Christian Uriel García Trejo, de 21 años, pertenece a una comunidad otomí de la sierra de Hidalgo, donde la diversidad sexual y de género es impronunciable, pero este sábado en el corazón de Ciudad de México se sintió en casa. “Es una sensación muy bonita, sentirte cobijado realmente, como en familia, con los míos”, dice. Detrás de él, el Ángel de la Independencia repleto de banderas y colores, hacen visible la existencia de la comunidad LGTBIQ que celebra su día con orgullo y resistencia.
Las identidades y expresiones de género y sexualidad diversas podían verse por todas las calles del centro. La avenida Reforma repleta y el Zócalo a reventar. En su primera marcha del orgullo, García Trejo decidió hacerlo por la doble violencia que vive su comunidad. “Yo estoy marchando por la comunidad indígena porque aún al ser una minoría violentada, dentro de esa minoría, existe otra que es dos veces rechazada”, expone mientras sostiene uno de los pocos carteles que se notan en la manifestación, la más concurrida después de dos años de pandemia.
Lo que más resalta son los colores y la libertad para expresar el verdadero ser. Hay desde quien viste el outfit más espectacular y revelador hasta quien se deshace en lágrimas con un abrazo. La posibilidad está y muchas la toman. “Abrazos de mamá”, dice un letrero que Linda Laura González Reyes decidió llevar a la primera marcha a la que va con sus hijas. Una chica se acerca por el abrazo sin esperar las palabras con las que va acompañado.
—Te quiero mucho, vales mucho, estoy orgullosa de ti.
—Ya no me diga más porque voy a llorar.
—También yo.
Envuelta en lágrimas, la mujer de 42 años despide a la joven que continúa su recorrido al Zócalo. “Son palabras que a veces los chicos no escuchan en su propia casa y eso es feo. Lloro porque al escuchar que me digan eso, no me podría imaginar a mis hijas pasando por la misma situación. Si para ellas fue difícil decirme, me imagino para otros chicos que tienen padres violentos o que no entienden. Somos de la vieja escuela, pero tienen que cambiar las cosas”, asegura.
Después de 18 años protestando en el día del orgullo, a Isaac le sorprende ahora ver a familias tomándose la foto. “Tengo cuarenta y tantos años y he venido a las marchas desde 2004 y antes no era así. He visto la transformación en los chicos, como ahora se desenvuelven, como peces en el agua”, expone el actor. “Digo, qué padre, pero también son emociones encontradas porque a mí me costó mucho, me aventé a mi familia a los 14 años, un día antes de cumplirlos, y tuve que pagar un precio muy alto”, confiesa.
A unas calles, Emilio López, de 20 años, cuenta que aún no consigue que su familia acepte que es gay, sin embargo, su mayor miedo está en las calles. “Me da terror porque hace poco cerca de mi casa le echaron ácido a un chico. Es como un pueblo, hace falta muchísimo todavía, en mi Estado no hay ni siquiera matrimonio igualitario”, comenta el joven que vive en Tlalnepantla, Estado de México. ”Me gusta ver todo colorido porque así es como nos hacemos notar, pero siempre hemos existido. Esto se acaba en un día, pero te aseguro que mañana le van a faltar el respeto a alguien que se maquilló o a una pareja que se demuestre su afecto en público”, advierte estudiante de ingeniería mecánica.
Desde las 8 de la mañana y hasta que cayó la noche, integrantes de la comunidad LGTBIQ tomaron el centro de Ciudad de México. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, encabezó el banderazo, abucheada por muchos de los presentes. Hubo perreo, fiesta y conciertos. Disfraces, plumas y glitter de todos los colores. Tangas, pezones y adrenalina. Todo a plena luz del día y luego, con el cobijo de la noche. Esa fue su mayor protesta, expresarse, “y la que soporte”, como se escuchaba muchas veces entre los asistentes.