POR JAVIER PRADA
Parece un titular de tabloide comunista, o una frase vomitada por la boca de Miguel Díaz-Canel. Pero después de todo lo que Cuba sufrió en 2022, y considerando que nadie improvisa ni miente como el régimen cubano, no está de más que un ciudadano del montón se entregue, a su vez, a especular sobre el futuro de la Isla; o lo que es lo mismo, cuál Cuba será realmente posible después de un año en el que perdimos más de 270 000 cerebros, 540 000 brazos y otras tantas piernas, un pedazo enorme de futuro y talento, una oportunidad de crecimiento económico y cívico que no volverá.
Dado que las estadísticas no abundan, o son poco confiables, para hacerse una idea de la Cuba posible habría que tomar el envejecimiento poblacional como denominador común. Súmese entonces al éxodo la población carcelaria, la más numerosa de América Latina en proporción a la cantidad de habitantes. Súmese también la cifra de niños y adolescentes que no están en edad laboral. Súmense los incapacitados de toda índole, los jóvenes que han perdido la vida en accidentes de tránsito o laborales, y los que han muerto por asaltos y robos con violencia en un país donde la delincuencia hace lo que quiere: desde robar a los viejos en el cajero automático, hasta matar por un celular.
A todo ello añádanse los miles que ahora mismo reúnen dólar a dólar el importe de la ruta por Centroamérica, y que muy probablemente partirán a lo largo de este año.
Así las cosas, en Cuba pronto quedarán apenas las personas suficientes para armar un batey en cada provincia, y todos tendrán que lidiar con una situación similar a la que describe José Saramago en su novela Las intermitencias de la muerte, una interesante ficción sobre un país donde la gente dejó de morirse, pero no de envejecer.
A pesar de los intentos por parte del régimen y de la tremenda ayuda que le proporcionó la pandemia de COVID-19, Cuba sigue repleta de viejos; y aunque la muerte continúa haciendo su faena, parece tener cierta predilección por la gente menor de 60 años.
Los que no tengan más remedio que poblar esos bateyes, deberán ocuparse de la vejez ajena y la propia, sin más solución que esperar a ver quién se muere primero. En cualquier país normal, un panorama tan deplorable tendría muy preocupados a los políticos; pero Cuba no es un país normal, y lo que tenemos son “cuadros del Partido”, así que hoy marchamos a la extinción como antes marchábamos hacia un ideal.
En la Cuba posible volverán los apagones. No es probable que Díaz-Canel pueda seguir costeando el alquiler de las siete termoeléctricas flotantes, y nadie sabe qué le ofreció a Erdogan a cambio de poder cumplir su promesa de eliminar las interrupciones eléctricas en diciembre pasado. Se estima que para este año las centrales de la empresa turca Karadeniz Holding proveerán entre el 18 y el 20% de la electricidad que necesita la Isla, devenida en el principal cliente de la firma en Occidente. Tal grado de dependencia energética solo es superado por países africanos como Ghana, Gambia y Guinea Bissau, que son, a excepción de Ghana ―que tiene oro en grandes cantidades―, pobrísimos.
Si Cuba no posee liquidez, ni ha logrado nuevos créditos, las Karadeniz son un lujo que el régimen podría costear solamente vendiendo el país a pedacitos, máxime si los turcos son más socios que amigos, y acreedores poco propensos a conceder prórrogas de pago.
Así las cosas, ese Díaz-Canel empolvado que llama a los cubanos a tener esperanzas y realizar sus sueños en esta Isla aniquilada, solo cuenta con el respaldo de los vejetes empecinados de siempre, que más pronto que tarde se van a morir; y de un puñado de pepillos histéricos e hipócritas que se van a quedar donde los suelte el primer avión que agarren.
Se sabe que 2023 no será un año mejor. Si en más de seis décadas no hemos sido capaces de vencer al partido ―obstáculo― único que se interpone entre nosotros y el progreso, no lo haremos ahora, después de tantos años pagando un elevadísimo costo social y humano. Ya no hay más gente que dilapidar. Y mientras Díaz-Canel junto a su gabinete de ineptos se inventa el próximo tíbiri tábara para mantenerse a flote, Cuba es el país con la tercera moneda más devaluada del mundo. No hace falta decir más.
Lo mejor que podría pasarle a este martirizado pueblo es que la emigración cubana juegue bien sus cartas. Que no envíe un centavo más de lo necesario, que no invierta en negocios dentro de Cuba, que siga jodiendo a ETECSA y al régimen no solo poniendo menos recargas, sino sacando de Cuba a ese sector poblacional que más se conecta a internet.
Ya la emigración entendió que le sale más barato pagar la travesía de un familiar que mantenerlo desde Estados Unidos. Así que salven a sus jóvenes, y dejen a ETECSA con los viejitos que no viven pendientes de las redes sociales, que se enredan con la App Store y no entienden la diferencia entre 3G y 4G.
La Cuba posible bajo el yugo castrista es miseria y desolación. Así ha sido siempre y en lo sucesivo será mucho peor. Si cada cubano hace su parte (no colaborar, emigrar, articularse cívicamente), este puede ser el año decisivo. O los dictadores se van, o el país muere. No hay más solución.