La pertinaz lluvia que precede a un frente frío comenzó pasada las 2 de la madrugada. Cinco travestis, fumando y chismeando, esperan a que escampe sentados en un portal de la desierta Calzada de Diez de Octubre, al sur de La Habana, en el populoso barrio de La Víbora.
Rogelio, un peluquero que ronda los 60 años y vive de la prostitución homosexual, mira al cielo encapotado. El mal tiempo no es una buena noticia para su negocio. Desde hace más de dos décadas un tramo de La Víbora se ha transformado en una pasarela gay a la caza de clientes.
En otras zonas de la ciudad, como en el Parque de la Fraternidad, se prostituyen chicos y chicas. Y algunos vecinos de las inmediaciones rentan habitaciones para parejas por 300 pesos (12 dólares al cambio oficial) la media hora. En La Víbora es diferente.
Rogelio, más conocida por Marieta, con cierta nostalgia, recuerda que, en los años duros del Período Especial (1992), “los gais que ‘luchábamos’, éramos homosexuales explícitos. Andábamos en grupos de dos o tres siempre con navaja, porque había cañoneros (violadores) que disfrutaban intimidando a los 'pájaros' (homosexuales). Pero no se cobraba dinero”.
“Era sexo por placer. La zona del antiguo paradero era muy céntrica. Por la madrugada coincidían muchachos que salían de la discoteca El Túnel, con fogosos policías orientales que no tenían mujeres y bugarrones de prisión, que son los peores, pues son abusadores y les gustaba golpearnos. Existía más demanda que oferta. Hubo noches que estuve con tres y cuatro hombres”, comentó
“El sexo, antes y ahora, era en los patios de las escuelas y algunos edificios deshabitados. Después del 2000 fue que se transformó en un negocio. Comenzó a llegar una invasión de gais de barriadas marginales como Párraga, El Moro. Fue cuando se pusieron de moda los travestis. Se cobraba entre 40 y 60 pesos según la modalidad sexual. A los policías no se les cobraba para que nos dejaran tranquilos”, rememoró.
Luego continuó: “Siempre fui un gay abierto. No me gustaba vestirme de mujer, pero a la clientela de la zona les encantan los travestis. Y no podía ser menos. A mi edad, todavía me maquillo y me visto como si fuera Beyoncé. Siempre con un arma blanca encima, los asaltadores abundan”.
Rogelio confesó que se prostituye por necesidad, porque “el incapaz de [el gobernante Miguel] Díaz-Canel, la crisis económica y la inflación ha puesto todo patas arribas. La peluquería no me da para comer y mantener a una sobrina y su hijo. A veces le digo a mis clientes que no me paguen en efectivo y me compren algo de comer. Una pizza o un pan con cualquier cosa. Estoy pensando vender el apartamento que me dejó mi madre y largarme de este infierno”.
A un kilómetro y medio de La Víbora, en un cruce de avenidas conocido como La Palma, en el colindante municipio Arroyo Naranjo, Misleydis, jinetera, espera afuera de un bar privado por un tipo que la invite a tomar cerveza. Viste una saya imitación de cuero ceñida al cuerpo y tacones de aguja. Fuma un cigarrillo electrónico, “no por esnob, es para ahorrar dinero, una cajetilla de cigarros cuesta más de cien pesos”.
Comenzó a prostituirse hace 15 años. “Era bonita y tenía buena figura. Cuando empecé a jinetear solo me acostaba con extranjeros. Pero la necesidad me empujó a cuadrar con cubanos que tuvieran un 'baro largo' (bastante dinero). Iba a 'luchar' a discotecas del Vedado y Miramar. No andaba por zonas alejadas del centro de la capital, donde suele recalar la cafotana (lo peor), matadoras de jugada, como les dicen a las mujeres que por muy poco dinero se acuestan con viejos”.
“Mi sueño era el mismo de muchas jineteras. Ligar a un yuma que me sacara del país. Más que dinero quería una visa Europa o Estados Unidos. Pero derroché mucha plata y me enamoré de un hombre que no sirve. Tuve dos hijos, y ahora con 32 años, ya se me pasó el arroz. Los tipos buscan carne fresca. A veces me conformo con un par de tragos y conversar un rato. La realidad de Cuba me supera. Mi plan es emigrar con mis dos hijos. He pensado matarme. Saco fuerzas para poder seguir sobreviviendo en este manicomio”, concluyó Misleydis.
A los 17 años, cuando Dian estudiaba segundo año de bachillerato, perdió a su madre a causa del COVID. Se quedó viviendo con sus abuelos en un apartamento interior de 40 metros cuadrados. Nunca desayuna, come poco y mal.
“Tuve que dejar la escuela para mantener a mis abuelos. He hecho de todo. Desde pinguear (prostituirse con hombres), vender marihuana, ron casero y ropa traída de afuera hasta jugador en un burle (casa ilegal de juego de apuestas). Es la necesidad por un lado y la policía pisándote los talones por el otro”.
Dian continuó: “Las dos pensiones de mis abuelos no llegan a cuatro mil pesos y se van en medicinas. Salgo a zapatear el dinero en la calle. Mis abuelos entregaron su vida a la ‘causa revolucionaria’ y ahora se están muriendo de hambre. Todos los días tengo que hacer colas para comprar el pan, esperar si llega el pollo o medicamentos a la farmacia. Es desgastante. Tengo 19 años y no puedo comprarme un par de zapatos ni invitar a salir a una muchacha. Cuando mis abuelos mueran, me voy por Nicaragua, en una balsa o cruzando la selva de Darién (Panamá). Es mejor arriesgarse a morir por vivir una vida mejor en Estados Unidos u otro país que agonizar en el infierno del día a día cubano”.
Luis Alberto, 47 años, conduce un destartalado Ford de 1948 para ganar un dinero extra. “Soy arquitecto, tengo esposa y dos hijos. Trabajo en una empresa estatal. Cuando termino mi jornada laboral, me pongo a 'botear' en un carro que me alquila un vecino por cuatro mil pesos diarios. A veces termino a las 4 de la mañana y sin dormir me ducho, me tomo una taza de café y salgo para el trabajo. Mi esposa cuida ancianos, limpia, lava y plancha en casas particulares. Nuestra meta es marcharnos de Cuba el próximo año”.
“Estamos ahorrando dinero con ese objetivo. Es una locura vivir aquí. Ayer estuve en una cola con broncas y fajazones para intentar comprar cinco libras de carne de puerco que vendían por persona. Aquello parecía el circo romano. Los profesionales vivimos como pordioseros. Sobrevivimos en la boca del lobo. Este país no tiene arreglo, es una pesadilla”, concluyó.
Rogelio, el peluquero homosexual, es admirador del cine y siempre quiso tener un romance con final feliz. “Pero esas historias bonitas solo suceden en las películas”. La cruda realidad de Cuba es muy diferente.
Las “jineteras” cubanas ya no encuentran a su príncipe azul
María de la Caridad se convirtió en jinetera a principio de los 90, cuando la industria del turismo sexual en Cuba comenzaba a tener un boom.
Una noche conoció a un italiano que la convirtió en su esposa y se la llevó a Milán durante varios años. Hoy, viuda, abuela y radicada en la Isla cree que "el negocio ha cambiado y casi nadie busca un príncipe azul", explica en entrevista.
"Antes sabíamos distinguir cuando era un cliente que quería sólo una noche del que podíamos acompañar durante todo su viaje en Cuba, establecer una relación y quizás terminar en un matrimonio. Pero ahora, desde el primer momento queda claro que es una transacción económica", asegura al portal de noticias cubano.
Aunque italianos, canadienses y estadounidenses siguen viajando a la Isla para ligar con una joven de no más de 25 años, ya no van con la intención de conseguir una esposa, lo que le ha quitado a las jovencitas el sueño de huir de la nación caribeña de brazo del mejor postor.
“Ellas veían a esta muchacha que se casó con un italiano y ahora se viste bien, le arregla la casa a la madre. Era la ilusión de que puedes progresar si te prostituyes… la ilusión de salir del país, la ilusión de una visa”.
Ahora sólo cazan extranjeros que paguen al menos 20 dólares por estar con ellas. Este es el caso de Mara y Karla, quienes aspiran a ahorrar algo de dinero para salir del país.
"Lo único que quiero es que me paguen y se vayan porque no me imagino casándome con un hombre que sabe que me dedico a esto. Cuando salga de Cuba haré borrón y cuenta nueva y ya podré empezar a buscar una pareja por amor", explica la más joven. Karla asiente: "Esto es un negocio. No hay afecto ni planes para el futuro, se trata solo de sexo y dinero", confesaron.
Aunque la prostitución en Cuba es ilegal –está penado con cuatro a 10 años de prisión, según el Código Penal cubano– es la vía que muchas de las jóvenes encuentran para atender las necesidades de su familia.
Este es el caso de Yamilé, quien confesó a el portal de noticias cubano Martí Noticias que la primera vez que se acostó con un hombre por dinero tuvo sentimientos encontrados.
“Me bañé tres veces. Como si quisiera corregir mi pecado. Pero luego con los 150 dólares que me dejó encima de una mesa de la habitación, a mi familia pude comprarle carne de res, pollo, pescado, queso y jamón. Tenía 19 años, un cuerpo de campeonato y un rostro de modelo, pero con más necesidades que un forro de catre. Dejé a un lado el puritanismo y comencé a vivir a mi manera”, cuenta la jinetera de 17 años después de haberse iniciado como prostituta.
La crisis no sólo ha golpeado a las jineteras, también ha cabado con la ilusión de los turistas extranjeros quienes en la década de los 90, en pleno boom del turismo sexual, buscaban "novias" en La Habana.
Pepe era un habitual cliente de las jineteras cubanas en los 90, pero ahora no encuentra ningún atractivo sexual en la Isla.
"En la Cuba que visitó no encontró muchachas a las que invitar a cenar y a bailar, sino señoras que le vendían en la playa 'sexo con niñas'. Las mujeres que iban por libre no querían pasar un rato con él, conversando de nada: querían hacer caja. Y él asegura que no pasa hambre en Europa como para pagar 100 dólares a una prostituta".
Pepe es claro: "Yo no vuelvo a Cuba. Todas las lecciones tienen su precio", sentencia el turista sexual conocido como el Indomable hombre de las nieves.