Su historia empieza con una botella y termina en una sala psiquiátrica. Más precisamente en la sala de deshabituación del Hospital Psiquiátrico de Santa Clara. Entre pastillas y pinchazos, Néstor intenta permanecer allí 21 días para salirse de una espiral de consumo etílico.
La habitación donde ingresan al joven no tiene refrigerador, ni televisión, tampoco taquillas para colocar sus pertenencias. Apenas cuenta con un baño sin agua. “¿Por qué?”, pregunta de vez en cuando uno de los seis hombres internados en el pequeño espacio donde funciona un ventilador. Pero nadie le responde en la “jaula”.
La rutina forma parte del tratamiento. Despertar, medicarse, dormitar hasta el desayuno, esperar la consulta especializada, la merienda, el almuerzo y la medicamentación. Así cada día, durante tres semanas, para alejar cualquier intento de rellenar las horas con rones y tragos. Los fármacos que se utilizan contra la adicción varían desde la carbamazepina hasta una dosis de dextrosa diaria.
El tratamiento también incluye aislamiento. Los pacientes psiquiátricos tienen derecho a pases para visitar sus casas, mientras que los alcohólicos sólo pueden salir acompañados por alguien del personal médico. Para Roque Tejera, otro paciente ingresado en la sala, la combinación de encierro y medicinas parece ayudar, aunque desde la cama del fondo, Lian Morales siente que la psicoterapia es la que le da más fuerzas para no recaer.
“Yo he estado aquí seis veces, y cada vez que salgo vuelvo a la borrachera”, aclara Orly Ferrer, mientras se sacude las moscas que revolotean por todo el lugar. Su historia se confirma con el testimonio de doctores y enfermeras, que han visto a muchos que prometieron no volver a beber y terminan retornando a la barra, el bar y la cantina. El alcoholismo se encuentra entre las 10 primeras causas de muerte en Cuba y, según datos oficiales, el 45,2% de la población mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas, sobre todo entre los 25 y 42 años.
El alcoholismo, también conocido como dipsomanía, se encuentra entre las 10 primeras causas de muerte en Cuba La doctora Carmen Beatriz Borrego Calzadilla, especialista en psiquiatría, declaró hace unos meses a la prensa oficial que el consumo de bebidas alcohólicas tiene mayor incidencia en la actualidad entre los jóvenes. “En los adolescentes, el consumo de alcohol se asocia, muchas veces, con la autodeterminación, la diversión, el ocio y la modernidad “, aseguró entonces la profesional de la salud.
Algunos llegan hasta la sala de deshabituación por la presión de sus familias, deshechas por los estragos del alcohol y la violencia. Otros, como Néstor, pidieron consejo médico para quedarse después de una borrachera desastrosa. En el cuerpo de guardia del Hospital Psiquiátrico advierten que cuando el paciente llega por voluntad propia se le ingresa si hay camas disponibles.
Cuando arriban es porque ya han probado todo. Desde el ron que se compra en pesos convertibles, hasta brebajes que ellos mismos preparan. Noel Ponce, alcohólico en rehabilitación, cuenta que uno de sus métodos consiste en un tanque sellado con una válvula al que se le echa miel concentrada. “Se le conecta un serpentín y se le da calor hasta que bulle y expulsa el alcohol”, explica.
Los bebedores de bajo nivel económico, como los jubilados o los desempleados, resuelven su borrachera cotidiana con calambuco, caballo blanco o chispa e’ tren. Hasta el enjuague bucal, comprado en las farmacias, termina haciéndole dormir la mona a muchos.
Se habla poco del alcoholismo en Cuba y en los medios nacionales el enfoque casi siempre es superficial. La mayoría de los spots televisivos sobre el problema lo abordan desde su incidencia en los accidentes de tráfico. Programas enfocados en la orientación psicológica, como Vale la Pena, arremeten contra el consumo pero no señalan sus causas.
El tema alcoholismo en Cuba se ha tratado poco públicamente y en los medios nacionales el enfoque casi siempre es superficial En muchas teleseries o películas cubanas hay un alcohólico, un personaje cómico que zigzaguea meando de poste en poste. En cambio, el documental Habana Glue aborda la situación en su verdadera extensión y gravedad. La película, dirigida por la joven realizadora Lupe Alfonso, se acerca a la opinión de artistas, intelectuales y ciudadanos sobre el consumo de alcohol en la sociedad cubana. La televisión nacional no lo ha transmitido hasta ahora.
Para sacar a los pacientes de la situación en que se encuentran cuando ingresan a la sala de deshabituación, los doctores les recomiendan también ejercicio físico. El psiquiátrico de Santa Clara cuenta con una sala de equipos fisioterapéuticos que mejoran la salud corporal y mental, además de mantener ocupados a los pacientes. “El lugar es muy pequeño, deberían darnos el espacio que ocupa el cuerpo de guardia”, dice una técnica de sala. Por falta de espacio, no se pueden usar la caminadora o el remo.
La otra parte la compone la psicoterapia, basada en el método de Alcohólicos Anónimos, un programa que comenzó en 1935 con un hombre de negocios de Nueva York que contó a otros bebedores su lucha por la sobriedad. Hoy, existen más de 100.000 grupos en unos 150 países.
“Personalmente, la psicoterapia me abruma, me deprime”, comenta uno de los internos que comparte cuarto con Néstor. Algunas experiencias de las que se escuchan durante las sesiones dan mucho que pensar. Otras mueven a la compasión o a la hilaridad. La catarsis va subiendo de tono a medida que pasan los minutos y se suceden los testimonios.
La gravedad del problema en las zonas rurales no se puede cuantificar, puesto que las autoridades médicas no quieren dar cifras. Seis jóvenes del campo han recalado en la sala pequeña y calurosa del Psiquiátrico de Santa Clara. Cuando salgan de aquí, volverán a sus pequeños pueblos donde, a falta de opciones recreativas, la botella se ha convertido en la compañera inseparable de las relaciones sociales.
En Camagüey, en los portales de una calle bastante transitada, habita un borracho singular. Le falta una pierna y usa un pañuelo en la cabeza, de modo que hace ver a Walter Martínez, el periodista venezolano, como niño de teta ante su pinta de pirata. Lo acompañan siempre una caja de cigarros, un pomo plástico de agua, y otro de ron barato que se llena y se vacía varias veces durante la jornada.
Según triangulación de versiones populares, el borracho vivía en una casa de esa misma zona, pero fue echado a la calle por su familia “porque no lo aguantaban más”. Se trata de un alcohólico pesado, de esos que gritan y ofenden.
Una parte interesante de este mito urbano es que el hombre tenía una prótesis plástica que alguien le había mandado del exterior para suplir las funciones de su pierna ausente, pero como todo buen borracho la vendió un día para comprar alcohol.
Esta mañana, sobre las 7:30 am, ya el personaje estaba completamente ebrio, y como de costumbre hablaba mal del gobierno. Entre buche y buche centró su discurso público en que “todo es mentira”, “decían que no iban abandonar a nadie y mírame a mí, impedido físico y en la calle”, y en que “esto es una mierda”.
Al menos esta vez no habló de lo mismo. Ya lo había visto en tres ocasiones previas argumentar con argumentos de borracho la teoría de que Fidel Castro está muerto. Otras veces se pone a hablar de Camilo, el que desapareció en un avión.
La fama de Pánfilo
El caso no es algo insólito: muchos borrachos hablan mal del gobierno, en la calle y en los portales, todos los días. Por lo general refieren el estado de sus vidas y lo asocian con el estado de cosas en Cuba, con la Historia y sus protagonistas.
Hace algunos años se hizo famoso uno de La Habana (Pánfilo, creo que se llamaba) que se dejó grabar en un video mientras describía los detalles de algunos alimentos entregados en la canasta básica, como el picadillo de soya, el pollo viejo y la mortadella echá’a perder.
No sé si es percepción subjetiva mía, pero los borrachos callejeros parecen aumentar en esta ciudad a un ritmo que preocupa. También he visto variar la composición demográfica del grupo: si hace unos años prácticamente todos eran del sexo masculino, entre los 40 y 70 años de edad, ahora se ven más mujeres y tipos jóvenes al antojo del alcohol.
A una de esas mujeres, que en los pasados carnavales vi sentada junto a un termo de cerveza, alcoholizada y con la mirada nula, la había visto años atrás, participando en un buen programa de desintoxicación, dirigido por un buen profesional de la psiquiatría. Llevaba entonces algunos meses sin tomar, y recuerdo que el grupo de anónimos le regaló un cake para celebrarlo.
Creo que ninguno de los borrachos que deambulan por la ciudad se auguraron de futuro el presente que tienen hoy, como no lo hacemos, ahora mismo, ni usted ni yo.