La imponente pirámide funeraria de Emilio Bacardí Moreau, muerto el 28 de agosto de 1922, no está lejos del pedrusco mortuorio de Fidel Castro, el hombre que desmanteló el legado ronero y cultural de su familia.
Cien años después de la muerte del patriota, historiador y filántropo santiaguero, el mismo régimen que expropió las destilerías y edificios de Bacardí pretende rendir homenaje a quien fuera el primer alcalde republicano de Santiago de Cuba.
Homenajes y notas biográficas en los periódicos oficiales presentan ahora a Bacardí como una suerte de político precursor de las prácticas revolucionarias de 1959: se le atribuye un antiimperialismo furibundo, se minimiza su gestión empresarial y política, descartan el tema del ron, como un tabú, y casi lo catalogan como feminista, por pedir que las viudas de los mambises ocuparan cargos en el ayuntamiento.
Bacardí alcanzará para todo lo que el régimen cubano necesite, incluso para una "guerrita de la memoria" contra los herederos y directivos de la empresa, que actualmente tienen su sede en las islas Bermudas.
No obstante, investigar y citar a Bacardí supone jugar con fuego, pues no todos los que han contribuido al homenaje se han expresado en términos políticamente "deseables".
Algunos textos recuperan el meloso lenguaje de la crónica social de la República, además de echar mano de términos como patricio, eximio y patriarca, inconcebibles en los órganos oficiales del Partido Comunista.
La censura pone a los periodistas frente a un curioso dilema: deben reconstruir la historia del ron cubano fabricado por Bacardí, hablar de él como si todavía se destilara en la Isla y suspender toda referencia posterior a 1960.
"Si el ron cubano es el mejor del planeta", razona Cubadebate, "en Cuba el mejor es el de Santiago de Cuba, el que inició Facundo y que nos legara Don Emilio Bacardí Moreau", aseguran, sin mencionar las expropiaciones después del triunfo de la Revolución ni hablar de "marcas".
Al conmemorar su muerte, la revista Bohemia repite que la tumba inicial del patriota era "humilde hasta la extrañeza" –la frase es de Fernando Portuondo– pero olvidan hablar del suntuoso mausoleo de millonario que se le dedicó después, descrito apenas como una "simbólica estructura piramidal".
El "plato fuerte" de los homenajes fue la presentación, una vez más, de los dos tomos de Emilio Bacardí Moreau: de apasionado humanismo cubano, publicados en 2018 por la historiadora Olga Portuondo, una polémica biografía del patriota cuya distribución y venta se retrasó, hasta ser casi imposible de localizar en las librerías.
Con acierto, pero sirviendo a la apropiación oficial de figuras "incómodas", Portuondo introduce el trabajo de Bacardí como fundador del más antiguo museo cubano, además de autor de la monumental colección Crónicas de Santiago de Cuba y otros libros, ficcionales e históricos, de menor envergadura. Un intelectual y conspirador mambí, más que un político o un empresario.
Durante las conmemoraciones, no faltó quien recordara en voz baja al "cocotero profético" de Facundo Bacardí. Facundo, padre del clan Bacardí, fue el hombre que en 1862 acuñó el símbolo del murciélago para identificar su nueva técnica para destilar ron. En las inmediaciones de la fábrica plantó una palmera que sobrevivió a terremotos, guerras, incendios, independencias y cambios de bandera.
"La empresa vivirá en Cuba lo que viva el cocotero", decía la leyenda. El 14 de octubre de 1960, en vísperas del centenario de la empresa, el cocotero acabó de secarse y Fidel Castro expropió sin indemnización las dependencias de Bacardí.
Los miembros de la familia partieron al exilio, con la "receta secreta" del ron, mieles y cepas de levadura. Se han levantado varios procesos legales internacionales contra el Gobierno cubano, pero ninguno ha tenido resultado.
Hasta hoy, la marca más emblemática del ron cubano mantiene su producción en Estados Unidos, México, Puerto Rico, Italia y Bahamas, pero no en la Isla.
Este domingo, numerosos funcionarios, dirigentes del Partido, historiadores alineados con el régimen y algunos trabajadores del Centro Provincial de Patrimonio dieron por zanjado el homenaje frente al mausoleo del patriota en el cementerio de Santa Ifigenia.
Fustigados por el sol del oriente cubano, y tras los anacrónicos discursos de los miembros del Comité Central, ninguno de los asistentes pudo brindar por la memoria de don Emilio con un trago de ron Bacardí.