“¡Quieren convertir en gays a nuestros hombres!” El diplomático Luis Melgar recoge en un libro tres años de anécdotas en Guinea Ecuatorial junto a su marido, Pablo
Luis Melgar el único diplomático español abiertamente gay, autor del libro "Los blancos estáis locos"
Natalia Junquera — El País “Los blancos estáis locos”, respondió Yolanda cuando le dijeron que los nuevos inquilinos de la casa en la que trabajaba, la residencia de la segunda jefatura de la Embajada española en Guinea Ecuatorial, eran un matrimonio formado por dos hombres. La respuesta de la carismática asistenta da título al libro, editado por Península, en el que el diplomático Luis Melgar resume tres años de disparatadas anécdotas en el país africano junto a su marido, Pablo.
“Allí la homosexualidad no está perseguida, pero no es visible y hay una represión familiar total, así que lo que suelen hacer es casarse y luego tener su vida aparte. En Guinea y en África en general piensan que la homosexualidad no existe, que es un invento, un vicio de los blancos”, explica Melgar, de visita en Madrid antes de regresar a su nuevo destino, Venezuela, desde donde han iniciado el proceso para ser padres por gestación subrogada.
“Íbamos juntos a las fiestas de cumpleaños de Teodoro Obiang —donde se servían tartas de diez pisos con la cara del presidente antes de cantarle “porque es un muchacho excelente”— y no tuvimos ningún problema de discriminación”, relata, pero sí se produjeron algunos malentendidos. Por ejemplo, un ministro ecuatoguineano con su mejor intención homenajeó a Melgar ofreciéndole un grupo de mujeres despampanantes que rápidamente se sentaron en sus rodillas. “Me fui discretamente en cuanto pude”, recuerda. En otra ocasión, al organizar un taller de periodismo dirigido por la periodista Ana Borderas, decidieron que uno de los amigos de Melgar, activista gay de visita en Malabo, ofreciera una rueda de prensa a los alumnos. Los chicos en general reaccionaron bien. Ellas no tanto. “¡Vienen a quitarnos a nuestros hombres! Con la poligamia ya teníamos que pelear con otras mujeres más jóvenes. ¿A cuántos hombres quieren convertir en gays?”, decían.
Antes de cambiar de destino, Melgar organizó una semana LGTB —charlas, proyección de películas para sensibilizar contra la discriminación...—. “Era la primera vez que se hacía algo así en Guinea. Yo me la estaba jugando, por eso lo planeamos con mucho cuidado. Hablé con varios ministros guineanos porque no quería molestarles. Dentro de la Embajada había compañeros que no lo veían claro. Uno me dijo que no era una prioridad para España. También hubo empresarios que tenían miedo porque pensaban que aquello podía cabrear a las autoridades guineanas y perjudicarles en sus negocios, pero al final salió todo fenomenal”, recuerda. De hecho, durante esa semana vivió “lo más bonito” que le pasó en el país africano. “Un alto cargo guineano me pidió consejo porque acababa de enterarse de que su hijo adolescente era gay y había reaccionado mal”. De aquella iniciativa suya surgió, además, la primera asociación LGTB de Guinea Ecuatorial.
Melgar también relata en el libro lo difícil que era explicarle a los guineanos residentes en España que solo podían llevarse a una de sus tres o cuatro mujeres, que tenían que elegir. Gestionaba unas 10.000 peticiones de visados al año solo desde Malabo. Rechaza la poligamia, pero el diplomático explica que en Guinea hay algunas diferencias con la de la cultura musulmana. "Allí las mujeres se pueden divorciar de sus maridos y no son estigmatizadas socialmente, aunque el hombre se queda con la dote y los niños".
Los visados eran de ida y vuelta. “También era muy frecuente que un español de cierta edad viniera por negocios, se enamorara de una guineana exuberante y luego quisiera repatriarla. En el 2% de las pasiones eran viudos, solteros o divorciados. En el otro 98% había una esposa española que no sabía nada”.
Yolanda, la asistenta de etnia bubi con la que terminaron siendo uña y carne, los introdujo en la cultura del país y es el hilo conductor del libro. A veces tenía que ausentarse del trabajo porque había entrado en su casa una boa gigante. En otra ocasión porque debía cumplir con el luto bubi, que recluye a la viuda en una cabaña durante varias semanas y le rapa la cabeza al cero para que “al espíritu del difunto no le dé por acercarse”. Ahora siguen en contacto por Facebook y WhatsApp. “Seguro que en Venezuela no habéis conocido a nadie como yo”, les dice Yolanda. “La verdad es que no”, admite Melgar.
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