Si vuelvo a nacer, me gustaría ser hombre y tener amantes hombres.
Creo que así debe pensar un verdadero gay. ¿Y cómo hago, le pregunto, para que mis lectores sepan cómo eres?
Publique una foto de James Dean. Yo hubiera podido ser su doble. Éramos como dos gotas de agua
Por Tania Díaz Castro | La Habana, Cuba | Hace unos días, cuando le dije a Buen que la historia de su vida me interesaba para escribirla en Internet, me pidió como condición que no dijera su nombre completo. Nunca le gustó el exhibicionismo.
–Además –me dijo–, cuando dejamos de ser hermosos, jóvenes y atractivos, las fotos representan burlas crueles de la vida. Yo era un tremendo conquistador. Donde ponía el ojo, ponía la bala. Nací en 1934, en las montañas del Oriente cubano. A los quince años llegué a La Habana. Me fui a vivir con una tía materna que estaba casada con un polaco dueño de una tienda de telas en la calle Muralla y fui su ayudante hasta que me enamoré de un actor de la televisión.
¨Él tenía cuarenta años y yo 17. Viví con él casi diez, hasta que todo terminó, al quererse ir a los Estados Unidos, cuando aquí la cosa se puso mala para los homosexuales. Sobre todo para aquellos que hacían alarde de lo que eran y andaban a pie. Yo nunca tuve problemas con la policía.
Tal vez porque era alto, corpulento, siempre elegante. Lo que se dice un caballero que gusta de los caballeros. ¨Con mi amigo, muy famoso entonces, tuve una vida muy agradable. Vivíamos en su bello apartamento, en uno de los nuevos rascacielos construidos en el Vedado y yo manejaba un auto deportivo como cualquier rico de La Habana.
¨Cuando él se marchó, mi vida cambió por completo. Nunca más sentí un verdadero amor. Por qué no me marché? Así son las cosas de la vida. El murió al poco tiempo de irse y yo comencé a trabajar en el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), el mejor lugar que pude encontrar en La Habana. Los actores eran mi destino.
Además, el apartamento del rascacielos estaba a mi nombre y siempre pude vivir en él, hasta que me mudé aquí, en esta casa de la que me enamoré desde que la vi, porque me gusta vivir junto al mar, pero como un pez fiel fuera del agua.
¨¿Operarme? Jamás me pasó por la mente. Ni siquiera lo quise para mis compromisos, un verdadero batallón de querubines, los ángeles que me sostienen vivo, porque no los he olvidado. Me parece que ese invento de operarse es un disparate. No hay encanto mayor que sentirse hombre y mujer en la intimidad, al mismo tiempo, un privilegio que solo podemos poseer los gays, si nos conformamos con nuestro sexo, el que nos dio la naturaleza, para disfrutarlo tal como es.
¨Si vuelvo a nacer, me gustaría ser hombre y tener amantes hombres. Creo que así debe pensar un verdadero gay. Pero una aclaración, preferiría cualquier país escandinavo para nacer, por la libertad y la cultura que hay en ellos. Cualquiera menos Cuba, porque la rumba, claro que la llevo en la sangre, pero no tanto como los preludios de Chopin y las sinfonías de Berlioz.
Y me despedí de mi nuevo amigo Buen. Qué pena que como le prometí, no hay fotos, ni siquiera de su acogedora casa. Claro que lo comprendo. A estas alturas de la vida, para mí también es un engorro eso de reírse ante una cámara y vernos después feos y viejos.
¿Y cómo hago, le pregunto, para que mis lectores sepan cómo eres? Sin pensarlo mucho, me dijo: Publique una foto de James Dean. Yo hubiera podido ser su doble. Éramos como dos gotas de agua.