El actual presidente de Cuba nunca debió decirlo.
“Es que estamos salaos con esto de la energía”, expresó Díaz-Canel durante una intervención en la última reunión de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
El gobernante siempre trata de lucir coloquial —que no lo es— es un esfuerzo por conectar con la población. Y es hay razones para que resulte difícil de asimilar esa concentración de poder —más allá de un vicepresidente que no cuenta y un primer ministro que cada vez es más visible aspira a sustituirlo— para quienes viven en la Isla.
En primer lugar, por una ausencia de un historial de méritos en un país que por décadas acostumbró a sus residentes al culto al héroe. Si es cierto que, desde que asumió el mando cotidiano y total, Raúl Castro se dedicó a destruir lo hecho por su hermano, el nombramiento de Díaz-Canel fue la culminación del plan.
El segundo factor es la situación política, social y económica que el actual mandatario ha sido incapaz no de resolver sino apenas enfrentar. Algo más activo en los últimos tiempos, ello no basta para borrar la imagen de funcionario que solo sirve para figurín en reuniones.
Se supone que esto no ocurriría en una nación cuyo gobierno se vanaglorió incesantemente en edificar una sociedad sobre sólidos principios científicos. Haití, Papa Doc, Castro y Cuba eran las antítesis antillanas que separaban a la historia de la geografía.
La menor aspiración y esperanza para los cubanos era pasar del militar al tecnócrata, de la ideología a la técnica. Pero el país se hunde no solo en la estulticia sino en el marasmo.
Volver a presagios, vaticinios, predicciones, supercherías evangélicas o repeticiones horoscoperas no ayuda a un país en busca de una definición mejor. Y es posible que en un futuro cercano sea utilizado por las sectas evangélicas existentes en la Isla como argumento para votar en contra en el referendo sobre el “Código de Familias”. No es la primera vez que dichos grupos recurren a tácticas de este tipo.
Pasar de la ausencia del mito al reino de la superstición puede resultar funesto para Díaz-Canel. Y los siniestros constantes, los derrumbes, las explosiones, los accidentes y rayos y las inundaciones no le ayudan. Solo falta un ciclón y se acabó la Isla, o Díaz-Canel.