Por Francisco Acevedo
En definitiva, el Código de las Familias de Cuba fue aprobado tras una votación popular realizada el pasado domingo 25 de septiembre en toda la isla, luego de un sufragio parcial en el exterior, limitado a aquellos que se encuentran en misiones diplomáticas o como colaboradores oficialistas.
La primera votación popular que se realiza en el país tras las revueltas que sacudieron a la nación el pasado año fue vista con pesimismo por algunos, pero creo que hay muchas más cosas positivas para quienes queremos un cambio. Vayamos por partes.
En primer lugar, ya se sabe que levanta sospechas cualquier votación que se lleve a cabo en medio de una dictadura totalitaria, sin supervisión de organismo internacionales ni otros independientes dentro del mismo país.
Quiero seguir creyendo que las cifras oficiales dadas a conocer al día siguiente son reales (así me invita a pensarlo el resultado), aunque evidentemente no hay manera de saber si son ciento por ciento exactas. Mientras no existan pruebas de lo contrario, y eso es casi imposible aquí, no nos queda otra que pensar que no nos mienten.
Cuidado, eso no quiere decir que no necesitemos observadores internacionales en los comicios futuros ni que permanezca la sensación de democracia.
También se sabe que en Cuba todos los medios masivos de comunicación tienen un solo dueño, y ese abogaba por el SÍ, con fuertes campañas desde hace meses, que incluían un cintillo permanente con el hashtag CódigoSí en todos los canales de televisión y en todos los programas.
Se sabía que con una Constitución en la cual las libertades individuales brillan por su ausencia, un Código como el que se proponía es prácticamente letra muerta, porque sus integrantes carecen de derechos fundamentales y nadie garantiza que se cumplirá su letra, como se violan otros.
No obstante, las minorías sexuales, incluso algunos con una posición opuesta al régimen, declararon públicamente que votaron a favor porque se reconoce el matrimonio igualitario y otras dádivas no comparables con los muchos homosexuales que en seis décadas se han suicidado por su insoportable situación, los que sufrieron trabajos forzados por sus inclinaciones sexuales o fueron obligados a abandonar su patria por sentirse inadaptados.
Por eso es llamativo sobremanera que pesar de todo ese acoso, al que se suman los centros de trabajo para que nadie falte a las urnas, y en los propios colegios que cuando se acerca la hora del cierre van a los hogares tocando puerta por puerta a quien no ha acudido, al final “solo” haya votado el 74.01 por ciento de la población.
En cualquier lugar de este planeta ese es el promedio normal, pero en un país acostumbrado a sobrepasar el 95 por ciento de asistencia en cualquier elección, este bajón es bien notable, y se debe en gran medida al trabajo de sitios informativos como este y otros similares, junto a la labor diaria de influencers en las redes sociales, que ganan adeptos por día pese a los problemas de conectividad que persisten en la isla.
El llamado era sobre todo a no ir a votar, y fue esa quizás la mejor manera de demostrar la inconformidad con el día a día que se vive en el país, pero quienes trabajan para el Estado, que es la mayoría, se arriesga a perder su sustento si no firma como que votó, como ya han denunciado algunos que públicamente reconocieron haber rechazado el referendo.
Ahora bien, eso no queda ahí, pues de los poco más de seis millones de personas que fueron a ejercer su derecho, poco más de dos millones marcó en la casilla del NO, lo cual constituyó el 33.13 por ciento de las boletas válidas.
Sin embargo, a eso hay que sumar a los casi 360 mil cuyas papeletas fueron anuladas, lo cual es siempre visto como muestra de oposición.
O sea, que si sumamos los que dijeron NO expresamente, los que no fueron a votar (poco más de dos millones) y los que anularon su boleta, un total de cuatro millones 483 mil cubanos rechazaron la propuesta, más de la mitad de los ocho millones 425 mil empadronados.
Ya tenemos por ahí una cifra notable, pero no se puede olvidar a los que han abandonado el archipiélago en los últimos meses, monto calculado en centenares de miles de cubanos, la mayoría de ellos en edad de votar y con intenciones de inclinarse por el NO.
Y si contamos también a los casi dos millones de cubanos residentes en el exterior, cuyo derecho al voto no fue tomado en cuenta (tampoco) en esta ocasión, el fracaso hubiese sido de escándalo.
Sigo pensando que esos millones de personas al igual que yo no tienen prácticamente nada en contra del Código en sí, pero sencillamente no podemos tolerar un nuevo lavado de imagen de la dictadura.
Fíjese si es así que la propaganda se ha limitado a decir que fue aprobado. En ningún medio oficialista se habla de victoria del socialismo ni de apoyo a la Revolución, como es común cada vez que se vota hasta por el nombre de un equipo de pelota.
Sin dar tiempo a nada, al otro día se publicó en la Gaceta Oficial y se hizo efectivo, como si se quisiera pasar página lo más pronto posible, y ese proceder indica claramente que los gobernantes salieron con el rabo entre las patas.
Evidentemente hubiera sido más contundente el triunfo del NO, pero bastante se hizo frente a la catarata de propaganda, de figuras públicas que se sumaron a la campaña por el SÍ, y de la absoluta invisibilidad de cualquier otra opción por los medios cubanos de comunicación, además de la presión a los trabajadores asalariados.
Por eso creo que al final habló el pueblo cubano, y cada vez lo hará más alto y más claro.