Wilmer nació en Barranquilla
Soy gay y llevo a mi familia a la
Marcha del Orgullo para enseñarles sobre tolerancia
El autor de la nota, un joven de la ciudad colombiana de Barranquilla, explica cómo asistir al tradicional Pride junto a sus hermanos fue parte del proceso de salir del clóset ante su familia. Su misión es “educarlos” sobre diversidad sexual, explica, algo que dice todos deberíamos hacer con nuestro entorno.
Ir por primera vez a una Marcha del Orgullo se parece a ir a un bar gay: uno se siente expuesto. Cuando sales a la calle a marchar, hay un riesgo alto de que te vean, reconozcan y lleguen con comentarios hasta tus padres. Más en una ciudad pequeña como en la que yo nací, Barranquilla, la cuarta más grande de Colombia. En el 2019, con 24 años, tuve la oportunidad de ir al Pride, nunca había ido y decidí llevar conmigo a mis dos hermanos, que no son gays.
Cualquiera que llega a un lugar nuevo, se siente más seguro si va con personas que lo hagan sentir en confianza. En ellos fue así. Ir solo los tres no era la mejor opción, pensaba que podría sentirse incómodos, así que invité también a unas primas, dos amigas, en total éramos como siete personas, yo el único gay del grupo. A Roberto, mi hermano menor, le presté una camiseta que decía “Pride” y a Daniel, que me sigue en edad, le presté una tropical, con flores estampadas. Ellos querían ir coloridos, vestidos para la ocasión.
Ya en plena marcha, tras dejar el Parque Luis Carlos Galán, el habitual punto de partida, los dos arrojaban miradas de divertida complicidad, para ellos todo era nuevo, ver hombres en tacones, drags queen, demostraciones de afecto entre mujeres con mujeres y hombres con hombres. Todo era sorpresa, parecían niños en un centro comercial. Pero en ningún momento tuvieron una mala actitud, para los dos fue la posibilidad de descubrir una parte de la ciudad y su gente que ellos desconocían. En la carrera 44, la ruta de la marcha, todo empezó a ser fiesta y alegría, nos tomamos fotos, bailamos, cantamos, disfrutamos del recorrido hasta que llegamos a la Plaza de la Paz. Allí el grupo se dispersó, ellos se fueron para otra parte y yo de fiesta con una amiga.
Que mi primera vez en la marcha del Orgullo haya sido con mis hermanos tenía un valor añadido. En aquel entonces estaba con un novio que no quiso ir por temor a exponerse, mi mejor amigo también se quedó en casa, por riesgo de que se enterara su familia. Me di cuenta de que aunque el Orgullo es una celebración para nosotros, muchos que quieren ir prefieren evitarlo, tal vez porque significa un cambio a otro nivel, que la sociedad nos reconozca. A eso apuntan muchos miedos: “¿Y si llega a oídos de mi familia, de mis seres queridos?”.
Con Daniel y Roberto entramos en debates, discusiones muy sanas, diría yo. Ellos a veces se imponen como una barrera, de pronto cuando ven algo o alguien que no se adapta a los moldes heteronormativos. Yo, en mi día a día, me veo quizás muy heteronormado, pero a veces me maquillo y me visto de forma poco convencional para mi familia. Entonces mis hermanos creen a veces que me excedo, pero siempre intento explicarles. Les enseño, por ejemplo, que si un hombre tiene el tono de voz distinto al que tú crees que debe ser el tono de un hombre, no significa que esté mal.
También les digo que aunque ellos no tengan un reproche hacia mí porque me han visto crecer durante veintipico años, no saben del bullying que viví en el colegio y a veces en la vida laboral por mi forma de hablar o vestir. “Ustedes me han visto toda la vida y para ustedes soy quien soy, sin peros ni nada”, les digo.
Entonces a mis hermanos de alguna forma intento “educarlos” amablemente y mostrarles con ejemplos cómo la diversidad puede ser parte de sus vidas, sin complejos ni señalamientos. Yo jamás los he escuchado burlándose de nadie. Creo que llevarlos a la Marcha también les hace ver que no se trata de un asunto mío, sino que hay otras personas marchando con distintos propósitos. Al final, todos hacemos parte de la diversidad y espacios como el Pride nos permiten levantar la voz, decir que aquí estamos, existimos y hacemos parte de tu día a día aunque te cueste aceptarlo.
El día que salí del clóset
Con mis padres a veces no es tan divertido. Ha sido un proceso, hasta el sol de hoy sigue siéndolo. Cuando salí del clóset, el 20 de julio de 2014, tenía 19 años. Ese día no sólo les conté a mis papás que era gay, sino que de niño había sido abusado sexualmente por un familiar. Fue una doble noticia impactante.
Mis padres son de Santander, personas con carácter fuerte, de costumbres tradicionales. Llegaron a Barranquilla y abrieron una tienda de barrio en Chiquinquirá, un sector con muchos prejuicios donde se asocia a la homosexualidad con temas de prostitución y “noche”. Cuando les di la noticia, para ellos se traducía en que yo andaba en malos pasos. En principio se volvieron meticulosos, vigilantes. Intentaron “curarme” con oraciones. Una psicóloga les dijo que la homosexualidad era una de mis características: no había nada que curar.
Mi papá no es expresivo, no es muy cariñoso. Tiene 72 años, creció en el campo, en una familia de más o menos 20 hermanos, en la que te ibas de la casa al cumplir los 12 o 14. Su paternidad no fue con tantos hijos pero sí muy desprendida, aunque siempre ha estado con nosotros. Pero ese día, por un tema personal en la casa, nos dijo a todos que nos quería, y que aunque no fuera muy expresivo ni lo dijera a diario, ese era su sentimiento. Entonces encontré la oportunidad. “Ahora o nunca”, me dije.
En medio de lágrimas les conté que era gay. Daniel, con quien me llevo un año, fue muy chistoso: dijo que ya lo sabía, “por eso es que no hablas de chicas conmigo”. Mi otro hermano, más niño, fue más bien neutral.
Antes nos entendíamos menos. Si Daniel me hablaba de una chica, evadía el tema por desinterés. Pero después ya pudimos contarnos tranquilamente si nos gustaba alguien, o si estábamos saliendo con alguien.
Por si acaso, yo tenía un segundo plan. Estaba comenzando un semestre de la universidad. Pensé que si me echaban de la casa, acudiría a una media hermana mayor para que me recibiera. Y tenía un semestre entero para pensar cómo me pagaba el siguiente. Por suerte no fue así. Hoy en día mi mamá está orgullosa por todo lo que he logrado, y en Instagram ya ve todo lo que hago. Hace unos meses me gradué de una maestría, que pagamos mitad y mitad entre mi padre y yo.
Pero ellos no fueron igual de receptivos que mis hermanos, claro. Mi papá llegó a pensar que iba a hacer una transición a mujer. Les expliqué que ese no era mi proceso, diferente al de quien quiera hacer una transición de género. Les hablé de las siglas LGBT y lo que significaban. “Me siento bien con mi forma de ser, de vestir y expresarme”, les dije.
Sumar fuerzas a la lucha LGBT
En el tema del abuso muchos han querido cruzar una línea preguntándome detalles. Yo digo que eso no es lo importante, prefiero centrarme más en las lecciones aprendidas que en lo vivido. Lo importante es proteger a los niños y entender que estas situaciones ocurren a diario por manos de personas cercanas a su ambiente.
Al momento de decírselo a mis padres ya lo había sanado en mí. Sabía que no significaba que el abuso me “convirtió” o hizo algún efecto. Asimilé mi sexualidad y entendí que eso, el abuso, no tuvo que suceder nunca.
El bullying en el colegio tiene que ver con la ignorancia y la educación sexual. Ni mis compañeros ni yo sabíamos lo que estaba pasando. Me dijeron “marica, gay”, pero entiendo que por desconocimiento. Yo sabía que era diferente: mi grupo de amigos no eran los que jugaban fútbol, eran mayoritariamente niñas, y yo podía expresarme distinto, con una expresión más abierta, no me apenaba de hablar en público y estaba dispuesto a cualquier cosa en los actos cívicos escolares.
Al no encajar me señalaron. Culpo a la educación. En los colegios difícilmente hablan de diversidad, hablan de hombre, mujer y heterosexualidad: fin. Hoy hablan más de diversidad, aunque no de forma muy directa. El bullying es alimentado por eso. Y en el trabajo lo he vivido: una vez me quejé en Recursos Humanos de una empresa donde me hicieron stickers para burlarse de mí. En algunos casos pongo mi historia sobre la mesa, y llego incluso a molestarme, para decirles a colegas en qué no estoy de acuerdo.
A veces los heteros se creen galanes y que todos van a gustar de ellos. Una vez tuve un compañero de oficina que decía que nunca había trabajado con un gay y no sabía cómo reaccionar. Le dije que sí como a ti no te gustan todas las mujeres, a mí no me gustan todos los hombres.
De todas formas, pese a algunas malas experiencias, creo que hay que incluir a las personas heterosexuales en nuestra lucha. Tengo al respecto un pensamiento estratégico. Este año hablaré con mis hermanos para ver si me acompañan otra vez a la marcha (en el 2020 y 2021 por motivos pandémicos no se realizó). Me gusta invitar, sumar fuerzas. Es una lucha de todos. No puedo desentenderme tampoco de la lucha racial o la lucha feminista. Entre más fuerza y apoyo, mejor. Utilizo esta fecha para empoderarme, pero también para enviar un mensaje a otras personas. En el mes del Orgullo es fácil que quienes no han vivido la discriminación quieran minimizarlo.
Todos los 20 de julio hago un evento, un live en Instagram para conmemorar otro aniversario de mi independencia, como le llamo. El primero fue una entrevista con mis hermanos para hablar de su perspectiva. He hablado con profesionales también. Espero pronto hacer uno con mi madre. Para mis padres antes las personas LGBT no tenían un horizonte claro. Ahora lo ven distinto. Nos falta ser más abiertos con ciertos temas. Pero es un proceso, como dije, y al tener a un hijo de referente su perspectiva de la diversidad sexual se ha ampliado. Seguiré trabajando para que las familias de todos los miembros del colectivo LGBT sean igual de inclusivos.
|