Francisco Almagro Domínguez
Finalmente el régimen cubano ha definido qué hacer con Maikel Castillo y Luis Manuel Otero Alcántara, dos jóvenes artistas afrodescendientes, crecidos en hogares humildes, contestatarios a través de la música y las artes plásticas, respectivamente. Se ha hecho lo único que bien saben hacer —¿o pueden?— cuando alguien rompe el silencio del barracón: cercenarle las cuerdas vocales de la dignidad. Ha tenido el régimen, además, todo el tiempo y todos los recursos para pensar la forma más eficaz y aleccionadora de enterrar las esperanzas del resto de la dotación; enseñarles a los cautivos que los instrumentos están a punto, y que los van a usar sin que invada vacilación alguna.
Toda la represión y el desastre socio-económico que ocurren en la Isla era previsible hace años, cuando desde el propio régimen el ex general-presidente, con esa muy llana manera de decir las peores cosas, anunció estar al borde del abismo, y que algo debía hacerse. Fuera o no su intención, los continuistas leyeron que se trataba de poner más cepos, repartir bichoebuey, y desentenderse de los que “cogieran pal monte”; un cimarrón es una boca menos y un potencial proveedor para quienes quedan en la Hacienda.
En silencio han querido que sea un final nada feliz para la plantación llamada Involución cubana. Oportunidades para cambiar las cosas y evitar odios y venganzas han tenido a montones. No es que las hayan desperdiciado. Es que ha faltado valor moral y político para reconocerse superados por la historia; anteponer intereses personales y miedos a la voluntad de todo un pueblo, encimarronado como nunca antes: más de 140.000 cubanos llegados a Estados Unidos en menos de un año.
Que el silencio y la “paz” sean rotos por opositores al régimen es algo que cualquier órgano represivo que se precie de serlo debe atender como prioridad. En el caso que nos ocupa, el monitoreo constante y disonante de todos los contrarios a la Involución demanda la mayor cantidad de recursos humanos y materiales. Podrán faltar la luz, el agua y el gas licuado. Pero para la “técnica” no hay ausencia de casi nada. Cada disidente debe tener un “compañero que lo atiende”, y a veces llegan a tener una relación de “esquizofrénica amistad”. ¿En serio creen que alcanzarán los compañeros para atender una población desafecta que crece exponencialmente?
Y hablando de gas licuado, siempre hay una Amelia Calzadilla que, como el león del cuento, es sordo y fastidia la fiesta. Es a estos imponderables humanos a los que un régimen en control total no puede callar de repente porque surgen donde nadie los espera y con… ¡cada cosa! Algo tan sencillo como gas licuado para cocinar o luz eléctrica para encender el “módulo de cocción” que trajo la inefable Revolución Energética desatan la algarabía contestataria en las redes sociales. También para una acción tan espontánea como esa hay recursos todavía: una citación, simple, casi inocente, y un par de amenazas virtuales. ¿Creen que no surgirán otras Amelias? ¿Podrán citar a las sedes gubernamentales provinciales a todas las madres que no tienen gas ni electricidad para cocinar?
No escapan del tapaboca quienes desde la distancia son críticos hacia la regencia absoluta. Desde medidas “activas” hasta el fusilamiento moral fuera y dentro de la Isla son empleados para silenciar los discursos alternativos. Todos los que se oponen al gobierno-partido único son apátridas, mercenarios, agentes de la CIA, amiguitos de Superman y la Mujer Maravilla. Cada revista digital, página, blog o mensaje que roce el discurso dominante es bloqueada; en el mejor de los casos, enfrentados sin publicar la contraparte original. Liquidar al mensajero para callar el mensaje. ¿Pensarán, de verdad, que todos los que se les oponen “viven de esto”? ¿Apuestan al cansancio de quienes sufren la nostalgia del exilio impuesto?
Pero los “mudos más peligrosos” de la Isla están dentro del régimen. Son los mismísimos generales, ministros, militantes, profesores, abogados, intelectuales que saben cómo nadie lo mal que va todo, y que puede ir peor gracias a la Continuidad. En la medida que es más evidente el fracaso, la pérdida de rumbo, la inmovilidad y la frustración ciudadana, son las elites medias y superiores —la brecha con el pueblo aumenta— quienes se sienten más cautivos del sinsentido, y como consecuencia, con mayores deseos de “soltar la lengua”. No es difícil imaginar a ese ser humano, decente, capaz, atrapado en un dilema moral: apoyar un régimen criminal en público, y en la tranquilidad del hogar, junto a sus hijos, saberse cómplice de la infelicidad de quienes ama.
Se ha dicho que el 11J fue un despertar del pueblo cubano, y es cierto, pero las mayores bajas para la Involución estuvieron entre sus propias filas, pues por mucha propaganda y juicios ejemplarizantes que se hagan, debe haber todavía una gran reserva moral en hombres y mujeres que entregaron sus vidas al ideal comunista que se habrán preguntado hasta cuándo y por qué; cientos de miles que si no despertaron con los fusilamientos del 89, y la caída del muro berlinés, ahora, al ver el nivel de improvisación, las imágenes de policías y ciudadanos “cayéndole en pandilla” a niños, mujeres y ancianos que coreaban libertad, deben haber engrosado las invisibles filas de la oposición “desleal”.
Para ellos se ha hecho esta “fiesta” de represión ideológica y carcelaria. La historia enseña, al contrario del materialismo histórico de manual, que son las elites las que comienzan y acaban con el poder. Colocar al mayoral en el balcón de la Casa Hacienda como un espanta-sublevaciones no callará los murmullos en el barracón; hacer misas apócrifas con reliquias del Difunto no devolverá a los hombres la esperanza. Poco pueden hacer quienes hasta las cuerdas vocales de ser personas les han sido confiscadas. Pero el silencio en la casona de la plantación es otra cosa. Allí están, paradójicamente, los primeros y más importantes cautivos… y quizás todavía pueden gritar.