¿Para qué sirve la relación humana entre el Papa y Raúl Castro?
La expulsión del Superior de los jesuitas en Cuba es una amenaza en toda regla.
La expulsión del sacerdote David Pantaleón, Superior de los jesuitas en Cuba, es una decisión meditada al más alto nivel y una amenaza en toda regla. De nada ha servido esa relación humana con Raúl Castro de la que se hace eco el Papa Francisco, de nada servirá cuando dejen de funcionar las presiones y llegue la hora de la violencia contra las instituciones religiosas.
Todo parece indicar que nos encaminamos al peor escenario de represión a la libertad religiosa, una libertad que nunca han asumido como un derecho, que nunca han respetado. Cuba es un país donde el 67% de los ciudadanos conoce a alguien que profesa una religión y ha sido acosado, reprimido, amenazado u obstaculizado en su vida diaria por motivos relacionados con su fe, según se desprende de la Encuesta sobre Libertad Religiosa 2022, llevada a cabo por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).
Al expulsar al Superior de los jesuitas, la Oficina de Asuntos Religiosos, del Comité Central del gobernante partido comunista, manda un claro mensaje a la Conferencia Cubana de Religiosos: no se va a tolerar que ningún sacerdote o religiosa, en el ejercicio de su labor pastoral, vaya más allá de los límites impuestos por la dictadura.
Si la víctima de la no renovación del visado es un superior de la Compañía de Jesús, la orden dónde se gestó la vocación del Papa Francisco, qué podemos esperar para dominicos, franciscanos, carmelitas y otras órdenes e institutos religiosos presentes en Cuba.
Con la negativa de extender la residencia al P. David Pantaleón se hace evidente que la dictadura está dispuesta a sacrificar, en aras del poder político, la imagen de relativa tolerancia religiosa que consiguió en las últimas décadas. La imagen es importante, pero en los tiempos que corren se ha convertido en un lujo que no se pueden permitir. Ante el hambre, las enfermedades y la fatiga, el fantasma del 11J revolotea y hace peligrar el poder, la supervivencia y el lujo de una reducida casta de funcionarios liderada por los herederos de Raúl Castro.
Hace unos años con el nombramiento cardenalicio del obispo Juan García, tan distante del perfil de Jaime Ortega, el Vaticano mandaba un mensaje sutil a los gobernantes cubanos que quizás no han sabido aquilatar en su justa medida, los tiempos del fervor diplomático encabezado por el fallecido cardenal pasaron. Aunque Francisco se abstenga de condenar la dictadura en público eso no significa que la diplomacia vaticana, más de una vez seducida por el espejismo de la apertura, se vaya a emplear con el entusiasmo que ha demostrado en otros momentos.
Roma, con la designación de Juan García, puso al régimen de La Habana en barbecho. La expulsión del padre David Pantaleón no solo certifica ese compás de espera, también marca un antes y un después en el talante de las relaciones Iglesia-Estado, que se estableció tras la visita de Juan Pablo II, logrando un cierto nivel de entendimiento y avance en algunos aspectos.
Un proceso que se ha estancado en los últimos años y que en la actualidad comienza a dar señales que acusan un marcado desgaste. La realidad es que la Iglesia no se ha convertido en el peón que la dirigencia comunista desearía ni el régimen se encamina a otra forma de gobierno que no sea, en esencia, la dictada por los manuales del marxismo- leninismo.
Con esta jugada, los comunistas cubanos acaban de ratificar que para ellos la coacción y la violencia es el único modo de abordar los problemas, pese a que cada vez son más los actores internacionales que los consideran un caso perdido. Ante la persecución que se avecina, debemos nuestra oración y solidaridad a los hermanos que permanecen en Cuba, ¡lo peor está por llegar, que Dios nos ayude a todos!
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