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De: CUBA ETERNA (Mensaje original) |
Enviado: 23/02/2017 18:50 |
ROSA MARÍA PAYÁ Y EL MIEDO DEL CASTRISMO
Editorial del Diario de CubaRosa María Payá, presidenta de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia, iba a entregar en La Habana el premio Oswaldo Payá Libertad y Vida a Luis Almagro, secretario general de la OEA, y una mención de honor al fallecido presidente chileno Patricio Aylwin, que recogería su hija, la exministra y exdiputada Mariana Aylwin.
En 2002, Oswaldo Payá fue capaz de presentar 11.020 firmas ante la Asamblea Nacional cubana y 14.000 firmas adicionales en 2004 reclamando la libertad de asociación, la libertad de expresión y de prensa, elecciones libres y la amnistía de los presos políticos. Conseguir la adhesión de un número tan grande de personas en circunstancias como la cubana supuso un complejo trabajo de movilización por parte del líder del Proyecto Varela, el mayor efectuado por la oposición democrática en la Isla.
La respuesta de la Asamblea Nacional a esta petición se tradujo en un cambio de la Constitución que calificó de "irreversible" al socialismo en Cuba.
Oswaldo Payá falleció el 22 de julio de 2012 en una carretera en las cercanías de Bayamo. Su familia denunció que el auto en que viajaba fue embestido por otro de la Seguridad del Estado. Las circunstancias de su muerte quedaron sin aclarar, el régimen no ha permitido nunca un peritaje internacional e intentó cerrar el caso con un farsesco proceso judicial.
A partir de entonces, junto a la reivindicación de la figura de su padre, Rosa María Payá ha continuado la lucha por la democratización de Cuba, enmarcándola en un contexto continental. Con ello ha contribuido a romper el excepcionalismo cubano con que muchos tratan el tema en la región. Payá se ha mostrado solidaria con las causas y los retos de jóvenes y activistas de otros países, y ha podido obtener lo mismo a cambio.
Fruto de ello es la ola de denuncia y solidaridad de personalidades como la exsecretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright, y los expresidentes Sebastián Piñera (Chile) y Felipe Calderón (México), ante los obstáculos puestos por el régimen contra la ceremonia de premiación a celebrarse en La Habana. Una vez más el castrismo demuestra que es, irreversiblemente, una dictadura. Negarle la entrada al secretario general de la OEA y a otros invitados internacionales no hace más que evidenciar su desesperación y su miedo.
NOTA:
Oswaldo Payá falleció en julio de 2012 junto al también disidente cubano Harold Cepero, tras impactar contra un árbol el vehículo en el que viajaban y que conducía Ángel Carromero, dirigente de las juventudes del Partido Popular de España, un accidente que la familia Payá sostiene que fue un asesinato orquestado por las autoridades cubanas.
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Luis Almagro desnuda a la dictadura cubana
El secretario general de la OEA escandaliza a políticos, diplomáticos e intelectuales latinoamericanos por llamar 'dictadorzuelo' a los 'dictadorzuelos'.
Por JAVIER EL-EL HAGE - EL PAÍSAl anunciar que viajaría a La Habana a recibir un premio de manos de disidentes que piden democracia en Cuba, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha forzado al régimen de Raúl Castro a prohibirle el ingreso con argumentos “bastante ridículos”. Almagro ha aprovechado la oportunidad para aleccionar a la dictadura con una clase sobre democracia: le ha explicado que quería “honrar la memoria de Oswaldo Payá”, un activista prodemocracia probablemente asesinado por el régimen, y le ha pedido no “criminalizar al grupo Cuba Decide (fundado por la hija de Payá) pues los mecanismos constitucionales de democracia directa que proclaman (la necesidad de un plebiscito en Cuba) son un instrumento esencial para la expresión de los pueblos”.
Con esta y otras acciones por el estilo, el secretario general de la OEA continúa recibiendo elogios en público y privado, pero también viene escandalizando a un buen número de políticos, diplomáticos e intelectuales latinoamericanos, a quienes les preocupa que el excanciller de Mujica ande llamando dictadorzuelo a los dictadorzuelos y tendiendo la mano a grupos de la sociedad civil en países gobernados por regímenes autoritarios, incluso sin el permiso de estos.
Al anunciar que viajaría a La Habana a recibir un premio de manos de disidentes que piden democracia en Cuba, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha forzado al régimen de Raúl Castro a prohibirle el ingreso con argumentos “bastante ridículos”. Almagro ha aprovechado la oportunidad para aleccionar a la dictadura con una clase sobre democracia: le ha explicado que quería “honrar la memoria de Oswaldo Payá”, un activista prodemocracia probablemente asesinado por el régimen, y le ha pedido no “criminalizar al grupo Cuba Decide (fundado por la hija de Payá) pues los mecanismos constitucionales de democracia directa que proclaman (la necesidad de un plebiscito en Cuba) son un instrumento esencial para la expresión de los pueblos”.
Con esta y otras acciones por el estilo, el secretario general de la OEA continúa recibiendo elogios en público y privado, pero también viene escandalizando a un buen número de políticos, diplomáticos e intelectuales latinoamericanos, a quienes les preocupa que el excanciller de Mujica ande llamando dictadorzuelo a los dictadorzuelos y tendiendo la mano a grupos de la sociedad civil en países gobernados por regímenes autoritarios, incluso sin el permiso de estos.
Los críticos de Almagro esgrimen dos argumentos importantes. Uno es que, según ellos, la OEA no es diferente de la ONU en que se trata simplemente de una organización intergubernamental encargada de proveer una plataforma a los representantes de países, y, por tanto, debe acoger en su seno con el mismo derecho a voz y voto, y con los mismos honores debidos a cualquier jefe de Estado, a Allende igual que a Pinochet, a Videla como a Alfonsín, a Carlos Andrés Pérez como a Nicolás Maduro.
El segundo argumento es que lo que hace Almagro al criticar al régimen venezolano es contrario a la tradición de la OEA, ya que, si bien desde su creación en 1948 tendría en teoría que haberse interesado en promover valores de la democracia representativa, en la práctica desde su púlpito se criticó solamente a la dictadura de Castro en Cuba, que fue suspendida en 1962, y se guardó un silencio cómplice ante las dictaduras anticomunistas de todo el continente a lo largo de la Guerra Fría.
Los críticos de Almagro se equivocan por partida doble. A diferencia de la ONU que ha tenido a dos dictaduras (China y Rusia) en su Consejo de Seguridad desde sus inicios, la OEA es una organización creada por democracias y dedicada a la democracia. Desde sus inicios con la adopción de la Carta de la OEA en 1948, con mayor fuerza desde la reforma de dicha Carta en 1992, y culminando con la aprobación de la Carta Democrática Interamericana (CDI) en 2001, la OEA tiene el deber de promover los elementos esenciales de la democracia: libertad de prensa, independencia del poder judicial, elecciones libres y justas, y alternancia en el poder.
Es más, mientras en la ONU las dictaduras de Arabia Saudita, China, Cuba, Egipto y Ruanda integran el Consejo de Derechos Humanos, el Secretario General de la OEA tiene la obligación de procurar la “suspensión de toda participación en los órganos de la OEA” de cualquier régimen antidemocrático que hubiera tomado control del gobierno de un estado miembro, ya sea porque llegó al poder a través de un golpe perpetrado contra un presidente democrático, o porque, habiendo sido electo en elecciones libres y justas, este haya erosionado la democracia de manera gradual, sostenida y sistemática hasta el punto de tornarse un régimen autoritario o dictatorial, como es el caso de Venezuela, donde ni siquiera hay garantía ya de elecciones futuras.
En segundo lugar, no es cierto que la OEA no haya dicho nada durante la Guerra Fría. Aunque guardó silencio ante las dictaduras de Videla y Pinochet, la OEA fue en ese entonces capaz de condenar a los regímenes tiránicos de Trujillo en 1960, de Castro en 1962, de Somoza en 1979, y de Noriega en 1989, aún sin herramientas como la Carta Democrática.
Las primeras dos condenas, contra Trujillo y Castro, fueron posibles gracias al expresidente venezolano Rómulo Betancourt, un líder socialdemócrata de principios que creía en una OEA sin dictaduras y que recuerda mucho a Almagro.
Los hispanoamericanos que tenemos la suerte de no vivir en dictadura, debemos abandonar la indiferencia porque esta le deja el micrófono a los escandalizados con las acciones de Almagro. En vez de eso, debemos apoyar en voz alta a los millones de venezolanos y cubanos que hoy arriesgan la vida para pedir democracia en sus países. Debemos apoyar a Almagro.
Javier El-Hage es director jurídico y Thor Halvorssen es presidente de Human Rights Foundation, una organización con sede en Nueva York
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