Las numerosas caras de Fidel Castro Durante una entrevista concedida en 1957 al periodista Herbert Matthews,
del The New York Times, Fidel Castro expresó: “El poder no me interesa.
Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera como abogado”.
El dinosauro tiene un buen maquillista, así y todo el maquillaje no puede quitarle la malda del rostro
Durante una entrevista concedida en 1957 al periodista Herbert Matthews, de The New York Times, Fidel Castro expresó: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar con mi carrera como abogado”.
Un año más tarde, el 25 de mayo de 1958, en una conversación con Jules Dubois, corresponsal para América Latina del Chicago Tribune, Castro dijo lo siguiente: “El movimiento 26 de Julio nunca ha hablado de socialismo, ni de nacionalizar industrias. Desde el principio hemos hablado de restaurar la constitución de 1940 que establece claramente las garantías, derechos y obligaciones para todos los elementos que participan en la producción, incluyendo la libre empresa y la inversión foránea”.
Apenas transcurridos tres años de aquellas declaraciones, justamente el 16 de abril de 1961, Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la revolución. “Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices, ¡y que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”
¿A quién creer, al Fidel Castro ansioso por volver a su pueblo para continuar su carrera como abogado, al que rechazaba los dogmas marxistas, o al Castro que proclamaba el carácter socialista de su revolución? ¿Cuál es el auténtico?
No es difícil entender a Fidel Castro. Muchos analistas aseguran que él siempre simpatizó con las ideas de Marx, Engels y Lenin a pesar de su afiliación al Partido Ortodoxo, una agrupación cívica sin propensión izquierdista, fundada en 1946 por Eduardo Chibas. Otros afirman que el anuncio del carácter socialista de la revolución fue producto de una situación coyuntural derivada de sus incipientes enfrentamientos con Estados Unidos. Y por último los que sostienen la idea de que el único sistema capaz de perpetuar a Castro en el poder era justamente el socialismo stalinista. Esta última opinión se acerca más a la personalidad y las intenciones del ex dictador.
No se puede olvidar que la revolución cubana llegó al poder con una doble identidad: el nacionalismo y el populismo sustentados en la restauración de la democracia y la honestidad en el manejo de los asuntos públicos.
Tales propuestas se fueron esfumando paulatinamente. El férreo control de la sociedad y de la economía determinó una colosal contradicción entre los planteamientos originales formulados por Castro antes de conquistar el poder de la nación. Es igualmente oportuno recordar que en una fecha tan temprana como junio de 1959 Castro decide cancelar el proceso electoral que habia prometido celebrar en un periodo de dieciocho meses. En un acto público en La Habana, Castro trató de justificar su decisión preguntándole a una masa delirante de fanatismo: “¿Para qué elecciones?” Con aquella pregunta Castro renegaba de uno de los puntos esenciales plasmados en el programa de la revolución. Consecuentemente quedaba suspendida la Constitución de 1940 y las garantías que de ella se derivaban.
No fue hasta 1976 que se redactó una nueva constitución inspirada en la de la Unión Soviética. Es decir, el país se mantuvo durante diecisiete años sin un estatuto legal que garantizara los más elementales derechos ciudadanos y regularizara las relaciones entre el Estado y la sociedad y viceversa. Se restringía el derecho de los ciudadanos a asociarse libremente, se producía una férrea centralización de la economía y de las decisiones, desaparecía la libertad de prensa y expresión, y pasaban al control del Estado todas las asociaciones obreras y profesionales. Sucumbían igualmente las instituciones religiosas. La ilusión de una sociedad abierta, democrática y progresista se desvanecía bajo los efectos de un proyecto desintegrador e irracional.
Muchos cubanos que hicieron importantes contribuciones a Castro durante la rebelión, tuvieron la visión de percibir a tiempo esos rasgos negativos que posteriormente han tenido consecuencias tan nefastas.
Castro se dio a la tarea de apartar del gobierno a los demócratas y para lograrlo se apoyó en su hermano Raul, militante del Partido Socialista Popular, y de Ernesto Guevara, un pro soviético fundamentalista y dogmático. Miles de cubanos fueron encarcelados o fusilados por oponerse al rumbo que tomaba la revolución y alrededor de cincuenta mil abandonaron el país por temor a correr idéntica suerte. La estructura productiva e intelectual de la sociedad se resquebrajaba.
Como los hechos posteriores lo ha demostrado Castro engañó al pueblo de Cuba, incluso a sus más íntimos colaboradores, ha abusado del poder y ha convertido a la nación cubana en un feudo donde imperan el caos y la desesperanza.
Las características de la personalidad e ideología de Fidel Castro, ocultas en la etapa insurreccional, han causado un daño ilimitado y difícil de reparar porque la honradez y otras virtudes ciudadanas no se alcanzan mediante decretos ni discursos ni consignas. Jamás en la historia de Cuba ningún gobierno separó tanto a la familia ni les dio a los cubanos calificaciones según su ideología o su credo político.
Castro inventó el concepto de gusano y esto hizo automáticamente innecesario que las diferencias ideológicas de los cubanos expresadas en una discusión amplia y fraternal se evidenciasen. Aquel término hizo posible que se usaran los más crueles métodos de represión, violándose todas las normas de legalidad cada vez que alguien expresaba un desacuerdo o que se sospechara en él una intención hostil o, simplemente, porque tenía una “desviación ideológica”. Ser “gusano” significaba descartar, igualmente, todas las posibilidades de que se desarrollaran confrontaciones ideológicas o de que alguien pudiese dar a conocer su punto de vista respecto al más mínimo problema, aunque fuese meramente de carácter práctico. El “gusano” fue creado por Castro para eliminar radicalmente a sus adversarios.
Por eso resulta una farsa los llamamientos a la unidad, a la crítica y la autocrítica a un pueblo aguijoneado por la arbitrariedad de quienes lo gobiernan y sin la menor cultura del debate o el cuestionamiento. Los fusilamientos masivos, las detenciones y deportaciones injustificadas, los actos de repudio, engendraron condiciones de incertidumbre, temor e incluso desesperación y no han contribuido a reforzar la seguridad ciudadana, sino, por el contrario, han producido la aniquilación de la creatividad, de la crítica responsable y de la participación consciente en el desarrollo de la nación.
Castro, retirado del poder y enfermo, afirmaba en 1994, en referencia a los fracasos de su régimen y a las dificultades que padecía Cuba, que “prefería morir antes que renunciar a la revolución”.
¿Qué precio les queda por pagar a los cubanos para satisfacer el megalómano orgullo de Fidel Castro?
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