NI SIQUIERA LOS COMUNISTAS PUEDEN
IMPEDIR LA DESINTEGRACIÓN DE SUS FAMILIAS
A María del Carmen le cambió la vida en un abrir y cerrar de ojos. Sus dos hijos se quieren ir del país
CUBANET - A María del Carmen le cambió la vida en un abrir y cerrar de ojos. Sus dos hijos se quieren ir del país. Como buen “cuadro” del Partido, evitó por largos meses hablar del tema, incluso cuando se hizo evidente que el futuro en Cuba se había cerrado hasta para los que tienen algunas facilidades gracias a sus contactos con el poder. María del Carmen creyó que mientras pudiera proveer comida en abundancia y vacaciones en polos turísticos a precios proletarios, sus hijos seguirían viviendo conformes en ese lado amable de la existencia en la Isla que les tocó conocer.
Desde el 11 de julio de 2021, sin embargo, todo cambió. Aquel día ella, si bien aterrorizada por la magnitud de las protestas, aceptó acuartelarse para hacer frente a los “contrarrevolucionarios”. Hasta allá, donde estaban atrincherados los gendarmes de civil, armados con palos, fue su hijo a buscarla para regresarla a casa; pero ella se negó y solo en un momento de absoluta privacidad confesó que no se había movido porque ―dijo―: “A mí me toca joderme con esto. De esto ha comido mi familia toda la vida”.
Su familia ahora se rompe. Su hijo mayor, que por muy poco margen escapó a la represión durante las protestas, decidió venderlo todo para irse por Nicaragua con su esposa y su hija pequeña. Nada puede hacerlo cambiar de opinión. Él sabe que esto no tiene remedio.
También ella lo sabe, pero permanece en shock, sin explicarse cómo Cuba llegó al punto de que hasta su hijo quiera emigrar. Y querer es poco. Su hijo está desesperado por irse a Estados Unidos. No habla de otra cosa. Vendió su casa y la moto eléctrica. Compra y revende lo que puede, acumula, invierte, ahorra, zapatea los dólares y vuelve a contar. Calcula, revisa a diario el costo de los pasajes y reza porque no se cierre la vía de Nicaragua, porque es capaz de tirarse en balsa, aunque tenga que irse solo.
María del Carmen lo ayuda en lo que puede, que no es mucho, porque a diferencia de otros “cuadros” ella se conformó con su apartamento de micro y el remanente de sus gestiones administrativas. No ha acumulado bienes y tampoco maneja divisas; pero ha socorrido a mucha gente. Sus vecinos la tienen en alta estima, la describen como una buena persona, consagrada a un trabajo que le ha permitido sufrir un poco menos, y mantener a toda su familia unida dentro de Cuba.
Su única ilusión está a punto de hacerse añicos. Y mientras su hijo ultima los detalles de la travesía, su hija, estudiante de cuarto año de Medicina, pasa días tirada en la cama, deprimida, sin deseos de ir a la universidad ni al hospital, porque estudiar le parece un despropósito, y ya no soporta la vergüenza de decirle a los pacientes que no hay nada para aliviar sus dolencias.
María del Carmen siente que ha fallado, que le han fallado, como a todos los cubanos; pero calla y el dolor de cabeza la obliga a cerrar los ojos y la nómina, y llora a solas, llora muchísimo y se pone un captopril debajo de la lengua, y se llena de ira, pero no sabe contra qué o quién. En realidad no quiere admitirlo, no puede. Si no estuvieran sus hijos aún estaría su madre como razón imperiosa para mantener la boca cerrada. Entonces sigue muda, traga en seco y aguanta las lágrimas hasta que no puede más. Su hijo se va, su hija se quiere ir, su madre está vieja. Silencio, soledad, amargura que mata lentamente.
María del Carmen no criticaría al régimen ni para salvar su vida, y todo porque su familia siempre “ha comido gracias a esto”. Ella no lo percibe, pero sus motivos son una declaración de esclavitud consentida. Pensó que siempre hallaría la forma de que a sus hijos no los tocara lo más crudo de la crisis cubana. Ella, como tantos de su condición, ha pasado la vida creyendo que con comida todo se resuelve; pero sus hijos quieren libertad.
Si antes le preocupaban las cuestiones administrativas y las auditorías, ahora no puede dormir pensando en los pasos fronterizos, los narcos mexicanos, los coyotes, el cruce del río Bravo. Según pasan los días trata de conformarse, pero se va sintiendo cada vez más vacía.
También ella apaga el televisor, harta de tantas mentiras. Cuanto la rodea ahora le recuerda lo inútil de tantas marchas, tantas consignas, tantos cortes de caña, trabajos voluntarios, reuniones, movilizaciones, compromisos y reafirmaciones. Tanta mierda comunista que le robó tiempo junto a sus hijos, y ahora los hace huir en pos del sueño que siempre nos han presentado como mierda imperialista.
Cuando su hijo suba al avión comenzará para ella un proceso de desintegración, de pérdida de sentido de todas las cosas. Su traje de campaña en particular le parece una burla, y se resiste a ponérselo. Se sentiría ridícula con tanta tela cubriendo nada. Tanta tela envolviendo un alma hueca, como un cascarón verde olivo.
Anay Remón García. La Habana, 1983. Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Durante cuatro años fue profesora en la Facultad de Artes y Letras. Trabajó como gestora cultural en dos ediciones consecutivas del Premio Casa Víctor Hugo de la Oficina del Historiador de La Habana. Ha publicado ensayos en las revistas especializadas Temas, Clave y Arte Cubano. Desde 2015 escribe para CubaNet bajo el pseudónimo de Ana León. Desde 2018 el régimen cubano no le permite viajar fuera del país, como represalia por su trabajo periodístico.
(Foto tomada de AméricaTeVé)
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