JUAN DIEGO RODRÍGUEZ
Un hombre semidesnudo y acostado sobre el pavimento fue lo primero que encontraron quienes se acercaban la tarde de este jueves al hospital Calixto García en La Habana. El triste "recibimiento" era apenas un adelanto de lo que verían dentro de un local abarrotado de pacientes, con empleados que gritan groseramente para tratar de organizar el caos y unos médicos que apenas pueden recetar medicamentos que no hay en ninguna farmacia.
"¡Mi china, ahí no puedes estar!", advertía en tono descompuesto una trabajadora del hospital a una anciana que llevaba muletas y esperaba el resultado de un análisis de sangre. "¡Levántate porque aquí no te puedes quedar si no eres de esta área!", insistía la empleada para que la señora se moviera desde el salón de espera de la consulta de urología hacia la zona principal, con todos los asientos ocupados.
A un costado, la cafetería del hospital dejaba claro en el menú que se trata de un servicio de "tercera categoría" abierto las 24 horas. "Deme una empanada porque todo lo demás está muy caro", se quejó otro paciente que aguardaba para ser atendido por fiebre y un fuerte dolor de cabeza. "Ni pidas el arroz frito que está medio crudo", le aconsejaba otro cliente del apocado comercio que se había ilusionado y pagado 100 pesos por la fallida receta.
"¡El próximo!", gritó una joven que acababa de salir de ver al otorrinolaringólogo. Un hombre ayudó a un anciano a levantarse de su asiento y otros dos pacientes corrieron para lograr un puesto tras varias horas de pie. Luego de unos minutos, el muchacho y quien parecía su abuelo, salieron de la consulta. "Le han mandado dipirona, que no hay en ninguna farmacia", advirtió el joven, "todo este tiempo aquí para nada".
Al salir por la puerta principal ambos tuvieron que esquivar al hombre que seguía tirado en el suelo obstaculizando el paso de las ambulancias y el trasiego de los pacientes. "¿Estará enfermo? ¿Lo habrá traído alguien para que lo atiendan?", preguntó el anciano sin obtener respuesta. El sol recortaba sobre el suelo la delgada figura a la que nadie se acercaba y el bullicio del interior del edificio se escuchaba en el exterior. "¡No quiero a nadie en esta área que no tenga consulta aquí!", gritaba una tosca empleada.