Febrero es el mes más cruel “Una primavera es lo que yo necesito, una primavera en mi bolsillo, en mi vida”
Por Jorge Ángel Pérez | La Habana | Cubanet T. S. Eliot vio en abril al más cruel de los meses y así lo dejó escrito en el primer verso de su poema La tierra baldía. Esa misma estrofa de Eliot serviría luego a Cabrera Infante para dar título a uno de los cuentos de Así en la paz como en la guerra. Esta mañana alguien cambió intencionadamente el mes de uno de los versos más conocidos de la poesía escrita en inglés y, por carambola, la misma suerte le tocaría al título del cuento de Guillermo.
“Febrero es el mes más cruel”, así me dijo un estudiante de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, a quien encontré esperando una guagua en la intersección de Cerro y Boyeros mientras yo paseaba con mi perro. Luego del abrazo pregunté cómo estaba. “Febrero es el mes más cruel”. Quizá respondiendo a mi silencio se explicó; dijo que esperaba una guagua que lo llevara hasta la facultad, pero que realmente no quería ir, que le gustaría no ir nunca más.
Y muy pronto habló de las causas de su congoja, de lo terrible del día anterior. En medio de un sollozo me contó que estaba noviando desde hacía unos meses con un estudiante de ingeniería de la CUJAE, que creía estar enamorado, que se veían todos los días aunque fuera un rato, que era la primera vez en su vida que creía estar enamorado y que quiso hacerle algún regalo el día de los enamorados. Me aseguró que soñó con conseguir algún dinero para pagar un alquiler por tres horas, y poder desnudarse sin apuros, quería amar; amar y nada más.
Estaba harto de que tuvieran que entregarse en lugares salvajes, oscuros, peligrosos; pero no pudo conseguir los cinco dólares que tendría que pagar por la habitación, y mucho menos su novio, quien vino del centro de la isla para estudiar y siempre anda contando hasta el último de los centavos, como él. El estudiante de Letras me aseguró que el amor le había llegado acompañado de angustias, que lo desesperaba no tener un lugar donde amar a su muchacho. “¿Crees que así podremos llegar a algo?” Y porque me quedé callado llamó maldito a su país.
El joven se carcajeó nervioso, y volvió a la crueldad del mes, se explicó. Llamó iluso a Eliot. “¿Tu sabes lo que es decir que abril es cruel? No sé por qué un hombre que debió sufrir tantos inviernos ve ferocidad en la primavera. Una primavera es lo que yo necesito, una primavera en mi bolsillo, en mi vida”: Y como si fuera poco aseguró que su cartera era un invierno perpetuo, que siempre estaba congelada. Aseguró que le gustaría trabajar en sus ratos libres, que eran muy pocos, pero que estaba dispuesto a sacrificarse. “¿Pero dónde trabajo, dime tú?” Dijo estar dispuesto a limpiar piso, a lo que fuera, pero no quería seguir viviendo en la indigencia, y teniendo la certeza de que no iba a estar mejor cuando se graduara. ¿Te imaginas qué trabajos me ofrecerán?
Porque me mantuve en silencio aseguró que en el mejor de los casos lo mandarían a trabajar a una Casa de Cultura donde revisaría la rima de unas décimas escritas por un montón de viejos retirados que se entretenían “escribiendo” para no morir de tedio, pero que también lo podían mandar a la Editora política que regenta el Comité Central del Partido Comunista a revisar mamotretos halagadores de la revolución, donde nunca encontraría una historia como la suya. “Me gustaría no ir más a la escuela”. Resultaba curioso que estar enamorado llenara de desatino a ese muchacho cuando debía ocurrir lo contrario. Él debía estar feliz, pero estar enamorado se le convertía en un problema mayor. Unos días antes su novio fue a buscarlo a la Facultad y luego, porque no tenían a dónde ir, se metieron en “La Potajera”, ese espacio inhóspito pero arbolado que está cerca de la facultad, y cuando más feliz estaban descubrieron que unas “locas viejas” se masturbaban deleitándose con el goce de ellos.
“¡No tengo a dónde ir!”, dijo casi desesperado, y también que este 14 de febrero terminó en San Carlos de La Cabaña, sin un centavo que les permitiera comprar libros, “la suerte fue que no encontré títulos interesantes”, e igual les pasó a otros compañeros que desandaban stands y librerías para comprar algún título con el poco dinero que tenían. “Mucho Armando Hart”, pero yo no voy a leer sus libros, y continuó: “Imagina cómo van las cosas que este año le dedicaron la feria a un político, pero a ningún escritor.”
Este muchacho, de quien no he dicho nombre ni diré, estuvo contemplando con su novio lo magnífico de aquella fortaleza construida en el siglo XVIII, y a él le contó del fusilamiento de Zenea, el poeta de quien declamó unos versos mientras se aferraba, quizá aterrado, a la mano de su novio, y “le habló al oído, en secreto”, como el poeta bayamés a Fidelia, de los fusilamientos que inauguraron la revolución del cincuenta y nueve en esa fortaleza.
Luego, y tomados de la mano abandonaron la Cabaña, sin un libro, y decidieron, porque estaban desesperados por amarse, meterse en la playa del chivo; y aún aferrados uno al otro, pero sin que les diera tiempo a desnudarse, fueron sorprendidos por una pareja de policía que los llamó “maricones”, y que los sacó de allí para llevarlos hasta una estación de policías en Cojímar.
Todo eso me contó el estudiante de Letras que tiene que pagar ahora una multa. Y no me quedó otra cosa que comentarle, a ese joven que tiene nombre pero que no revelaré, que podía considerarse dichoso. Él abrió los ojos, parecía molesto por mi comentario. Entonces le recordé que algo parecido le sucedió a Ángel, aquel librero de la Fayad Jamís hace un año exactamente, pero este otro no tuvo “la suerte” de que unos policías lo llevaran a una estación de policías. A Ángel los policías lo llevaron hasta medicina legal después de que fuera asesinado. Y no dudo que esos policías dijeran a los médicos: “A este maricón lo mataron por estar donde no debía”. Eso le dije, y también que quizá el tenía razón creyendo que febrero era mucho más cruel que la temida primavera de Eliot.
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