Fidel bajo un brazo, y un verso de Martí para declamar, se jacta de ser un político consumado
El arte de fingir en Cuba
Por Víctor Manuel Domínguez | La Habana | Cubanet Si la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados, como sentenciara Groucho Marx, las autoridades cubanas son el paradigma de la politología internacional, y parte del pueblo el eco de tan magno atracón.
Aquí cualquier pelafustán con un libro de Marx o Fidel bajo un brazo, y un verso de Martí para declamar desde la única neurona posible en estos amplificadores de la revolución, se jacta de ser un político consumado, en lugar del idiota consumido por la petulancia, la ignorancia y la insensatez.
Verlos y oírlos pregonar en la televisión y la radio nacional, o mientras conducen un almendrón, preparan los cucuruchos de maní, vigilan los tamales, fingen que custodian los bienes de la Emchuflé, filosofan sobre un contén, o hacen la cola en una embajada para emigrar, es un vacilón.
Rehenes del miedo y de sus propias palabras, estos alabarderos de la mendicidad política y del apagón económico social, hacen loas, gritan consignas, crean justificaciones a las miserias del país, y se rasgan la voz y la camisa en público, mientras hablan y sueñan con cambios en privado.
De todo en la viña del señor
“Estamos así por el bloqueo”, dice un Marcuse sudoroso mientras pedalea loma arriba por Belascoaín. “Pero eso pronto cambiará. Gracias a la táctica y estrategia política de la revolución, los yanquis vendrán a morir a nuestros pies. Yo, desde mi condición de revolucionario, lo sé”, añadió aquel patán.
Graduado como técnico fitosanitario en un instituto agrícola en el oriente del país, el émulo de Gramci canturrea su pregón de Patrio o Muerte, mientras se toma un buche de ron Planchao. “Somos felices aquí, dice y a la vez maldice por zafársele la cadena del bici taxi al caer en un bache inmenso y maloliente como su necedad. “Esto con los yanquis se resolverá”.
Como este “comunista” de cebollino con huevo y pan, se comportan quienes viven del trapicheo como gerentes, ex ministros y oficiales en retiro, profesionales en desgracia y tantos otros que integran el rebaño silencioso que pasta las sobras del poder y bebe las aguas de la corrupción.
Los diferencia la imagen de miseria o de supuesto confort. El miedo y la falsedad son los mismos, aunque cambia el nivel. La angustia también. Ninguno se alimenta, pasea o viste con los bienes obtenidos por el trabajo que bajo control les da el poder. Están ahí hasta que quiera su protector.
“A mí me alcanza el salario para vivir: un arañazo por aquí, un toquecito por allá (robos), un poco de agua en la sopa y un estirón al arroz y los frijoles, y a comer como un general. La ropa me las manda un hijo desde Miami”, dice en la cola del pan un jefe de una brigada de construcción.
Arrieros somos, y como mulos andamos
Así hablan y se comportan estos proxenetas de la prostitución política. No tienen el más mínimo pudor en bendecir a la revolución en público, para luego maldecirla en privado. Son todoterrenos. Maniquíes en desuso. Lo mismo les sirve una cadena de oro, una sotana que un traje verde olivo.
“De tal palo, tal astilla”, me dijo una mujer señalando a un administrador de una Tienda Recaudadora de Divisas (TRD), que airado protestaba contra quienes criticaban los precios de los cárnicos, leche en polvo y aceite, por ser ingratos con una revolución que los enseñó a leer y los cura de gratis.
“Ese tipo, agregó la mujer, está entre los más grandes ladrones de la cadena TRD, pero dicen que tiene padrinos en el poder. Hoy roba aquí, y mañana lo hace allá. Pero no cae. Dice ser combatiente, miliciano, graduado de la escuela del partido Ñico López, y otras estupideces que no dan para comer.
Cual estas sabandijas, son miles los que aún no dudan en delatar o agredir a quienes expresan lo que ellos sienten y no se atreven a decir. Son frenos a la verdad. Actúan como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Venden una imagen que no es. Causan pena, y lo peor, algunos les creen.