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General: VENDÍ EL CABALLO Y ME FUI A GUYANA
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 13/10/2016 16:16
Guyana4.jpg (755×566)
                                                                                                                                                                                                                                                                   Foto Maykel González Viver
                 Por Maykel González Vivero - OnCuba
–¡No me tires fotos! –Pedrito sólo consiente que mire sus manos desgranando maíz–. Es que quiero irme de nuevo. Si tú me tiras fotos y las pones en internet, capaz que me metan en una computadora, me fichen, y luego no me dejen salir.
 
Toti, la mujer de Pedrito, adora fotografiarse. Pero esta vez se niega. Me aleja como si espantara moscas.
 
–¡No, mijo, no, que este me mata si tú publicas una foto de esas!
 
Y así, entre dientes, entrecortados, hurtando el cuerpo, se atreven a contarme cómo Pedrito fue a Guyana y volvió de Guyana, sin saber bien dónde queda Guyana, sin procurarse antes un mapa, sin haber tenido un teléfono móvil nunca. Y tanto se cuidan de mí que les ofrezco toda la protección que puedo garantizar: él será Pedrito y ella Toti, el pueblo rural donde viven no tendrá nombre.
 
Cerradas las fronteras ecuatorianas para los cubanos, inquieta Centroamérica luego de las últimas crisis migratorias, desmanteladas numerosas redes de traficantes de personas, cada vez se torna más angosta la ruta para llegar desde la Isla a Estados Unidos. Pero queda una puerta para alcanzar Sudamérica, y todavía parece un acceso cómodo, una escala posible. Ahí está Guyana, el último recurso para quienes siguen saliendo de Cuba y se adentran por el istmo de Panamá.
 
Esta es la historia de la mentalidad campesina, del estupor guajiro, ante el sinuoso camino.
 
–¿Cómo se te ocurrió irte a Guyana?
 
–Me enteré que todo el mundo estaba cogiendo para allá.
 
–¡Es visado libre! –la pregunta es ociosa para Toti: sólo hay una opción de entrada en tierra firme–. Es que Guyana es uno de los pocos países con libre visado para los cubanos. No te piden nada. Sacas pasaje y te vas.
 
–Guyana y Rusia –confirma Pedrito.
 
–No sé si Surinam también –duda Toti–. Por suerte tienen frontera.
 
–¿Conoces más gente por acá que ha hecho ese camino?
 
–¡Un millón! –Toti no viajó a Guyana. Qué lástima, pues se porta más locuaz.
 
–De este mismo pueblo, no –Pedrito cavila–, pero muchísima gente de las cercanías sí… Bueno, de aquí son tres muchachos que se quedaron.
 
–¿Quiénes?
 
–Unos que están en Trinidad y Tobago.
 
–Mala idea –le explico a Pedrito–: son islas. Desde ahí, el viaje se complica.
 
Toti tiene su teoría sobre los arribados a Trinidad.
 
–El objetivo es llegar a Estados Unidos –razona–. Claro, unos tienen posibilidades y otros no. Unos van con el objetivo de quedarse posados y hacer algún dinero en Guyana o Trinidad. Otros tienen quien los respalde y van más seguros, no se tienen que quedar a trabajar. Si vas más apretado, sí te quedas.
 
–Toti, si hubiera acompañado a Pedrito –se me ocurre–, quizá no se frustra el viaje.
 
–Pero, ¿qué pasa? –ella sigue–. Se acabó la opción de Ecuador. Aunque Ecuador y Guyana están más o menos ahí cerca. El trayecto es el mismo. Ecuador, por supuesto, tenía más fluido de personas. De entrada, el idioma no es el mismo. ¿Cuál es el idioma de Ecuador?
 
–Español, como aquí –le digo.
 
Toti ratifica su tesis.
 
–¡Y en Guyana es el inglés!
 
–Cuéntame cómo lo hiciste, Pedrito.
 
–Como todo cubano, tienes que vender todo lo que tengas: el caballo, el carretón, la montura. Tuve que pedir dinero y vender muchas cosas.
 
–¡Vendes todo! –grita Toti–. Vendes tu casa, un coche de caballos que tú tengas, el televisor, el dividí, ¡todo!… ¿Esta entrevista no será para la policía? –se ríe, segura de la broma, y finge susto–. ¡Ay, Dios mío!
 
La casa está vacía. Queda una mesa de manicura. Toti se sienta sobre la mesa, hunde los puños en la sudadera, se encapucha poco a poco, se disfraza. La sonrisa se ve –¡ay, la policía, ay! –, al fondo del túnel de la caperuza. Frente a la mesa, crece el montículo de granos de maíz.
 
–El pasaje costaba mil novecientos dólares –Pedrito me enseña los boletos–. Cuando fui a pagarlo, ese día había bajado a mil cuatrocientos y pico. Me salvé.
 
–¡Oye, no pongan los nombres de nosotros! –se asusta cuando advierte otra vez la grabadora–. Es que yo quiero irme otra vez, de aquí a unos días. Va y no me dejan salir. ¡No me tires fotos! ¡No me enredes!
 
–¿En qué aerolínea compraste el pasaje?
 
–En Copa, aquí en Santa Clara.
 
Habana-Panamá-Georgetown, leo en los pases de abordar.
 
–Cuando llegas a Guyana te preguntan para dónde tú vas, y el dinero te lo cuentan. En La Habana, por veinticinco dólares, se consigue un papel con el nombre y la foto del hotel. “¿Para dónde tú vas?” y enseñas ese papel.
 
–Ibas para el Aracari Resort –eso dice la hoja impresa–. ¿Lo tenías reservado entonces?
 
–¡No! Es un papel nada más.
 
Aracari es un pájaro, uno bien exótico, pariente del tucán. Aracari es un resort. Seas quién seas, te consta que el edén de la época es un resort.  Más vale Aracari en mano: un resort también aparece como el pretexto ideal de la época para entrar al continente vedado.
 
–Es una pre reservación –dice Toti, salvadora de su marido lacónico–. Sólo te cuesta veinticinco dólares. No puedes llegar a Guyana y, cuándo te pregunten para dónde vas, decir “Ay, no sé”.
 
Pedrito iba a Georgetown con su boleto, algún dinero americano y la foto de un resort. “Guear du yu gou?” “Aquí, aquí.” Pedrito señala una playa en el papel, una silla bajo una palmera, un coco con absorbente.
 
–¿Qué sentiste al verte por primera vez en el extranjero?
 
–Si llego a ir con alguien más, de dónde sea, pero de Cuba, yo no regreso. Pero me sentí muy extraño. Nadie me entendía. Ni en el aeropuerto había un traductor. Yo buscaba y nada.
 
–¿Pero entraste a Guyana sin problemas?
 
–Te ponen en un grupo, en una fila. Te dan un papel con un lápiz, y te hacen señas para que saques el dinero –Pedrito imita el gesto de contar billetes–. Yo tenía mi dinero, y por eso pude pasar.
 
–¿Venían otros cubanos en ese vuelo?
 
–¡Todos eran cubanos!
 
–También están los que se dedican a buscar ropa para vender aquí –aclara Toti.
 
–En el viaje de regreso, lo mismo –recuerda Pedrito–. Más de doscientos cubanos cargados de ropa.
 
El maíz se desborda, inunda la casa. Toti se acomoda en la mesa. Mira en torno, palpa el vacío; no el tedio de la única calle del pueblo, palpa el vacío bajo la mesa de cabillas, el vacío de las noches sin dividí.
 
–Volvamos a Georgetown. Estabas desorientado. ¿Qué hiciste al pasar los controles, cuando entraste al país?
 
–¡Pasé un hambre de pinga! No sabía dónde vendían nada. Vi que había como un merendero y llegué con el dinero americano. Compré una cosa, me costó un dólar, algo como una fritura. No me la pude comer. Y a la hora de devolverme, ¡me dieron una cantidad de billetes! Un americano vale doscientos pesos allí. ¡Una salvajá de dinero!
 
–Fui a un hotel –no me explicó cómo pudo encontrar uno– y al otro día viré para Cuba. El hotel me costó treinta pesos. Tuve que pagar doscientos dólares para virar, para que me adelantaran el regreso.
 
–¿Volviste para el aeropuerto y explicaste con señas que querías volver?
 
–Sí, así fue.
 
–¿Nunca encontraste a ningún cubano que te ayudara?
 
–Yo me fui con cubanos. Pero me entretuve y todos tenían carros afuera, esperándolos. ¡Se montaron y se perdieron! Me quedé solo. Eran como dos horas de camino para llegar al pueblo. El aeropuerto está intrincado.
 
El aeropuerto se llama Cheddi Jagan, como aquel presidente de Guyana, dentista y comunista. De ahí a la capital hay cuarenta y un kilómetros, menos de tres cuartos de hora en automóvil. El pueblo de Georgetown no anda lejos, ¿pero está al norte o al sur? ¿al este? Pedrito no se mueve del Cheddi Jagan. Se siente confuso. Intrincado.
 
–Perdí el dinero del pasaje, y doscientos más… Por suerte, ninguna de esa gente de Guyana supo a qué iba. Si se enteran me viran automáticamente. Un negro allá me preguntó en inglés: “¿Por qué te vas?” Le dije que por problemas familiares. Ellos sacaban un celular y escribían todo lo que yo decía. No sé si lo traducían así.
 
–¿Cuándo partes de nuevo a probar suerte?
 
–No sé, pero pronto.
 
–Por esta casa, ¿cuánto les dan aquí?
 
–Veinte mil pesos cubanos –se adelanta Toti–. Claro, hay que conseguir ochocientos dólares más para enseñar en el aeropuerto.
 
–Da para el pasaje –confía Pedrito.
 
–¿Cogerás la misma ruta?
 
–Sí, me voy a Guyana. De ahí seguiré… –vacila– por Colombia.
 
–¡Por Colombia tiene que seguir todo el mundo! –Toti anda más segura, siempre –. Guyana, Venezuela…
 
–¿Se pasa fácil por Venezuela?
 
–Sí, pero todo se complica a partir de Colombia.
 
La selva del Darién. Miles de cubanos en una botella, sellados por el “tapón del Darién”. Una botella de artesanía, de esas que exhiben un velero dentro sin que nadie sepa cómo entró el velero.
 
–¿Estás al tanto de las estrategias de esos países para impedir el paso de los cubanos?
 
–No me importa. Si bajan los pasajes, me voy. Buscar dinero para hacerlo de nuevo no es fácil.
 
–¿Apoyas a tu marido en ese proyecto? –me vuelvo a la mesa de manicura.
 
–¡Qué voy a hacer! –Toti baja la pierna y derrumba la pila de maíz, la lastima con ira–. Le doy un consejo, pero él decide. De corazón te digo, no hay que ir a la escuela para saber por qué la gente se va. Aquí, en un pueblo de campo como este, no hay futuro.
 
–Reunirse luego sería el plan, ¿no?
 
–Yo digo que con dinero todo es posible –Toti se amarga al fondo de la capucha–. Cualquiera llega a Estados Unidos. El problema es que no tenemos dinero. El camino de Guyana es para los miserables.
 
–¿Qué falló en este viaje? ¿Las conexiones? ¿La suerte?
 
–Me fallaron los nervios. Como yo, lo han intentado miles en Cuba. No soy tan especial. Por eso no me saques fotos. ¡Yo sé lo que te digo!
 
M2549981-50x50.jpg (50×50)Artículo publicado en OnCuba


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