En lugar de un pensador confiable, de un líder sólido, atinado, lo que se ve es a un diletante de aturdido pensamiento táctico. Trump ni remotamente es un general, sino carne de cañón que no solo es un mal negociador político, un gobernante errático.
El arte de gobernar
No tiene sentido alegrarse de los fracasos de Trump.
No hay porque celebrar tampoco que la propuesta de Donald Trump para abolir el Obamacare e implantar otro sistema de atención médica, Trumpcare que ya le llaman, haya sido retirada por una evidente falta de apoyo de todos los demócratas, y de una parte de los propios republicanos.
No nos irá mejor por ello, sino todo lo contrario.
El Obamacare, todos lo saben, está lejos de ser perfecto. Le urgen modificaciones. Precisa ser algo mejor de lo que es. Necesita, además, ser entendido, antes de ser modificado.
“Nobody knew that health care could be so complicated”, dijo hace unos días el presidente Trump, y eso parece ser lo más sensato que haya dicho acerca del tema.
Sin embargo, el Presidente intentó demoler el sistema de salud de Estados Unidos y sustituirlo con otra cosa que tampoco entiende y que funcionaría de aun peor manera.
Obviamente, ni siquiera logró convencer a los suyos de que esa sería una buena idea.
Quienes a raíz de ese fracaso se mofan de la fama auto adjudicada de Trump de ser un buen negociador no están lejos de la realidad, pero hay algo más grave en todo ello que ese alarde tan vacío de argumento.
No se gobierna por decretos; no con voluntarismo, no al mejor estilo de corta-y-clava: no creyendo que todo se resume a firmo-aquí-y-ya-está.
El Presidente no gobierna un negocio, sino que negocia el gobierno.
Desafortunadamente, no ha sido así hasta ahora.
Ni siquiera en esta luna de miel de los primeros cien días de presidencia, ni a lomo del impulso de la euforia de la victoria, ni tras el blindaje que proporciona la disposición a la indulgencia de sus partidarios y partidistas, el Presidente ha sido capaz de aterrizar, en este par de meses de gobierno, proyectos de gran importancia tanto para su credibilidad como pagador de promesas, como para el bienestar de Estados Unidos y sus ciudadanos.
Ya el muro no será ese instantáneo, pagado por mexicanos, sino que tendremos otro, costoso, de cuestionada y cuestionable eficacia, construido con el dinero de nosotros, los contribuyentes americanos.
Las restricciones migratorias, erráticas, a medio hacer, no funcionan; para colmo, en lugar de más seguridad nacional, solo han creado caos y exasperación dentro y fuera del país.
Se suman a ello las declaraciones irresponsables, de mala tribuna electorera, esquelas nocturnas en una cuenta de Twitter que parece pertenecer a un adolescente atormentado por las hormonas: ofensas gratuitas, delirios, grandilocuencia pedestre, anatemas a todo el que no dé vivas; failing, que, irónicamente, es su descalificación favorita a quienes se le oponen.
Y ahora, pues esta precipitada propuesta para sustituir el Obamacare con un Trumpcare: propuesta incompleta, caótica, rechazada no solo por los demócratas —que en estos días solo reaccionan a trompicones, a la defensiva— sino hasta por los republicanos más ultra conservadores.
El problema no es solo que este presidente ha sido pródigo en promesas que no sabe cómo cumplir, sino que hay evidencia contundente de que Trump está lejos de ser el negociador que dice ser.
El problema, preocupante en extremo, es que el actual presidente de los Estados Unidos de América no es un estratega de pensamiento profundo, respetable en su consistencia, temible en consecuencia, sino que sigue siendo el ególatra compulsivo que se lanza con los ojos cerrados contra la pared a ver si le atina a una ventana.
El problema es que Trump es además, y precisamente por ello, un pésimo gobernante.
Si el Presidente, en lugar de tratar de cumplir rimbombantes promesas electorales, si en lugar de seguir los renglones de la ortodoxia republicana de la manera tan torpe que lo hace —que daría risa si no fuera tan grave—; si en lugar de andar a tropezones en las entrañas de una bestia política que dice rechazar y a la que, obviamente, no comprende; si en lugar de tuitear su bilis, de amenazar e intimidar a sus propios senadores —si no aprueban esta propuesta están arriesgando su reelección, les dijo—; si en lugar de ello hubiera creado una comisión que, con rigor, paciencia, profesionalismo y objetividad (y ya es obvio que los republicanos pasaron los ocho años de Obama quejándose y no trabajando en una mejor idea para el sistema de salud), comisión que diseccionaría el Obamacare, le extirparía lo que le sobra, insertaría mejoras, puliría ángulos, limaría asperezas, si tan solo se hubiera concedido quizás un año de trabajo para todo ello, el presidente Trump sería recordado como el gran reformador que le enmendó la plana a Obama y a los demócratas, para bien de los americanos.
Lo cual, y le ha tomado menos de cien días para demostrarlo, parece ser mucho pedir.
En lugar de un pensador confiable, de un líder sólido, atinado, lo que se ve es a un diletante de aturdido pensamiento táctico; ni remotamente un general, sino carne de cañón que no solo es un mal negociador político, sino un gobernante errático que está marcando su gestión con una capacidad increíble para dilapidar capital político.
El paradigma de una buena negociación, ganar-ganar, sucede cuando todas las partes involucradas ven sus expectativas satisfechas.
Una mala negociación, ganar-perder, tiene lugar cuando, al levantarse de la mesa, alguien se marcha contento y otro disgustado, porque uno se lleva mucho y el otro poco.
Pero el absurdo total, la-no negociación, resulta finalmente en aquella en la que nadie gana.
Perder-perder, es esta extraña transacción que ahora vemos donde, ni republicanos ni demócratas, ni gobierno ni gobernados, están hoy mejor que antes de este otro descalabro político de este nuestro presidente.
Presidente, constructor de campos de golf y rascacielos, presta-nombres para una decena de libros de autocomplacencia que describen cómo ser exitoso a lo Trump y cómo hacer a Estados Unidos un país mejor.
Negociador que dice va a esperar a que el Obamacare explote, que entonces vendrán a él, insiste, all those great, wonderful people, a pactar con él, con el gran negociador de contratos de albañilería que, la verdad, no parece tener idea de cómo negociar, para gobernar, y no hacernos perder a todos en el intento.