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General: Antonio Maceo, Reinaldo Arenas, dos grandes cubanos y un solo homenaje
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 07/12/2015 15:43
bandera_cubana_corazon.gif (100×88)Dos grandes cubanos… y un solo homenaje
 
dos_grandes_maceo_y_arenas.png (600×400)
A uno, los medios oficialistas cubanos dedicarán numerosas reseñas. Al otro, solo silencio
           Jorge Ángel Pérez  | La Habana |Cubanet
 Este 7 de diciembre se cumplen 119 años de la caída en combate de Antonio Maceo en las cercanías de La Habana, y yo supongo a cada medio de esta isla reseñando las luchas del Titán. Puedo imaginar el discurso que exalta la fortaleza del patriota y su carácter férreo. No faltará quien disponga hacer comentarios sobre la decisión de unirse a Carlos Manuel de Céspedes, acompañado por sus hermanos y con la venia de su madre, después del alzamiento en La Demajagua. Lo más seguro es que se escriba sobre el Pacto del Zanjón, de la Protesta de Baraguá y de la invasión desde Oriente hasta Occidente. Toda la iconografía del héroe será desempolvada; dentro de un óvalo, engalanada y recia, la figura del mambí. No faltará el daguerrotipo que muestre al hombre uniformado y presto a montar en su caballo. Veremos nuevamente esa obra de Menocal, el pintor mambí, que detalla la caída en combate del coloso. Habrá discursos y minutos de silencio en cada rinconcito de la isla. Estaremos de luto los cubanos por la caída en combate de Antonio Maceo. Eso ocurre cada año.

Pero hay algo que no se atreverá a mencionar ninguno de los diarios de esta isla, algo que será olvido voluntario para los noticieros de televisión, que callarán, incluso, las revistas culturales. Y es que este 7 de diciembre se cumplen veinticinco años de la muerte de alguien a quien muy pocos reconocen como héroe, aunque lo sea. Debe ser porque no consiguió esa heroicidad de la unión de un Dios con un mortal y tampoco se hizo enorme por su valor físico, mucho menos gracias a las bondades de su alma. Este héroe no fue un vidente ni un diestro guerrero, como Alejandro, como Napoleón o Maceo. Aunque lo asistieran pasiones tan grandes como las de aquellos héroes clásicos, en Cuba muy pocos lo recuerdan, al menos no más allá de eso que un amigo llama: La república de las letras. Para Reinaldo Arenas no habrá otra cosa que mutismo, y que nadie crea que se trata del silencio místico que se dedica a Dios. El silencio será de…, porque sí, de porque a mí me da la gana, porque de él no se puede hablar, porque lo mejor será callar.

Aunque Reinaldo Arenas sea sin dudas un hombre de la historia de Cuba, un instrumento, como diría algún filósofo, de las más altas realizaciones, fue condenado al olvido. Gracias a esas realizaciones y a su homosexualidad, sufrió los peores maltratos. Por su escritura, por su empeño en hacerla conocer, sufrió la cárcel que curtió para siempre su espíritu. Todavía son comunes las diatribas que intentan definirlo, y solo un libro suyo visitó una editorial cubana para llegar luego a la imprenta. Reinaldo Arenas sigue siendo un desconocido para los lectores de esta isla. Aunque escribiera una obra mayúscula, la imprenta cubana recibió únicamente Celestino antes del Alba. Y el silencio se hizo más grande.

Escribiendo estas líneas puedo suponer la reacción de aquellos que toman decisiones en el Granma mientras hurgan en la iconografía del autor de El mundo alucinante. Supongo el rubor, las molestias, los improperios que prodigarán mientras revisan sus imágenes fotografiadas, tan diferentes a las que se conservan de Maceo. Me gusta pensar en lo que harían al ver el cuerpo semidesnudo del escritor homosexual sobre la arena de una playa o en medio de un paisaje campestre.

Nadie se atrevería a comentar a estas alturas su inicial entusiasmo con la revolución triunfante. Por qué hacerlo si habría que reconocer más tarde que esa revolución terminó decepcionándolo, qué unirse a ellos fue solo un pretexto para huir de casa o, como dicen otros, para estar cerca de aquella recua de machos barbudos, viriles, sudorosos…

Habría sido mucho más conveniente mentir, decir que dio sus primeros pasos en una casa de elegante arquitectura levantada en alguno de los centros de poder de esta isla pequeñita, y que pertenecía a una poderosa familia dueña de centrales azucareros, que se había educado en exclusivísimos colegios religiosos. Su moral burguesa justificaría sus maneras “vergonzosas”, y sería mucho mejor a tener que reconocer que Reinaldo Arenas  nació en Aguas Claras donde tuvo una infancia humildísima, amparada por discretos sembradíos y árboles frondosos, que allí trazó grafías en el tronco de los árboles. En el campo, en la madera de los árboles dejó sus primeras huellas.  Allí desnudó por primera vez su cuerpo para entregarse a un hombre. Desde entonces unió la pasión que sentía por los libros a la de enredar su desnudez  con la de un cuerpo semejante. Y tal atrevimiento, tan grande injuria a la moral revolucionaria, le costó muy caro. Lo llevó a la cárcel. La revolución no le perdonó que quisiera mostrar sus esencias y que exaltara sus índoles “impropias”. No pudieron dispensar su sexualidad sin fronteras, la delineación de una realidad grotesca capaz de mostrarnos “el horror, el desamparo, la incomunicación y la soledad que se siente cuando se está encerrado”.

El escritor se vio obligado a abandonar su tierra. Partió hacia los Estados Unidos desde el puerto de Mariel, y volvió a la isla amada, únicamente, en la ficción. Algunas veces me puse a imaginar ese regreso, tan distinto al de la condesa de Merlín. Lo he visto recorrer las zonas de “ligue”, aquellas que frecuentó cada día. Imaginé su reacción ante el hermoso efebo, posiblemente llegado también de Aguas Claras, que le propone un rato de placer a cambio de unos dólares. Consigo ver su asombro, la exaltación, la tristeza enorme ante la seguridad de que había vuelto a una Habana peor que aquella que se vio obligado a abandonar.

Arenas no quiso comulgar con una ciudad prostituida. Prefirió enredarse con el macho escondido entre el follaje de las faldas del Castillo del Príncipe, en el bosque de La Habana, antes que desembolsar algún dinero a cambio de un poco de placer. No iba a renunciar a esa libertad que tanto defendió. Elegiría cada vez los encuentros en la Playa del Chivo, en el Parque Lenin. Aceptar lo que el muchacho le ofrecía era someterse a una nueva humillación, aceptar la prostitución era la peor degradación, otra vez la cárcel. Y decidió volver a Nueva York.
  
Cubanet


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 07/12/2015 19:58
Antonio Maceo, símbolo de amor a la patria
Las cualidades morales del general no eran aprendidas, sino parte de su naturaleza
  
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Antonio de la Caridad Maceo y Grajales (Santiago de Cuba, 14 de junio de 1845 - Punta Brava, 7 de diciembre de 1896) fue un general cubano, segundo Jefe Militar del Ejército Libertador de Cuba. Apodado «El Titán de Bronce», Maceo fue uno de los líderes independentistas más destacados de la segunda mitad del siglo XIX en América Latina. 
        Gladys Linares  | La Habana |Cubanet
 El 7 de diciembre de 1896 cae en combate Antonio Maceo Grajales, y junto a él Panchito Gómez Toro, quien, gravemente herido, fue rematado a machetazos por un guerrillero español.

Los cubanos parecían leones para rescatar los cadáveres. En el empeño cayeron 12 hombres de la escolta y fueron heridos graves varios oficiales. No se podía permitir que su general fuera exhibido como un trofeo, deshonrándolo y deshonrando a la vez a las tropas mambisas. Fue entonces que el coronel Juan Delgado exclamó: “¡El que sea cubano, el que sea patriota y tenga cojones, que me siga!” Y los siguieron 19 mambises que, machete en mano y desafiando las balas enemigas, lograron el rescate.

La familia Maceo Grajales se había establecido en la finca Las Delicias con los tres hijos mayores de Mariana, Felipe, Fermín y Justo. Allí nacieron Antonio, el primogénito, Baldomera, José, Rafael, Miguel, Julio, Dominga, Tomás y Marcos. Los padres forjaron en los hijos desde pequeños el sentido del honor, profundos sentimientos patrióticos y el amor a la tierra.

Las Delicias tenía 9 caballerías, una gran casa vivienda de mampostería, varias casas de tabaco, depósitos de viandas y establos. En ella producían café, tabaco, plátanos, frutos menores, y criaban ganado vacuno y caballar. Con abundante producción y buenas ganancias, Marcos Maceo amplió la esfera de sus ingresos, adquirió otras fincas y disfrutaban de las ventajas de las familias criollas de la burguesía campesina.

Toda la familia trabajaba en las labores agrícolas bajo la dirección del padre, quien también les enseñó el manejo de armas de fuego y del machete como arma de combate. Desde luego, también pasaban temporadas en la casa que tenían en Santiago de Cuba, en la calle Providencia, y los niños iban al colegio de Mariano Rizo y Francisco y Juan Fernández. Pero su instrucción fue elemental, como ocurría con las personas de su raza.

Para 1862, Antonio y Justo eran los responsables de administrar las ventas de las cosechas. Con sus frecuentes viajes a la ciudad conocen de las inquietudes sociales y políticas cubanas, de la guerra norteamericana para la abolición de la esclavitud y de la revolución de Santo Domingo. Al regreso, comentaban estos acontecimientos con el resto de la familia.

A los pocos días de iniciarse la Guerra de los Diez Años, Antonio, José y Justo se unen a las tropas insurrectas. Pocos días después lo hizo el resto de la familia. La misma noche de su incorporación, los jóvenes se baten en Ti Arriba. Es tal la bravura y el coraje de Antonio, que lo ascienden a sargento.

Desde aquel momento fue avanzando batalla tras batalla, hasta convertirse en el intransigente patriota que supo rechazar la capitulación sin independencia ni abolición de la esclavitud aceptada por el Comité Central de Camagüey a espaldas de la región oriental. Así, el 15 de marzo de 1878, en histórica reunión con Martínez Campos, dejaría bien claro que El Zanjón no ponía fin a la guerra y que los orientales, con Antonio Maceo al frente, estaban dispuestos a seguir la lucha hasta vencer o morir.

En la terrible contienda que empeñó Cuba para obtener la libertad, perdió Maceo uno tras otro a sus seres más queridos: a su padre, a la mayoría de sus hermanos, y a muchos parientes. Ya en el exilio, no abandona su empeño de luchar por la libertad de Cuba. Es por eso que en febrero de 1890, autorizado por el capitán general Salamanca, visita la isla y aprovecha para incitar a la rebeldía y unificar las tendencias separatistas.

Su visita fue un gran acontecimiento. Recibió muchas muestras de admiración y respeto. En La Habana, comentando la situación del país, declaró: “La miseria y languidez del semblante cubano demuestran la diferencia que existe entre el extranjero y el natural. Viven con la lucha del amo y el esclavo. Al primero, siempre le sobra razón, y al segundo, siempre le falta justicia por buena que sea su causa”.

Las manifestaciones de simpatía al héroe de la Protesta de Baraguá eran públicas: banquetes, recepciones, honores de general. En una recepción en su honor en la sociedad La Bella Unión, una niña (Rita Flores) al saludarlo, le llamó “General”. Maceo, sonriendo, le respondió: “No, hija mía, no me llames General. Dime Antonio a secas”. “No”, le replicó la terca niña, “para los cubanos usted es nuestro general”.

El general de brigada del Ejército Libertador Enrique Collazo Tejada, combatiente de las guerras del 68 y del 95, conoció a Maceo de joven, antes de empezar la guerra, y de él dijo: “Su figura era atrayente, fornido y bien proporcionado. Fisonomía simpática y sonriente, facciones regulares, manos y pies chicos, formando un conjunto que lo destacaba siempre por numeroso que fuera el grupo que lo rodeaba. Acostumbraba a hablar bajo y despacio. Su trato era afable. Talento natural, sin pulir, pero unido a una fuerza de voluntad extraordinaria, que le hicieron dominar sus defectos naturales”.

Según el general Eusebio Hernández, que vivió en su intimidad, las cualidades morales de Maceo no eran aprendidas, formaban parte integrante de su naturaleza y en cada caso su conducta obedecía a la influencia hereditaria, a la educación, y al ejemplo constructivo de sus padres, de sus padrinos y de sus maestros.

Según José Miró Argenter, “decir que Maceo era una personalidad de sólida cultura sería una exageración, pero su cultura intelectual era otra conquista de su voluntad batalladora, que no se rindió jamás ante ningún empeño difícil. Los que solo lo hubieran tratado en la Guerra de los Diez Años, en que el mozo no tenía más conocimientos que los de la instrucción normal, se hallarían atónitos en presencia de un Maceo completamente transformado, capaz de incursionar en cualquier tema y de expresarse en más de un idioma. ¿Cómo el joven tartamudo que no podía pronunciar la ‘c’ sin sufrir un tormento, ahora la emite con claridad y pronuncia el castellano con buena acentuación, y escribe con una galanura que ya quisieran para su lucimiento algunos letrados y retóricos?”

Así lo dijo el Generalísimo, Máximo Gómez, al conocer la muerte de Maceo: “La patria llora la pérdida de uno de sus más esforzados defensores, Cuba, al más glorioso de sus hijos, y el ejército, al primero de sus generales”.
 
Cubanet
 


 
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