LA GLORIA DEL BUEN AMOR
Un bello articulo sobre el sentir del cubano emigrante
Por Camilo Loret De Mola| Miami | Diario de CubaEl Soto cumple 50 años y decide cogerse el día, no ir a trabajar para pintar el patio. Su mujer, que le sabe en casa pero no pintando, le desembarca, sin previo aviso, una fiesta relámpago, una emboscada con los amigos de antes, la tropa que le conoce desde chama, gente con la que viene desandando desde Cuba.
Soto se burla, los imprevistos invasores se acercan en zigzag, buscando islas, intentando salvar los zapatos de ocasión, contorsionando para no sumergirse en el dibujo incompleto de la pintura fresca.
Se esfuerzan en vano, al final del laberinto deben abrazar al homenajeado, o al menos estrechar su mano, con lo que el daño queda garantizado.
Pero donde hay desquite no hay agravio: mientras prueban a reparar, o al menos minimizar los estragos, los invitados le recuerdan al Soto su entrada en el club de los temba, su nueva condición de medio tiempo o la media rueda que desde ahora cargará sobre sus espaldas.
Soy uno de esos impertinentes que le dicen "casi viejo", soy también uno de los que aplaude la propuesta del Soto de someter nuestra memoria musical al escrutinio de un juego de adivinanzas: cada invitado puede elegir una canción en el ipod, un tema que recuerde los viejos tiempos.
La cosa es tratar de descubrir el título cuando suenen los primeros acordes y entre las equivocaciones, los "forros" y los disparates, se arma el barullo en el patio.
La vieja música desentona con los nuevos equipos, antes necesitábamos "hierros" enormes, preferiblemente japoneses, para escuchar nuestro sonido, hoy al diminuto artilugio que torpemente manipulamos le cabe toda la música del mundo: fuimos de más a menos.
Antes dos bocinas eran suficientes, hoy la cosa es estar "surround", que es más o menos como acorralados, cercados por parlantes pequeños pero poderosos, colocados estratégicamente en cada ángulo del patio: fuimos de menos a más.
Todas las canciones elegidas son en inglés. Casi 40 años vividos en Cuba y nos hacemos los "yumas". Pero el vicio no es de ahora, lo arrastramos de la infancia. Algo le falló a los parametradores de la revolución que, sin proponérselo, nos convirtieron en fanáticos de las estaciones de onda corta que llegaban desde los cayos de la Florida: fuimos la generación de la FM.
Yo mismo estoy reservando un tema de Police, "Every breath you take", que fue como un himno para la "Farándula de los 80", nombre con que nos identifica Arturo Pollo, un socialité del exilio.
Como al quinto turno aparece el indeciso del grupo. El tipo no acaba de darle al play, sus dedos navegan una y otra vez por la pantalla del pequeño artefacto. Algunos le acusan de "estar jodiendo la euforia del momento", incluso proponen que le pasen por arriba, que le vuelen el turno.
El indeciso cede a la presión, selecciona algún tema y con falso hastío devuelve el aparato a la mesa. "Menos mal", dice alguien mientras los speakers (que antes eran baffles), dejan escuchar una guitarra con los acordes iniciales de "Los años que me quedan", un bolerón que debe desentonar luego de los recurrentes temas de Journey, Queen y Madonna.
Nos equivocamos… Gloria consigue callarnos a todos, cada uno de los invitados se encierra en su propia ostra, cada cual se ha montado en su versión de la máquina del tiempo, introspectivos, entregados al precioso oficio de recordar.
Gloria hizo la magia de devolvernos a esos escenarios donde alguna vez, hace ya mucho tiempo, su voz fue el complemento de la absurda felicidad de nuestras escaseces.
Mi regresión me devuelve a La Habana de los 90, haciendo el "celestino" para que mi hermano termine de novio de Rita Echevarría, la hija del "Tosco", la doctora a quien le organizo un viaje a Varadero, a bordo de un Lada "sin traspaso", para facilitar el encuentro.
Veinte años después, con un exilio y divorcio por medio, Rita me comenta que no puede escuchar a la Estefan sin recordar la canción que tantas veces repetimos en aquel viaje.
En Cuba Gloria era el nexo con el enemigo, la nota prohibida, escucharla era rebelarse, desafiar al establishment. Hoy, con menos pelos y más libras, oír su música significa el regreso a un mundo privado, tierno y gastado, que solo existe en nuestras mentes.
Puede que algún día regrese a Varadero, pero como dice Varela, "ya no estaremos los mismos". Tampoco conseguiría aquel viejo carro ruso, con chapa HK, en que nos movíamos a riesgo de que un policía lo confiscara en cualquier momento.
El silencio provocado por Gloria se extiende más allá del final de la pieza, nadie reclama su turno, no hace falta otra canción. Seguimos callados.
Repaso el lugar, miro cada detalle, sé que en lo adelante recordaré este patio cuando escuche a Gloria. Será la fotografía de la que nos hablaba Susan Sontag, el instante afectivo de Marcel Proust, el brillo sobre el mic de Fito Páez.
El patio de Soto, el de este silencioso momento, es único, uno de esos instantes que no podremos reeditar, aunque lo visitemos cientos de veces, aunque repitamos la canción y nos sentemos en los lugares donde nos golpeó el recuerdo. Siempre será distinto.
Por un momento se conjugaron todos los planetas, los rayos de luz golpearon el prisma de nuestras almas al mismo tiempo para revelarnos que Gloria, la Estefan, está tan arraigada a nuestras almas como las marcas de pintura que ahora mismo, más de uno, intentan desprenderse de la yema de sus dedos.
Puede que algún tacón recupere su color original, puede que el frotar constante de las manos termine por desprender la pintura, o la piel, de los invitados, pero de lo que sí estoy seguro es de que Gloria se queda, navegando en nuestras mentes, como tatuaje permanente, una hermosa mancha que solo aparecerá de vez en cuando, pero que nos acompañará por los años que nos queden.
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