Pronto se cumplirán dos años del ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021 y pareciera que todo estaba dicho y documentado sobre aquella aciaga jornada en la que una turba pretendió abortar la certificación de Joe Biden como presidente electo.
Sin embargo, en la última audiencia del comité del Congreso que investiga los hechos salieron a relucir más vídeos de las acciones de los golpistas y las gestiones que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el senador demócrata Chuck Schumer hicieron para poner freno a la asonada en medio del caos, el temor y la falta de información reinantes.
En dicha sesión se aportaron evidencias que dejan claro el papel de instigador en la intentona golpista que desempeñó el entonces presidente Donald Trump. Ya se sabe que ese 6 de enero siguió por la televisión (con entusiasmo menguante) el asalto de unas huestes violentas y armadas que recorrían los pasillos del recinto a la búsqueda de los adversarios de su máximo líder.
Unas horas antes, desde el púlpito Trump aplaudió a sus enardecidos seguidores cuando clamaban que el vicepresidente, Mike Pence merecía ser colgado por haber dado el visto bueno a los resultados electorales. Todo estaba listo para que otros le hicieran el trabajo sucio. En los vídeos hasta ahora inéditos que se han dado a conocer quedan demostradas la firmeza y sangre fría de Pelosi, quien se movilizó con diversas autoridades para poner fin a lo que el propio presidente había propiciado ya desde antes de su derrota. Trump, tal y como advirtió en la campaña electoral contra Hillary Clinton en 2016, nunca contempló la posibilidad de validar el triunfo de su oponente. El fair play no forma parte de su modus operandi ni en los negocios ni en la política.
Si algo también se ha establecido es que el ex presidente tenía un plan de descrédito de los comicios en caso de perder contra Biden. Una de sus asistentes en la Casa Blanca, Cassidy Hutchinson, ha testificado haber estado presente cuando este le dijo a Mark Meadows, su jefe de gabinete, que para él era muy embarazoso haber perdido y debía urdir algo para que la gente no se enterara de su derrota.
De ese modo, otro caso está en marcha en el estado de Georgia, donde el propio Trump llamó a las más altas instancias para que se modificaran los resultados en busca de votos fantasmas.
Bien, el comité bipartidista ha citado al ex mandatario para que declare y esclarezca su papel en aquel peligroso aquelarre. Como era de esperar, Trump respondió con una delirante misiva de 14 páginas en la que sencillamente repite las falsedades en torno a un supuesto fraude electoral. Su intención es la de esquivar a cualquier precio la declaración bajo juramento, ya que tanto en sus asuntos empresariales como políticos de lo que se trata es de ocultar sus turbios manejos.
Cualquier otra figura pública aprovecharía la oportunidad para limpiar su nombre de cualquier duda, pero el magnate neoyorquino es consciente de que su nombre está manchado de una punta a la otra.
Trump se jacta de que en las elecciones de medio término ganarán muchos de los candidatos que apoya y confía en que los republicanos retomarán el control en el Congreso. Si sus deseos se cumplen, con casi toda seguridad le darán carpetazo al comité que desde hace meses reúne la información necesaria para esclarecer uno de los sucesos más graves en la historia de la nación que pudo dar al traste con el bien engrasado proceso democrático del país.
Lamentablemente, el Partido Republicano ha hipotecado su reputación y legado al entregarse a las prácticas fulleras de este personaje, habituado a mentir y manipular por doquier con tal de proteger sus intereses. Puede que desmantelen la comisión del Congreso que investiga la intentona golpista del 6 de enero, pero para quien le interese conocer toda la verdad de lo que estuvo en juego aquel día pervivirán los testimonios, los sobrecogedores vídeos y la documentación que arrojan luz frente a las sombras del trumpismo.
Las democracias son más vulnerables de lo que parece y basta con que un individuo sin escrúpulos se rodee de cómplices solícitos para sacudir sus cimientos. Estados Unidos no es la excepción a la regla.