El castrismo propaga la neofilia
La gerontocracia —los vejestorios guerrilleros— que aún tiene el poder en Cuba ha creado la paradoja: nunca se ha exaltado más a los jóvenes, a lo nuevo, en nuestro archipiélago. Mientras que nunca antes hemos sido gobernados por una camarilla de ancianos nada venerables.
La aparente contradicción es fácil de explicar. Vejez en Cuba es sinónimo de obsolescencia. También de fanatismos y prejuicios, de aferrarse al pasado. Representa tangiblemente el fracaso, la ruina espiritual y económica del país hacia un despertar que, lógicamente, rechaza todo lo que huela a ancianidad. Jóvenes y menores de 65 años no quieren mirar hacia la tercera edad —algunos especímenes ya están en la cuarta— porque padecen la terrible certeza —por supuesto que injusta cuando generaliza— de que son ellos los culpables del desastre.
Y por lo común lo son. El naufragio moral —hipocresía, corrupción...—, unido a la pobreza que ya hoy no puede atribuirse a factores externos —imperialismo, desmerengamiento del comunismo...— o a escasez de riquezas naturales, da en el blanco. Le da en la cabeza a Raúl Castro, Machado Ventura, Ramiro Valdés y el grupito de generales dueños de la finca que les dejara Fidel Castro.
Hasta la mayoría de sus hijos y nietos solapadamente esperan por el "factor biológico": la cremación con boleto para el reparto Boca Arriba. "Todo el poder a los jóvenes", parece parodiar la conocida frase de los soviets.
Pero esta lógica reacción tiene su costado negativo. Porque por supuesto que la neofilia es un fenómeno mundial, que mucho debe a campañas mediáticas vinculadas al comercio, a expandir necesidades falsas y propiciar lo que el pensador francés Gilles Lipovetsky llama La era del vacío y, en su libro más conocido, El imperio de lo efímero.
¿Entonces? Castro expande la neofilia por antítesis. Los viejos cubanos somos culpables hasta que no demostremos, uno a uno, la inocencia. Y en ese saco justiciero no dejan de entrar —por cierto— muchos de los hoy ancianos del llamado "exilio histórico", con un buen grupo culpable de esperar que Washington se encargara de que las cosas volvieran a su sitio.
Al sumar los años transcurridos desde el nefasto 10 de marzo de 1952, tenemos enfrente a un señor que ya entró en la tercera edad, que inspira una vergüenza sin límites, similar a la que Cuba suscitaba en el siglo XIX cuando tardó y tardó en independizarse de España. De ese Frankenstein tropical solo se respeta su astucia. Solo se teme su falta de escrúpulos. Solo se comenta en voz baja...
Sinónimo de detenimiento —rima con empecinamiento y anquilosamiento—, cuando cese su mandato se consolidará con más fuerza que en ningún otro país un irrefrenable culto al joven y a lo nuevo. También con la ayuda de una población a la que los bajísimos índices de natalidad ha envejecido, ha hecho más dependiente de la fuerza juvenil, hasta el punto de que los economistas todavía no saben de qué forma se podrá mantener a tanto jubilado.
Será tajante —quizás ya lo sea en determinados sectores como el de las ciencias sociales y la cultura literaria y artística— contra lo que tenga más de 35 años, frontera de la juventud y pase a la madurez. Una bibliografía o una canción, una crónica o un cuadro, con más edad de ese borde, de inmediato tendrá la sospecha de arcaico.
Los adelantos de los septuagenarios y octogenarios cagalitrosos son elocuentes. Para los nuevos dirigentes sin pedigrí histórico, se establece como edad límite para entrar al Comité Central del Partido la de 60 años. Y 70 años para cargos de dirección. El castrismo se disfraza de neofílico. Otro fraude de una cadena llena de estafas, bluffs, trampas...
La neofilia —bandazo lógico— consolida su poder en Cuba con la simplicidad de la ignorancia que lo mete todo en el mismo saco. Ya es así. Presente sin futuro, no distingue. En un segundo nadie distingue, y la rapidez es su signo. Miope, pero sobre todo con la analfabeta ilusión de que todo lo viejo es anticuado, de que lo nuevo tiene que ser bueno.
El castrismo, por antítesis, propaga la neofilia. Otro fraude.
NOTA:
La Neofilia, término popularizado por el escritor de culto Robert Anton Wilson, es un tipo de personalidad caracterizada por una fuerte afinidad hacia la novedad. El término fue utilizado anteriormente por Christopher Booker en su libro Los Neofílicos (1969), y por J. D. Salinger en su cuento Hapworth 16, 1924 (1965).
Los neófilos poseen las siguientes características básicas:
Capacidad de adaptarse rápidamente a un cambio extremo
Rechazo o falta de gusto por la tradición, la repetición y la rutina
Tendencia a aburrirse fácilmente de lo viejo
Deseo, casi obsesión en algunos casos, por experimentar cosas nuevas
El correspondiente y relacionado deseo de crear cosas nuevas realizando o logrando algo y/o de conflictos sociales u otras formas de disturbios.