El indiscutible rey del mambo De Cuba a México, y de México al mundo, el pianista trascendió fronteras
Por Ernesto Lechner Hace casi 60 años, el pianista y compositor cubano Dámaso Pérez Prado dio un paso fundamental para coronarse como el rey del mambo. Su canción Cherry Pink And Apple Blossom White, quizás el momento más exquisito de su extensa discografía, trepó a la cima de las listas de popularidad de Billboard en 1955, donde permaneció durante 10 semanas.
Asimismo, alcanzó el número uno en Inglaterra, y apareció en la película de aventuras Underwater! en una escena donde su melodía sinuosa es bailada con sensualidad por la actriz Jane Russell.
Pero Cherry Pink es solo una muestra de las habilidades de Pérez Prado. Nacido en Matanzas, Cuba, en 1916, estudió piano y órgano, y se trasladó a La Habana, donde empezó a colaborar con uno de los grupos cubanos emblemáticos de los años 40 —la Orquesta Casino de la Playa— recomendado por el famoso cantante Cascarita.
Los historiadores cuentan que el formato del mambo fue inventado originalmente por los hermanos Orestes e Ismael “Cachao” López, como integrantes de la charanga Arcaño y sus Maravillas. Pero fue Pérez Prado, indiscutiblemente, el que popularizó el mambo a nivel internacional luego de trasladarse a la Ciudad de México en 1948. Allí formó su propia orquesta y empezó a aparecer en una serie de películas que dieron la vuelta al mundo.
“Era un pianista clásico cubano, lo que significa que el sabor ya venía instalado en su manera de tocar”, cuenta el percusionista peruano Alex Acuña. Antes de ganarse un lugar en la historia del jazz como integrante del grupo Weather Report en los años 70, Acuña fue el baterista de Pérez Prado cuando era todavía un adolescente.
“Uno de los detalles de Pérez Prado que no he visto en otros músicos es que a veces tocaba el piano como si fuera un solo de timbal, creando contrastes rítmicos entre las notas graves y agudas. Mucha gente todavía no sabe lo grande que era. Tenía un talento increíble para la composición. Indudablemente, era un hombre que estaba adelantado a su época”.
La historia de Acuña es un claro ejemplo de cómo Pérez Prado se convirtió en un referente de la música latina en los años 50.
“Auditivamente, conocí a Pérez Prado a través de la radio que escuchaba en mi ciudad pequeñita de Pativilca, al norte de Lima”, recuerda el percusionista. “Yo era autodidacta y a los siete años me había aprendido toda su música de oído. Diez años más tarde, en 1963, Pérez Prado llegó a Lima buscando un baterista que lo pudiera acompañar en sus giras. Citó a su orquesta para ensayar y yo me presenté con mi batería”, dice. “Me sabía todos sus mambos —el 5, el 7, el 8— y empecé a tocarlos todos. Pérez Prado me miraba como electrizado, completamente sorprendido. Cuando terminamos de tocar, habló con mis padres y me contrató para una gira de nueve meses en Estados Unidos”.
Durante la edad de oro de la música cubana, la isla fue un semillero de virtuosos. Pero sólo algunos lograron trascender los parámetros de la música tropical. Pérez Prado se transformó en un ícono internacional porque combinó su talento natural con una impresionante disciplina de trabajo y un don particular para comercializarse a sí mismo. Creó su propia marca.
Conocido como “cara de foca”, Pérez Prado se adaptó astutamente al cine mexicano de los años 50 —donde los interludios musicales eran indispensables— vestido con elegantes trajes y chalecos, mientras dirigía su orquesta con ademanes impecables. Fue un verdadero personaje que llegó a simbolizar la esencia del subgénero llamado “cine de rumberas”.
Pero Pérez Prado, hizo mucho más que representar al mambo. En 1955, grabó Voodoo Suite, un LP experimental que, bajo el patrocinio artístico del jazzista Shorty Rogers, exploró las raíces africanas del jazz y la música cubana. Asimismo, colaboró con grandes cantantes como Beny Moré y Rosemary Clooney. Y cuando el auge del rock ‘n’ roll dejó al mambo en el olvido, inventó otros formatos bailables como la chunga, el taconazo y el dengue.
Pérez Prado siguió presentándose durante la última década de su vida, en los años 80. Murió en su adorada capital mexicana, el 14 de septiembre de 1989, pero dejó un legado inextinguible de música.