Pánfilo vs. la Mesa Redonda
El programa de televisión opinó sobre el juego
de dominó entre el presidente de EEUU y el personaje humorístico
Los dictadores siempre le han tenido miedo al
humor, pocas veces sonrien y si lo hacen es con una mueca.
René Gómez Manzano | La Habana | Cubanet
Una de las incidencias de la visita de Barack Obama que mayores simpatías despertó en el pueblo cubano fue la participación que tuvo en un par de sketches del popular programa Vivir del cuento, junto al principal personaje de éste: el anciano Pánfilo.
El primer contacto de esa naturaleza fue antes del inicio del histórico viaje, en una conversación convenientemente grabada. El viejo protagonista desea llamar al poblado capitalino de Casablanca para averiguar en el Instituto de Meteorología si se pronosticaba lluvia para el juego de béisbol entre el Equipo Cuba y los Tampa Bay Rays.
En un supuesto cruce telefónico, Pánfilo comunica con la Casa Blanca en Washington, y es Obama en persona quien sale al teléfono. Hay varios intercambios, en el curso de los cuales el Presidente usa términos criollos. Se habla de un “almendrón” como posible sustituto de su imponente carro oficial “La Bestia”. El americano incluso emplea un cubanismo: “¡No es fácil!”.
Este jueves, el programa Mesa Redonda abandonó por un rato su estiramiento habitual para transmitir un segundo sketch. En esta ocasión, Obama cumple con la promesa hecha a Pánfilo de acudir a verlo cuando estuviera en La Habana. Ambos se sientan a una mesa de dominó junto a dos amigos del último, y conversan durante cinco minutos.
En su presentación, la conductora suplente del programa propagandístico, Arleen Rodríguez Derivet, calificó la simpática maniobra como “despliegue mediático y de marketing político”. En un tono algo quejoso y hasta acusatorio, afirmó que Obama utilizó ese procedimiento para “transmitir sus mensajes”. También dijo que, en Estados Unidos, no es raro que los políticos acudan a los programas cómicos para ganar simpatías.
Creo que esta experiencia da pie para recordar un poquito de historia, así como para hacer algunas breves consideraciones sobre las diferencias entre un régimen de vocación totalitaria —como el que impera en Cuba desde hace más de medio siglo—, y otro en el que rigen la libertad y la competencia entre los diversos candidatos que aspiran a cubrir un cargo electivo.
En nuestro país, el divorcio entre la política castrista y el humor empezó bien temprano. Corrían aún las primeras semanas de 1959, cuando al popular semanario cómico Zig-Zag se le ocurrió publicar una caricatura del entonces “Máximo Líder de la Revolución”, Fidel Castro. Conviene aclarar que el dibujo, aunque de intención chistosa, era también muy respetuoso: el artista, lejos de intentar ridiculizar al retratado, lo que hacía más bien era exaltar sus mejores rasgos.
No importó lo tímido del intento. La publicación de la parodia dio pie a que el aludido, en uno de sus interminables discursos de aquella época, desarrollara una tesis peregrina. El razonamiento (algún nombre hay que darle) era, en esencia, el siguiente: Así había sucedido también en el batistato: empezaban por burlarse de una persona, y después venían las torturas y los asesinatos horrendos…
Si la memoria no me traiciona, la argumentación se prolongó durante más de media hora. Como resulta fácil suponer, el intento de caricaturización murió al nacer. Los graciosos colegas del Zig-Zag, transformados en potenciales sádicos y homicidas gracias a la dialéctica castrista, presentaron unas rápidas disculpas. A partir de ahí, el “Comandante en Jefe” y los restantes “líderes de la Revolución” se hicieron intocables.
Aquellos polvos trajeron estos lodos. Desde aquel momento, la grisura y el aburrimiento se han convertido en parte sustancial del régimen que sufrimos los cubanos. Es en ese contexto que surgen los sketches de Obama y los comentarios de la señora Rodríguez Derivet.
Hay que reconocer que a esta última no le falta razón: “marketing político”, sí; transmisión de un “mensaje”, también. Pero aquí vemos una vez más, en vivo y en directo, las diferencias a las que yo aludía unos párrafos atrás: las que hay entre un gobierno autoritario que tiene garantizada su eternización en el poder, y los demócratas obligados a competir para alcanzarlo o mantenerse en él.
De manera análoga, existen las divergencias entre una maquinaria propagandística que se ve forzada a luchar en plano de igualdad para obtener las simpatías de los ciudadanos, y un aparato de agitación y lavado de cerebro, que controla todos los medios masivos de comunicación, y se limita a lanzar sus aburridas consignas y a ordenar a todos los órganos subordinados que las repitan a más y mejor.
Esto último es lo que sucede en Cuba con el coronel Alfonso Borges y el herrumbroso aparato propagandístico que encabeza. Es probable que algunos dirigentes castristas —si no de manera pública, sí en su fuero interno— se estén preguntando ya cómo fue posible que un presidente extranjero —¡y americano, para colmo!— “diera el primer golpe” gracias a ese contacto con Pánfilo.
Si así fuera, les estaría muy bien empleado a los funcionarios que prestan sus servicios en el tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central del único partido. Ojalá esta graciosa ocurrencia de los estadounidenses sirva para que la alta dirigencia del Palacio de la Revolución se convenza de dos cosas: que es necesario acabar con esa burocracia nada imaginativa, y que hace falta “abrir un poco el dominó”.