¿Nos asusta EEUU como socio tanto como nos gustaba como 'el enemigo'?
Antes de que el régimen cubano restableciera relaciones con EEUU, una buena parte de la gente en la Isla se mostraba magnetizada, si bien no siempre por los gobiernos, al menos por el sistema económico y por el modo de vida estadounidense. Sin embargo, nuestro comportamiento de las últimas semanas recuerda con frecuencia aquello de que una cosa es convocar al diablo y otra bien distinta es verlo venir. De repente, cada vez parecen ser más los que dudan o desconfían de los beneficios de este nuevo acercamiento diplomático, sin que resulte fácil determinar a qué obedece la reculada.
Más de 50 años de implacable y mañoso lavado de cerebro no lograron que reconociéramos en los yanquis al enemigo tan socorrido. Pero ocurre que al mutar de enemigo a socio, es cuando comienza a asustarnos, casi tanto como siempre nos atrajo. Desde luego que el susto parece provocarlo solo la perspectiva de que ellos se adentren en nuestro patio, y no la de que nosotros nos adentremos en el suyo, algo que seguimos haciendo cada día con mayor entusiasmo y más unánimemente.
¿Acaso este recelo ante la proximidad de los estadounidenses a Cuba sea fruto de una nueva ofensiva de los medios oficiales, a los que, obviamente, se les ha ordenado reactivar sus tabarras anticapitalistas, aunque poniendo por delante la desvergonzada salvedad de que este reinicio de relaciones constituye otra victoria de la revolución y que como tal debe ser asumido? Es difícil creerlo, pues no tiene sentido que puedan convencer en unos días a quienes no convencieron en medio siglo. Además, nada le vendría tan bien al régimen (económicamente al menos) como que la gente cifre esperanzas, fundadas o no, en la avalancha turística que supuestamente nos llegará muy pronto desde el norte.
¿Se debe entonces este resquemor a la influencia de los políticos que desde ambas orillas del Estrecho de Florida han estado librando la perreta por la permanencia del embargo y porque perduren la hostilidad y el desentendimiento entre los dos gobiernos? Tampoco lo creo, ya que tales políticos no cuentan con poder de convocatoria en la Isla, tal vez precisamente por darnos a entender con demasiada insistencia que es a las autoridades estadounidenses y no al pueblo cubano a quien corresponde plantar cara a una dictadura que únicamente nosotros sufrimos y de cuya perduración somos los únicos culpables. Así, pues, el motivo habría que buscarlo por otro rumbo.
A no ser que no exista un motivo concreto y que todo responda, como tantas otras veces, a que la emoción ha tomado el mando entre nosotros. Y ya se sabe que cuando estamos bajo el ascendiente emoción, no hacen falta motivos para que nos lancemos por la ruta menos esperada, y a veces hasta por la menos aconsejable. El organismo de los cubanos parece constar de tres partes: tronco, extremidades y emoción. Y es esta última parte la que nos unifica y nos permite definirnos en tanto astillas del mismo palo. Es como un lunar por el que resulta fácil emparentarnos a simple vista. El resto de los mortales sufre emociones pasajeras. Solo en nosotros la emoción se instala definitivamente como un padecimiento crónico.
Entonces no sería raro que cierto estado emotivo, propiciado por vaya usted a saber qué tipo de interpretación errónea o superficial de los acontecimientos, nos esté empujando con efecto dominó hacia el temor de que los americanos regresen a la Isla, o a que regresen antes de tiempo, lo que es decir antes de que el reinado fidelista haya concluido su obra devastadora.
Lo de menos es que esta sea o no una percepción absurda, algo que ahora mismo no podríamos determinar. Lo absurdo, en todo caso, será que perdamos la brújula abrigando emociones que no dejan espacio para el razonamiento. En tanto, el régimen se dedica a hacer lo mejor que siempre hizo para darnos la mala: ganar tiempo, reorganizar sus planes, actuar con la cabeza fría.
Quizá termine siendo simple la sospecha de que a través de las nuevas relaciones de negocio con los estadounidenses, nuestros caciques persiguen únicamente engrosar sus ya considerables riquezas y las de sus parientes. Desde luego que esto debe constituir una prioridad para ellos, pero no hay razón para creer que sea la única. Más allá o más acá de su codicia personal, en ellos perviven las viejas aberraciones ideológicas y aun las ambiciones geopolíticas del estalinismo. No habría que esperar entonces que se comporten como cualesquiera otros sátrapas tercermundistas, que generalmente se limitan a enriquecerse mientras mantienen el poder, sin procurar el traspaso a perpetuidad de sus ideas o dogmas o supersticiones político-económicas.
Que los compre el que no los conozca al oírlos hablar por estos días de una nueva Ley Electoral y de una nueva Constitución de la República. Solo Dios sabe qué engendros cocinan. Mientras, nosotros, disgregados, dejándonos llevar por la emoción, como tablas sobre la marejada.