Desde 2020 han ocurrido muchas cosas en Cuba: los estragos de la pandemia, el hundimiento de la economía con el congelamiento del turismo, la unificación monetaria dentro de la llamada Tarea Ordenamiento (reformas económicas), la acumulación de la tensión colectiva y las jornadas de protestas del 11 y 12 de julio de 2021. Cuba cambia vertiginosamente, lo que una vez era legal puede de súbito dejar de serlo, lo que ha estado prohibido cobra mayor popularidad en el mercado negro, y lo que ha sido impopular puede terminar siendo una opción de sobrevivencia.
Una se adapta a esa rutina de disposiciones cada vez más absurdas que el cubano sigue con automatismo y que tanto resuena si vienes de otro país. Yo, por ejemplo, había salido al extranjero y regresé después de dos años. Un círculo cercano de amigos abandonaron el país y rehacen sus vidas en el extranjero. Aquellos que quedan en Cuba me recomendaron no volver. Otros me advirtieron “que me preparara”, porque “todo estaba cada día peor”. No faltaron los mensajes de “trae leche en polvo para el niño”, “asegura vitaminas, antibióticos, antihistamínicos”, “consigue test de antígenos”.
Lo primero que noté al llegar fue un cambio radical en la geografía humana de la ciudad. Los sitios de recreo (Vedado, Malecón, La Habana Vieja) estaban vacíos. “No hay dinero”, me contestaban cuando preguntaba por lugares conocidos. Tras la unificación monetaria y la inflación, una cerveza puede costar 250 pesos, una pizza napolitana, 300. Para un salario mínimo de 2 100 pesos estos productos son inalcanzables. Por otro lado, los lugares de tránsito común están ahora abarrotados: gente sentada, gente parada, gente en diferentes posturas de espera. Esperando por el transporte, por pan, por galletas, por picadillo, por aceite, por huevos. Gente mayor, gente joven, hombres, mujeres, niños.
En una ocasión me visitó una pareja amiga. Hablamos de encontrarnos un sábado. “El sábado no, ese día lo planificamos para hacer la cola del pollo, en el Vedado”. Cuando pregunté por qué en el Vedado, si ellos vivían en otro municipio, me contestaron: “En el Vedado las colas son más tranquilas, más seguras. La gente no se faja tanto. Esperas las mismas 6 horas, pero relajado”.
A las tres semanas de la conversación mis amigos no tenían más esa posibilidad. El Gobierno habanero dispuso la compra de productos de primera necesidad estrictamente por municipios y en los puntos de venta asignados según la libreta de abastecimiento, esa especie de cartilla de racionamiento sin la que el cubano de a pie no puede imaginar su día a día.
Sin colas es también difícil imaginarse el día a día del cubano, al menos del cubano sin acceso a moneda libremente convertible (MLC).
No obstante, la resistencia del cubano suele ser sorprendente, y siempre hay quien aprende a esquivar obstáculos “y le da la luz” a los demás. A sitios estatales de ventas online como la tienda TuEnvio, varios usuarios le han hecho aplicaciones para sortear el mal funcionamiento de la web y agilizar la compra: “Combo virtual”, “VirtualShop”, “Tu combo”, “Combo Plus”, “Mi carrito”, “Comprando en Cuba”.
Cuando existe menor oferta y los productos desaparecen de los carritos de compra virtuales más rápido de lo habitual, el cubano encuentra otras estrategias. Un vecino ha desarrollado un algoritmo con los teléfonos celulares de toda su familia para acceder, todos a la vez y cada uno con su respectiva apk. Accede a los combos y ofertas y puedes escucharlo vociferando temeroso de que se ralentice Internet: “¡dale clic ahora, dale que se va!”. Es como una lotería, y su ocupación diaria. Si compra más combos de los esperados, por los propios fallos del sistema, los revende a los vecinos que no tienen ni MLC ni megas para acceder a mercados online. De no haber conseguido “pescar” un combo, mi vecino insiste puntualmente al día siguiente, en cuanto las ofertas aparecen en línea.
Pareciera irracional, pero para el cubano de a pie estas estrategias significan la sobrevivencia misma: en una tienda en MLC un paquete de pollo puede costar 8 MLC, en una tienda en pesos cubanos, 250 CUP. La diferencia en más de 700 pesos cubanos convence a muchos a madrugadas de espera para adquirir aceite, pollo o aseo a precios más económicos en las tiendas establecidas para distribuirlo de forma regulada. Además, esto tiene ramificaciones más serias cuando se considera la economía a nivel individual. Pongamos un ejemplo en el momento del famoso Ordenamiento: una persona que tuviera 1 000 CUC (alrededor de 1 000 dólares estadounidenses) en el banco en diciembre de 2020, ante su inminente desaparición lo cambiaría a razón de 25 x 1, y tendría 25 mil pesos cubanos. Ante la devaluación del peso cubano, ese monto un poco más de un año después, a razón de 1 dólar por 107 pesos cubanos, equivale a 221 dólares, un cuarto de la suma inicial en CUC.
Pero no solo las personas han cambiado sus finanzas, gestiones y rituales para precarios ejercicios de sobrevivencia, la ciudad misma ha cambiado radicalmente. En un municipio, al menos siete puntos de venta y seis cadenas estatales (como Ditú, Sylvain, Trimagen, Dulcinea, Cupet), entre otras tiendas que antes comercializaban con la extinta moneda CUC y que quedaron para vender en pesos cubanos (y no en MLC), están por el momento inoperantes. Siguen “funcionales”: permanecen abiertas con estantes llenos de un mismo producto no básico, tienen electricidad, de dos a cinco trabajadores, normalmente sentados, conversando. Los equipos de refrigeración que solían conservar alimentos perecederos se mantienen conectados, incluso algunos con sus puertas abiertas para ayudar a los “vendedores” a paliar el calor.
Las decisiones estatales no modificaron solamente dónde y cómo comprar para el cubano, sino también qué comer. Es lo que ha pasado con la carne de cerdo, tan popular en la gastronomía cubana, pero que en los últimos tres años ha disminuido en dos tercios su producción nacional, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
En 2020, el Estado decidió recentralizar los sectores de producción de alimentos, una de las medidas vinculadas a la importación fue el recorte del pienso porcino, al menos la fracción correspondiente al sector privado. La industria porcina privada perdió casi la totalidad de su producción: en 2021 ocurrió un desplome de un 74 % en las cabezas entregadas. Con ello, la Administración no modificó solamente la producción porcina desde un punto de vista económico, sino que varió un componente importante de la identidad alimentaria cubana. Desde entonces y cada vez más, la dieta cárnica del cubano se ha compuesto de pollo en sus más diversas y creativas elaboraciones. No en vano mi vecina protesta en forma jocosa “nos van a salir alas”, “ahorita cacareamos”.
Como resultado de décadas de administración fallida pero, sobre todo, de los últimos dos años, en Cuba hay tanta desigualdad que existe un mínimo grupo viviendo muy bien: tiene naturalizado viajar, transportarse en una especie de Uber cubano, pedir comida a domicilio, visitar emprendimientos orgánicos, recibir clases de yoga, ir a fiestas exclusivas. Otro grupo mayoritario ha perdido el acceso económico medio (a los alimentos y otros servicios) y comienza a hacer malabares. Y un tercero, compuesto muchas veces por ancianos, pensionados, personas en condiciones de vulnerabilidad, se ve cada vez más imposibilitado de acceder física, digital y económicamente a los mercados de los que hemos estado hablando.
La depresión y fatalismo que sentía en los mensajes de mis amigos antes de llegar pueden palparse en las muestras de la desesperanza que abunda en la ciudad y que respira este último grupo. En mi cuadra hay tres casas en venta con todo lo que tienen dentro. Sus habitantes esperan poder ganar lo suficiente para costearse los pasajes de toda la familia y recomenzar en otro lugar que, al menos, no les condene a una vida en colas.