando francamente» o, lo que es lo mismo, «no te preocupes, nosotros te protegeremos, pero sólo mientras sigas nuestro juego. En el momento en el que saques algo a la luz, estás fuera; así que cuidado con decir algo que provoque un escándalo»”. Es decir, si quieres ser católico LGBTIQ, y vivir tu fe dentro de la iglesia, tienes que ser discreto y pasar inadvertido. Por supuesto, ven a misa, pero no expreses tus convicciones personales en otros grupos pastorales fuera del tuyo, como la catequesis o la pastoral familiar de la parroquia, en los cuales, no tendrás cabida. Si no actúas de esta manera, serás relegado al ostracismo.
Entre los mecanismos más habituales que la jerarquía católica emplea para “sobrellevar” en la iglesia la existencia de personas homosexuales, se encuentran el disfraz, el silenciamiento, la discreción, la intimidación moral o espiritual, el meter miedo asegurándote de que tu vida y conducta escandaliza a otros, crear cargos de conciencia o escrúpulos, etc. Esto conduce a muchas personas LGBTIQ a que, en ocasiones, desistan en realizar actividades de manera visible y abierta, o que prefieran no participar activamente en la vida parroquial por miedo a ser piedra de tropiezo para otros, o ser discriminados.
Vuelvo a repetir que estos grupos hacen un trabajo magnífico de acogida, acompañamiento, formación, fraternidad espiritual con personas y familiares LGBTIQ que se sienten desamparadas por la institución católica, ni encuentran ese mismo apoyo en sus parroquias, con sus sacerdotes y en sus diócesis. Afortunadamente existen estos grupos. Pero es que estos grupos pastorales que cumplen unas funciones extraordinarias, no son la solución a un problema de base que sigue existiendo en la iglesia católica: su doctrina sobre la diversidad sexual y de género. No sólo es necesario acoger y trabajar con personas LGBTIQ. Además de esto, es necesario trabajar para modificar la doctrina, la moral y el derecho. La iglesia tiene que dar a los laicos, mujeres y personas LGBTIQ el lugar que por derecho bautismal les pertenece en las instituciones católicas. Pero también tiene que trabajar para que discurso institucional de la iglesia católica deje de ser homófobo, patriarcal, machista, misógino y excluyente.
¿Algún obispo se ha pronunciado, de manera explícita y favorable, en favor de una pastoral de la diversidad en su diócesis? ¿Ha escrito alguna carta pastoral respaldando y apoyando las iniciativas de los grupos católicos LGBTIQ? ¿Cuando ha habido un pronunciamiento del papa en el que haya dicho que los números 2357-59 del Catecismo de la Iglesia Católica no están en vigencia, o van a ser revisados y modificados? ¿Cuándo ha dicho públicamente algún obispo de la iglesia católica que no está de acuerdo con lo que se afirma en la Declaración Persona Humana, que cita el Catecismo y que rechaza a las personas homosexuales? ¿Cuándo?
¿Por qué digo todo esto? Porque quiero dejar claro que si yo, Jesús Donaire, sacerdote católico gay fuera del armario, que no ejerce el ministerio en la iglesia, no estoy acudiendo a los grupos de católicos LGBTIQ que ya existen en muchas diócesis y congregaciones religiosas, ni me estoy uniendo a ellos de manera asociativa, es porque soy un individuo con un sentido crítico propio. Me considero un teólogo libre e independiente, no vinculado a ninguno de estos grupos, con una visión muy personal de la realidad eclesial que manifiesto abiertamente, y que es consecuencia de mi propia trayectoria y experiencia en la iglesia, y de los conocimientos y formación teológica que he adquirido con el tiempo.
Ahora bien, no estoy despreciando el trabajo de estas personas y grupos católicos LGBTIQ. Al contrario, lo aplaudo, lo apruebo y lo comparto. Yo mismo he participado en sus actividades, eucaristías, encuentros, conferencias, etc. Y he experimentado el cariño de algunos de sus miembros que me han escuchado, acogido, acompañado y animado. Respeto profundamente la manera de trabajar de estos grupos y personas. Pero no busco su apoyo explícito en las cosas que hago.
No busco el apoyo de los grupos católicos LGBTIQ que no quieran apoyarme, pero tampoco busco su rechazo, ya que no voy en contra de lo que son y hacen. Tampoco pretendo dinamitar la iglesia católica. Yo amo la iglesia de Cristo y en ella he trabajado intensamente durante muchos años. Y me duele muy profundamente haber sido separado de forma tan visceral e irracional. Pero esta experiencia de iglesia que tengo, no me va a privar de expresar mi propia opinión personal y de hacer un ejercicio crítico, de lo que para mí es un problema de base muy importante en la iglesia católica: su doctrina sobre la diversidad. Estoy convencido de que, mientras esta no se modifique, pocos cambios habrá en la iglesia respecto a las personas LGBTIQ.
Por eso me pareció necesario emprender este ministerio de reflexión teológica LGBTIQ y acompañamiento personal y grupal. Y, por el mismo motivo, también me pareció interesante comenzar una campaña de recogida de firmas para presentar al papa Francisco y pedirle una pastoral de la diversidad en la iglesia católica.
Ahora bien, cuando comencé esta iniciativa de recogida de firmas, en ningún momento busqué desesperadamente el apoyo explícito de estos grupos católicos LGBTIQ. Me puse en contacto con ellos, como lo hice con los periodistas, reporteros, presentadores, corresponsales, comentaristas, etc. He hecho pública esta campaña a través de mis propias redes y de las de aquellas personas que han querido darle difusión. Pero nadie está obligado a ello. Por eso quiero dejar claro esto, y recordar a todos mis hermanos y hermanas que forman parte de los diferentes grupos católicos y comunidades LGBTIQ, que les quiero, les respeto y les apoyo como a cualquier grupo que conforma el cuerpo de la iglesia. Y que en ningún momento, he tenido la pretensión de representarles, ni me siento abanderado de ellos. Yo solo estoy presentando a la luz publica mi criterio personal y mi opinión propia. Nada más. No represento a nadie. Eso sí, es un criterio personal que está basado en una larga experiencia eclesial y en una formación teológica importante.
Cuando hablo de un tema, lo hago de manera documentada. No hablo sin conocimiento de causa. Lo que digo no me lo invento y quien quiera puede probarlo. Ahí están los documentos de la iglesia, su historia, su reflexión, doctrinas y enseñanzas. Y, quieran o no aceptarlo algunos católicos LGBTIQ, les guste o no reconocerlo, el discurso de la iglesia católica respecto a la diversidad sexual y de género, sigue siendo el mismo que hace 46 años. Año en el que se publicó la Declaración Persona Humana, que cita y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, y en la que se dice en el número 8, (cito textualmente) la homosexualidad es una “tendencia que proviene de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábitos contraídos, de malos ejemplos y de otras causas análogas. Y que hay un tipo de homosexualidad que procede de una especie de constitución patológica que se tiene por incurable”. Para seguir diciendo más adelante que la homosexualidad es una “anomalía” y que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son una “depravación grave”. Esto es lo que dice la iglesia católica en este documento que continúa vigente, y este es el verdadero problema doctrinal que, hasta el día de hoy, ni los obispos ni el papa Francisco han mostrado intención de modificar.
Unas enseñanzas doctrinales que los obispos de las diócesis de Castilla la Mancha, ratificaron en un comunicado emitido el pasado 26 de mayo, tras la aprobación de la ley de la diversidad sexual y derechos LGBTI, por las cortes de Castilla La Mancha. Enseñanzas doctrinales que los obispos de las diócesis de Andalucía han vuelto a recordar, a través de un comunicado de prensa publicado el día 1 de junio del presente, con motivo de las próximas elecciones al parlamento de Andalucía. Comunicado del que se hizo eco el obispo de Huelva, en la homilía de la misa de romeros celebrada en la aldea del Rocío, con motivo de la festividad de Pentecostés y romería de la Virgen, y en la que pidió el voto de los católicos para los partidos políticos en cuyos programas electorales “se reconozca, promueva y ayude a la familia, como unión estable entre un hombre y una mujer, abierta a la vida”.
Providencialmente, mientras termino de escribir este artículo, mi tocayo Jesús Bastante, ha publicado en Religión Digital la “Síntesis sobre la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia que peregrina en España”. Tras un par de años de reflexión y trabajo, los obispos españoles piensan que la única cosa importante que se ha de decir sobre las personas y colectivos LGBTIQ, es la siguiente: “la necesidad de que la acogida esté más cuidada en el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus circunstancias personales por razón de su situación familiar –se muestra con fuerza la preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su orientación sexual. Sentimos que, como Iglesia, lejos de quedarnos en colectivos identitarios que difuminan los rostros, hemos de mirar, acoger y acompañar a cada persona en su situación concreta”. ¿No hay nada más que decir sobre los católicos LGBTIQ de España? ¿Estas palabras expresan la realidad de los creyentes diversos en nuestro país? ¿En ellas se apoya, respalda y favorece una pastoral de la diversidad?.
Como puedes comprobar, por estas recientes declaraciones y su aportación al Sínodo, los obispos españoles no tienen ningún interés en comenzar en sus iglesias particulares una pastoral de la diversidad. Más bien, defienden explícitamente que en sus diócesis no tienen cabida otros modelos de familia y de unión matrimonial, que no sea el heterosexual. Estos son ejemplos muy claros y actuales, de que la doctrina que el Catecismo presenta sobre la homosexualidad, sigue aún vigente y poniéndose en práctica en la iglesia católica, sin ningún deseo de ser revisada y modificada.
Creo que con este vídeo y artículo ha quedado claro mi posicionamiento teológico y mi opinión personal respecto a este tema. Una opinión que, vuelvo a repetir, no tienen porque compartir aquellos miembros de los grupos católicos LGBTIQ, que no quieran hacerlo. De la misma manera que yo, ejerciendo mi propio sentido crítico, manifiesto pública y abiertamente mi opinión, poniendo en evidencia que no comparto algunos de sus planteamientos. Lo cual es posible porque, a diferencia de lo que ocurre en la iglesia católica, donde la opinión de los fieles laicos no es tenida en cuenta, vivo en un país libre y democrático, en el que la opinión de cada individuo y su libertad de expresión están protegidas por la ley. Una sociedad que promueve y protege los derechos y libertades de las personas LGBTIQ. Algo que la iglesia católica no está dispuesta a hacer. ¡Dios quiera que surjan muchos laicos, religiosas, sacerdotes, etc., que yendo por libre, manifiesten pública y abiertamente su opinión crítica y diferente, a la que tienen quienes, también libremente, prefieren seguir las directrices de los jerarcas católicos! Ante todo, la libertad de los hijos de Dios.
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