Objetivo: vivir mejor
Anolan Ponce
Un decreto recientemente promulgado por el régimen cubano prohíbe al sector “no estatal” la venta de ropa y otros artículos importados. La medida pretende proteger el monopolio del estado, y ha llenado de furia e indignación a la población, especialmente a los cuentapropistas y dueños de pequeños negocios que se verán afectados. Una señora lastimosamente declaró a los medios que las ventas no los conducían a ser millonarios, solo los ayudaba a vivir mejor.
La frase resonó en mí porque era la segunda vez que la escuchaba de labios de un cubano, y me hizo recordar el consejo hecho por líderes de Europa Oriental a nuestra disidencia que si deseaban engrosar sus filas, tenían que hablar al pueblo más de las necesidades cotidianas de cada individuo y menos de derechos humanos. Según ellos, esa fue la fórmula que los condujo a fomentar una fuerte oposición y derrocar al comunismo en sus países.
No me agradó escuchar lo anterior. Pensé que esa noción era fría y materialista, más propia de la cultura europea que la nuestra; sin embargo, mi encuentro casual con Rey, un joven recién llegado de Cuba, me ofreció una nueva perspectiva en mi forma de pensar.
Conocí a Rey casualmente mientras manejaba yo por la Calle Ocho y él, sudoroso bajo el sol del mediodía, repartía volantes en una ajetreada intersección de esa calle. Yo llevaba conmigo precisamente 1,500 volantes anunciando un concierto que anualmente hago a beneficio del US Cuba Democracy PAC, el grupo que aboga por no levantar el embargo hasta tanto no haya un verdadero cambio a la democracia en Cuba, y de inmediato pacté con él para que me los repartiera. Pero había un pequeño inconveniente: Rey llevaba solo cuatro meses en Miami y se movía en bicicleta. Yo tendría que transportarlo al sitio deseado.
El día convenido lo recogí, y en el trayecto del viaje le hablé del gran propósito del concierto que anunciaban mis volantes, y el rol tan importante que él ahora tenía al repartirlos. Pero Rey no lucía interesado, más bien parecía no entenderme, como si mi conversación fuera imperceptible a sus oídos. Entonces me habló de su vida.
Era de Caibarién, tenía 43 años y dos hijos que quedaron en la isla. En Cuba vivía condenado a una subsistencia, ganando ínfimos salarios en diversos oficios; y para suplementar sus escasas entradas comenzó a pescar de noche. Pero esta simple actividad fue considerada ilegal por el régimen. Lo acusaron de desobediencia civil y lo citaron a presentarse en 30 días para su sentencia. En lugar de esto, Rey se marchó de Cuba en una odisea que lo llevo a través de tres países antes de llegar a Miami.
Me dijo Rey: “El problema en Cuba es que castigan la ambición, no te dejan avanzar, quieren que el pueblo viva en la mediocridad”. ¡Yo solo quería vivir mejor!”
Dejé a Rey en una transitada intersección y de lejos lo observé repartiendo mis volantes de carro en carro. Muchos choferes lo ignoraban y no bajaban la ventanilla; pero esto no decrecía su entusiasmo, y adquirí un nuevo respeto y comprensión hacia el joven que en cortos pantalones, camiseta y una gorra enterrada hasta los ojos repartía mis volantes.
Un sentimiento de lástima hacia él me inundó… también hacia mi pueblo de Cuba, porque nunca han experimentado la democracia, ni conocen de derechos humanos, ni del voto libre, ni partidos políticos. Cincuenta y siete años de comunismo los han reducido a mascotas humanas, y solo responden al estímulo de la oportuna dádiva del amo. Por eso, a lo único que aspiran es tan solo a “vivir mejor”.
¿Por qué no alentar a ese pueblo a unirse a la oposición precisamente con ese objetivo? No le hablemos de derechos que desconocen, pero sí de arbitrarios decretos que le roban su manera de ganarse la vida, o estrictas regulaciones que les impiden pescar de noche o de día, o de revender productos importados o de impuestos excesivos que le roban su ganancia. ¡Hablémosle al pueblo de la mediocridad de sus vidas!
No estaremos comprometiendo nuestros principios, porque la democracia es la negación de todas esas aberraciones e inherente en ella son los derechos humanos. Solo tenemos que reformar el mensaje.
Después de todo, quizás los europeos tengan razón.