¿Quién tiene la ‘culpa’ de la bandera?
La llamada ‘guerra de símbolos’ está en su apogeo
María Matienzo Puerto — La Habana — Cubanet
“La bandera y la guerra de símbolos”, proyectó uno de los capítulos de la serie documental Donde basta con una, realizado por Fernando Arias, un “ciudadano común”, como clasificara la conductora Arleen Rodríguez al autor del material.
El documental de 40 minutos, no desentonó en el criterio editorial de la Mesa Redonda: dividido en dos momentos, las banderas de Estados Unidos y la de Cuba, y sus usos, fueron el objeto de análisis. En la competencia establecida, los términos fueron claros: la primera simboliza lo malo; la segunda la dignidad y, por tanto, lo bueno.
La entrega de este capítulo resultó ser desproporcionada; evidentemente editado en exclusiva para la Mesa Redonda, presentó demasiados especialistas regodeándose sin vox populi.
Los especialistas consultados arguyeron razones de “guerras silenciosas”, vieron peligros en todas partes y ataques de los Estados Unidos contra la cubanía, que posiblemente solo estén en sus cabezas, mientras la gente está pensando en qué ponerse para vencer el día a día, ya sea “luchando” en la Habana Vieja o teniendo que vestirse decentemente para ir a su trabajo.
Ellos fueron la voz del poder, aunque ni las decoraciones ni las prendas de vestir de cada uno de los entrevistados eran hechas por artesanos cubanos ni compradas en las Unidades Básicas Industriales (UBI), como suele llamársele a las tiendas cubanas en moneda nacional.
En su brevísima intervención, Iroel Sánchez creyó ver “despolitización” y “desideologización” en quienes portan la bandera norteamericana; Pedro García-Espinosa se refiere a “una gran ofensiva cultural” y ubica sus inicios en la década del 90.
Y así. Israel Rojas, cantautor del grupo Buena Fe, cree que la culpa la tienen las series pasan por la televisión; Frank Padrón apela a la creatividad para librar la guerra; el locutor de televisión Oliver Zamora cree necesario que haya un proceso de “masificación de símbolos cubanos”.
Como filósofo, a Enrique Ubieta le tocó atribuir el uso de la bandera norteamericana no a la “ignorancia” política de los cubanos, sino que habló de una bandera cubana “verdadera” y otra que no lo es: una que lleva al Che y que es, según él, la que defendemos “nosotros”. De la otra, la de “ellos”, no habló. Por último conceptualizó la cubanidad y la cubanía, para dividir a los cubanos en su escala de valores.
María Teresa Viera, directora del Centro de Estudios sobre la Juventud, debió ser el hilo conductor del capítulo porque se supone que ella, como vocera de su institución, sea quien tenga la percepción más cercana a lo que sucede en la calle. Sin embargo, sus criterios de que el uso de la bandera norteamericana “no tiene que ver con una identificación ideológica”, sino que responde más a criterios de moda, quedaron en el aire.
¿Cómo se gana “el bombardeo”, “la guerra”, “la ofensiva” de símbolos que los entrevistados ven?
En ese punto coincidieron todos: la inversión de capital y la flexibilización de las leyes que impiden el uso de la bandera cubana.
¿Cómo tener un pulóver con la bandera cubana?
“Los cubanos nos sentimos orgullosos de la bandera”, dice un joven con un pullover muy desgastado que dice “Cuba”.
“Pero, coño, sentirse orgulloso es carísimo”, agrega.
Se refiere a los precios que ha impuesto el mercado a los suvenires cubanos. La tienda del Hotel Sevilla, por ejemplo, vende pulóveres de punto y tiene “de la talla que usted quiera”, pero los precios no se bajan de 25 CUC. Las tenderas, dispuestas a venderle a cualquiera interesado, aseguran no obstante que la mayoría de sus clientes son extranjeros.
Los precios en la cadena de tiendas Artex, lo mismo de un pulóver con el Che, u otro que diga “Cuba”, o con la bandera cubana, son igual de caros. En el Bazar Revolucionario, otra de las cadenas encargadas de comercializar la simbología socialista cuestan 9,50 CUC, pero parecen “cosidos por una ama de casa aficionada a la costura” y “además del mal acabado, la tela es mala”, asegura un “ciudadano común” —como dijera Arleen Rodríguez en la Mesa Redonda— entrevistado para este reportaje.
“No me pondría un pulóver del Che ni aunque me lo regalaran, aunque tampoco uno de Coca Cola”, añadió.
El entrevistado, que solicitó el anonimato, llama la atención sobre dos “puntos rojos en el tema: no es que la bandera americana sea más linda, es que los pullovers y sus diseños están mejor pensados; y es un poco cínico que los camareros de algunos restaurantes carísimos de la ciudad tengan como uniforme un pullover con la imagen del Che, como si todos pudiéramos darnos el lujo de comer en esos lugares”.
La bandera diseñada en pulóveres, gorras o carteras, llegan a la gente por tres vías fundamentales: la mayoría dice que se las dieron en sus centros de trabajo o de estudio; en segundo lugar están los que se las mandaron lo mismo de Miami que de Europa; luego, en tercero, los que lo compraron en Artex o en la feria a los artesanos que varían sus precios según el sitio donde vendan: si es en los almacenes de San José, en la avenida del Puerto, pueden hacer ofertas de dos camisetas por 6 CUC, pero si es en Obispo, invariablemente una pieza compite con el precio del gobierno.
Un vendedor de las tantas tiendas improvisadas de la calle Obispo que promociona él mismo su producto con una camiseta que es toda la bandera cubana y unas maracas, para llamar la atención dice que ahora los inspectores están “puestos para los pulóveres con banderas cubanas, que sigamos vendiéndolas está en veremos”.
“Lo otro es que no nos podemos poner este tipo de ropa fuera de esta zona porque si no, la multa que nos meten es del carajo”, sigue diciendo.
Los policías, quienes se supone sean los encargados de aplicar la ley, no están informados al respecto.
“A mí nadie me ha dicho nada. Cuando llegue a la unidad pregunto”, dice uno apostado en la esquina de la calle Concordia, en Centro Habana.
“Pero eso es una locura, yo me visto con lo que quiera o con lo que me dé la gana, ¿no?”, añade el oficial, que prefirió no identificarse.
Una jubilada que asegura ser miembro del Partido Comunista tiene un pulóver que, según cuenta, se lo regaló su hijo que trabaja en un hotel en Varadero: “A él se lo dieron en el trabajo”.
“¿Quieres uno?”, pregunta la militante, que por diez dólares está dispuesta a conseguir otro.
“¿Quién me dice que no puedo usar el pulóver con la bandera que me dieron para ir a un acto revolucionario, eso es una locura”, comenta Ángel, estudiante universitario, y se pregunta: “¿Los deportistas son los únicos autorizados a llevar buenos diseños de pulóveres con la bandera cubana?”
Esta última interrogante alude además al uso extendido de uniformes deportivos que llevan la enseña nacional.
Fuera de los días de actos masivos convocados por el Gobierno, quienes llevan pulóveres del Che o de banderas cubanas no esgrimen ningún argumento político para ello: los jineteros en la Habana Vieja, para atraer turistas encantados con el paraíso comunista; personas de más de 60 años que han viajado a Estados Unidos, que los hijos los mantienen o que se sienten orgullosos de ser cubanos por motivos diferentes a los de cualquier joven.
ACERCA DEL AUTOR
Maria Matienzo Puerto: Una vez soñé que era una mariposa venida de África y descubrí que estaba viva desde hacía treinta años. A partir de entonces construí mi vida mientras dormía: nací en una ciudad mágica como La Habana, me dediqué al periodismo, escribí y edité libros para niños, me reuní en torno al arte con gente maravillosa, me enamoré de una mujer. Claro, hay puntos que coinciden con la realidad de la vigilia y es que prefiero el silencio de una lectura y la algarabía de una buena película.