La homofobia del régimen a paso de conga
"Socialismo sí, homofobia no", proclamaron algunos enardecidos hace pocos días, en La Habana, mientras arrollaban en la conga de Mariela Castro, durante la IX Jornada contra la Homofobia y la Transfobia. La ONU también se sumó al baile, prodigando su apoyo a la directora del CENESEX, además de un premio, el denominado "Únete al Compromiso con la Igualdad y la No Violencia de Género".
Una vez más, el plato fuerte del espectáculo fueron las bodas simbólicas entre gays, a la espera de que los generales y las momias del Comité Central acaben de comprender que su legalización podría reportarles mayores ganancias que la Zafra de los Diez Millones. Al menos de cara al exterior, aunque hacia adentro deje pérdidas.
Porque tal vez no sean muy precisos quienes afirman que esas bodas simbólicas y las graciosas congas gays no nos están dejando sino vodevil y pintoresquismo tercermundista. Creo que en la concreta nos dejan algo más, y peor, que es la agudización del problema contra el que presumiblemente luchan.
Ya se ha hablado bastante sobre la sospecha (o la evidencia) de que el activismo antihomofóbico de la hija del dictador no responde sino a un plan de estrategia cosmética, dirigido —como todos los planes del poder en Cuba— hacia la opinión internacional. Pero se insiste menos en que, de cara al interior de la Isla, el tan llevado y traído proyecto del CENESEX resulta en esencia contraproducente, incluso dañino desde el punto de vista cultural, puesto que en vez de empezar por la labor educativa, formativa y de sensibilización, lanza medidas de efecto público que son como órdenes de arriba. De manera que la población en general, como todo lo que se le impone (que allí es todo), acata pero no concientiza, se limita a cruzarse de brazos, vencida pero no convencida.
Así, pues, me temo que al final esta campaña no consiga otra cosa que no sea continuar exacerbando nuestro espíritu homofóbico, que no solo es expresión de machismo, como muchos piensan. También condensa crueldad y miseria humana.
Abundan en Cuba las discriminaciones: políticas, económicas, raciales, de género… Y a mí por lo menos me parece particularmente sintomático que la hija de papá haya escogido a las víctimas de esta comunidad discriminada, que a la vez que alinea entre las más sufridas (y las más reprimidas), es posiblemente la más vulnerable ante las manipulaciones del poder, por ser quizá la más dividida y digamos la más inofensiva. ¿Le permitirían a un auténtico antirracista organizar mítines callejeros y convocar en comparsa a sus defendidos para que exijan reivindicaciones? ¿Se lo permitirían a un auténtico defensor de los derechos de los trabajadores, tan acogotados y mal remunerados?
Entonces no nos queda sino concluir que los planes del CENESEX, lejos de ser antidiscriminatorios, son especialmente prejuiciados, despreciativos y aun mezquinos.
Considero demasiado simple esa hipótesis según la cual la hija de papá escogió el tema LGBT solamente en busca de un protagonismo fácil y muy mediático, que le permitiese hacer currículum como futura líder, sobre todo teniendo en cuenta lo bien mirada que resulta la faena por parte de la progresía internacional. Son detalles que sin duda debieron ejercer su gravedad sobre el asunto. Pero se me hace que lo verdaderamente definitorio ha sido el profundo desprecio, la pobre consideración y el nulo respeto —por no hablar del nulo miedo— que los miembros de la comunidad LGBT merecen ante los ojos del régimen.
Ello explicaría, por ejemplo, que mientras mujeres y hombres pacifistas han sido sistemáticamente encarcelados y apaleados por caminar por las calles en silencio y con flores en las manos, a Mariela y su heroica guerrilla se les permita arrollar en conga, disparando a cada paso consignas presuntamente liberadoras.
A un lado, están la evidente satisfacción de los recién casados en bodas gay simbólicas y la desparramada alegría de los participantes en las congas. Al otro lado, están las burlas o las descalificaciones o la abierta repulsión que provocan no solo entre la gente prejuiciada (que en Cuba constituye mayoría) sino incluso entre muchos, muchísimos miembros de la comunidad LGBT del país, o al menos de La Habana.
Sería cuestión de cotejar el peso de ambos lados en la justa balanza. Y luego, para redondear, no debiéramos perder de vista el hecho de que en la misma forma que el CENESEX les da alegría a los miembros de esta comunidad que demuestran serles fieles e incondicionales, segrega y discrimina a los de esa misma comunidad que por diversas razones no admiten sumarse a su comparsa.