NI DULCE NI PRÓSPERA ISLA MÍA
La caña de azúcar es en la Cuba de hoy una planta exótica. Y aquellos cuadros donde se ve un mar verde y allá, al final, la silueta esbelta de un ingenio azucarero con su alta chimenea soltando humo, son cosas de otro siglo, que los nacidos hoy, o hace diez años, no van a conocer.
Aquel esplendor se acabó. Aquella prosperidad terminó. La mutilaron con rabia, solamente para llevarle la contraria a Celia Cruz, que iba repartiendo nuestra azúcar por el mundo. Pero los fidelistas rencorosos, tan ineptos como su jefe, prefirieron terminar de una vez por todas con la industria y con el producto.
¿Sería el único remedio que encontraron a la larga para que la historia olvide la campaña demencial del doctor Fidel Castro de hacer los diez millones de toneladas de azúcar y no recordarla con vergüenza? Menos mal que no se logró. Hubiéramos sido el único pueblo diabético del Caribe y las Américas.
Algo pasó. Una furia ciega, un disparo de nieve, un odio irreprimible a lo que los locutores radiales y muchísimos periodistas bautizaron como “la dulce gramínea”. Lo cierto es que el largo y antiguo trayecto que realizara la caña desde Nueva Guinea pasando por el Sureste Asiático y la India occidental, encontró la muerte silenciosa en aquel endemoniado sitio que Cristóbal Colón, alucinado o bajo los efectos nocivos del tabaco, llamara “la tierra más fermosa que ojos humanos vieron”. No imaginaba lo que vendría después.
Lo cierto es que los triunfantes rebeldes y los tiernos pichones del hombre nuevo, abolieron después el monocultivo, aquella lacra del pasado, de la única forma grotesca que sabían: acabando con el cultivo. Quedaron siendo solamente monos. Ahora las guardarrayas pertenecen al folclor.
Un país que creció con la caña, coño, y ahora, en el caño, frunce el ceño y la gente se ciñe el cinturón. Los alegres muchachones de la Sierra Maestra, con su divertida ignorancia y su disposición de hundirlo todo, borrarlo todo, porque un alemán inútil había escrito que la burguesía era malísima y un pichón de gallego tan inútil como el alemán –mantenidos ambos, o los tres, porque cuento al ruso calvo del chivito– arrebataron ingenios, centrales, carretas y carretones, trapiches y timbiriches y se acabó el querer y la dulzura. Una isla que exportó azúcar ahora tiene que importarla, porque a los que mandan no les importa.
Se han propuesto acabar con el capitalismo de una vez por todas y lo están logrando. Cuba está a las puertas del feudalismo nuevamente. Y, aunque algunas partes del pasado son malas, sobre todo las partes que deciden ellos, es hermoso hacer homenaje a los pedacitos buenos. Por eso “Cuba produjo este año menos azúcar que cuando la Guerra de los Diez Años”. En cualquier momento Carlos Manuel de Céspedes toca la campana de la Demajagua.
En un par de años desaparecerá también la fabricación de bebidas espirituosas. El aguardiente, el ron peleón, los rones finos, se evaporarán, como se evapora la memoria al día siguiente de una bebezón, y los cubanos sentirán entonces los efectos de una inexplicable resaca, la resaca de todo lo vivido, la resaca que dejará la ineptitud y abulia de los que han desgobernado desde 1959. Si alguien no comienza a destilar ron de romerillo, los curdas de la isla y los turistas que piensan visitarla para entonarse y ponerse a bailar salsa con sus dos pies derechos, son candidatos a la frustración. De ahí al siquiatra solamente hay media línea.
¿Qué sucedió? ¿Por qué la isla tan verde como sus cañas es ahora tan gris como sus dirigentes? ¿Chí lo sá? Un viejo proverbio afirma que “cuando el burro no es de nadie, se muere de hambre”. Todo pasó a las manos todopoderosas del estado, el estado era el pueblo, el ejército es el pueblo uniformado y desinformado y nadie sabe nada, nadie responde, allí fumé y yo no fui.
Todos los hombres del rey y la infinita cantera de tarados que han querido ser dirigentes de esa revolución, nombre con el que se conoce a los arrebatos egocéntricos del hijo de Ángel y de Lina, parecen repetir mentalmente la coartada que dieron en aquel juicio absurdo algunos integrantes de la Brigada 2506 que desembarcaron en Playa Girón: “Yo vine de cocinero”. Se jeringó todo para siempre. Algunos dicen que el bloqueo, que es la justificación de oro para cuando las gallinas no ponen, las vacas no paren y los jefes no piensan. Y como existe la voluntad de primero hundirse en el mar a renunciar a las glorias que se han vivido, cataplún, pal pozo, directos al abismo.
Ya nadie recordará en unos años aquel gesto folclórico de convivencia vecinal en que uno tocaba a la puerta de la vecina para pedirle prestado un poquito de azúcar. Aunque, para ser justos, desde hace mucho tiempo nadie pide nada prestado al vecino ni a nadie para no recibir miradas de odio. El cubano ya no pide ni asistencia médica. Ni siquiera la dulzura que flotaba en el aire, que se olía en los gestos. Las mujeres cubanas, otrora las perlas del edén, están perdiendo el melao al caminar, porque aquellos ingenios son ruinas, cementerios de óxido.
El encargado de ultimar lo fulminado, el supuesto presidente designado a dedo ha declarado, sin que se le trabe la luenga lengua lo siguiente: “Si la deriva actual continúa, en dos zafras no habrá caña para hacer azúcar en Cuba”. Un burócrata de cuarta fue el escogido para declarar el desastre: “únicamente tres de los 35 centrales que molieron caña en esta zafra cumplieron el plan, el 'Melanio Hernández', de Sancti Spíritus; el '14 de Julio', de Cienfuegos, y el 'Boris Luis Santa Coloma', de Mayabeque”. Cocheros, a Palacio. Ya la caña dejó de estar a tres trozos.
Y Celia, nuestra Celia, que diseminó con tanto amor nuestra amarga dulzura por el mundo, allá en el cielo callará llorando. Aquel grito de su sangre cubana cuando su voz mencionaba el azúcar, no tiene ya, desgraciadamente, sentido. Cuando lo diga, los cubanos del futuro no sabrán de qué está hablando.
A menos que sus discos vengan con un manual de historia de la caña y una cucharadita de azúcar. Azúcar prieta, que engorda menos.
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