Para los próximos apagones
Los cubanos pensábamos que el Período Especial era ya sólo un mal recuerdo
Luis Cino Álvarez | La Habana | CubanetJusto ahora, cuando se cumple un cuarto de siglo del inicio del Periodo Especial, y los cubanos, en vista de la actualización del modelo económico, con conceptualización y plan de desarrollo para los próximos 14 años, pensábamos que lo habíamos dejado definitivamente atrás, que ya era otro mal recuerdo, de los peores, el general Raúl Castro advierte que se nos encima algo parecido, aunque no tan malo.
Quisiéramos no hacer caso a los alarmistas y creerle al general-presidente cuando asegura que hoy el país está mejor preparado, que las condiciones ya no son las mismas de hace 25 años, cuando se desintegró la Unión Soviética, y el gobierno cubano se quedó agarrado de la brocha… pero por mucho que nos esforzamos, no podemos
Aunque han asegurado oficialmente que tratarán de no afectar a la población con las medidas para ahorrar combustible, se teme que volverán los apagones. Conocemos bien a estos mandamases: cuando dicen que algo malo puede venir, es porque ya está aquí.
Todos recordamos bien los apagones de diez horas y más, de principios de los años 90. ¿Cómo olvidar el calor, los mosquitos, el aburrimiento, como se nos echaba a perder en el refrigerador, descongelado durante horas, la poca comida que había? Parecíamos condenados al exterminio por hambre, por tanta tristeza y desesperanza.
Pero recuerdo también el lado bueno que le hallamos a los apagones de entonces, como un ejercicio saludable para enfrentar los que se nos vienen encima.
En aquellos tiempos de apagones, se hacía el amor (o algo que se le parecía), en cualquier sitio, con desesperación, con la primera persona que apareciera y nos hiciera sentir que no éramos bicharracos en extinción. Debido calor, donde menos se hacía era en la cama. Se tenía sexo de prisa, al amparo de la oscuridad, en escaleras, pasillos, balcones, azoteas, detrás de los árboles, en los matorrales, en los parques, en el muro del Malecón, en las paradas de los ómnibus que demoraban horas o definitivamente no pasaban hasta la mañana siguiente… Terminábamos siempre antes que llegara la luz, bañados en sudor, apestando a rayos, picoteados por las santanillas, con las piernas flojas y mucha más hambre de la habitual.
Se hacían buenas amistades en esos años. Había sobrado tiempo para cultivar las relaciones interpersonales en aquellas largas conversaciones al aire libre, dominadas por el desconsuelo, que se prolongaban hasta la madrugada, cuando volvía la luz.
Fue un tiempo de confesiones. Las gentes, a menudo borrachas, a falta de otros temas y de planes de futuro de qué hablar, revelaban sus secretos más ocultos, como torturados por la Inquisición, o como si el mundo se fuera a acabar mañana y no quisieran irse al más allá cargados de lastre innecesario. Te confesaban traumas, temores, secretos familiares, infidelidades conyugales, envidias, fobias, preferencias sexuales y sus verdaderos sentimientos hacia el régimen. Y uno, escuchándolos, se sentía como un psicoanalista, hasta que le llegaba el turno de explayarse con sus propias confesiones…
Si hasta casi que me pongo nostálgico ―masoquista que es uno― mientras tarareo aquello tan de moda entonces, de “quisiera ser un pez, para pegar mi nariz en tu pecera…”
Ahora, por tanto que han cambiado las cosas, poco bueno habrá para aprovechar de los apagones. La gente, tan absorta en sus problemas y desconfiada como se ha vuelto, es cada vez menos amistosa. Y ya apenas nos quedan secretos que confesar: la gente exhibe lo mismo sus inquinas que sus preferencias sexuales, sus nalgas o su musculatura de gimnasio, y vocea en la calle y en las guaguas, con palabrotas, su opinión sobre el gobierno. Y sí, hacen algo que cada vez se va pareciendo menos al amor, dondequiera y con cualquiera, pero generalmente sin muchos besos, con condón y tarifa en CUC.
Los cubanos han dado por perdidas las expectativas de que el régimen haga cambios y mejore, siquiera un poco, sus míseras existencias. La situación, en muchos sentidos, con tantas regulaciones y ordenanzas, más bien empeoró. Y ahora nos advierten que la situación económica volverá a deteriorarse, todavía más.
Los mandamases, si tienen memoria, no deben haber olvidado las turbulencias del Periodo Especial: el aumento de los robos y los asaltos, los insultos contra el Máximo Líder que gritaba la gente cuando cortaban la luz, los letreros que aparecían pintados en los muros, las vidrieras rotas a pedradas, las botellas que lanzaban desde las azoteas, en los barrios más conflictivos, el Maleconazo…
Las futuras intifadas pueden ser peores. Es mejor que los mandarines cumplan con sus promesas de no afectar demasiado a la población: que lo piensen dos o tres veces antes de programar los apagones.
ACERCA DEL AUTOR
Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Es subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.