El gobierno de pocos, arbitrario e ilimitado, es la norma política en la historia humana. Apenas en ciertos instantes y lugares, la idea de que todos podemos decidir sobre quiénes y cómo nos gobiernan, se ha encarnado en sociedades concretas. Hoy, en la salida de este 2017 y en tierras americanas, eso está en juego. De un modo para muchos insospechado.
El poder totalitario no conoce, en su afán paranoico de control, límite alguno. Cuando envía fisgones a la presentación de un libro académico, como nos sucedió hace un par de semanas en Bogotá. Cuando apresa a artistas para impedir una peregrinación religiosa y una obra de teatro independiente, como pasó en el Festival Poesía sin Fin en la Habana. Cuando fuerza a presos políticos a comparecer ante una espuria Asamblea Nacional Constituyente, que ni delibera —en su unanimismo—, ni vela por la nación —sujeta a intereses extranjeros— ni crea constitucionalidad —en su afán destituyente— en la Venezuela madurista. Cuando, aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia, despliega sus agentes de influencia para influir en las elecciones que ocurrirán en Latinoamérica el siguiente año.
Semejante proceder no debe tomarnos desprevenidos. Allí donde son minoría, los totalitarios buscarán recursos y legitimidad para hibernar dentro del juego democrático, corroyéndolo; esperando el momento de su asalto final. Donde consiguieron neutralizar a la oposición política, irán por sobre los espacios autónomos —mediáticos, empresariales, educativos, culturales— de la sociedad. Donde ya controlan la institucionalidad, enfilarán sus armas al desmontaje de cualquier capacidad individual y comunitaria de existencia autónoma.
Se trata de una partida en muchos tableros, que obliga a quienes deseamos vivir de otra manera —con independencia de nuestras diferencias ideológicas, normales bajo el marco democrático— a estar alertas, comunicados y solidarios frente a la erosión planificada de nuestra sociedad abierta. Provenga esta de la escuela del KGB/G2 o de sus "cándidos" difusores del "progresismo latinoamericano".
Leamos a Timothy Snyder y a Luke Harding para comprender las amenazas de los (viejos y nuevos) autócratas y los modos de detenerlas. Fortalezcamos lo que Guillermo O'Donnell llamaba la crítica democrática a la democracia, para superar sus problemas y cerrar filas ante quienes usan nuestras mismas palabras con distintas intenciones.
Vivamos, en la familia, la escuela y la comunidad, como seres activos, resistiendo la apatía, el cinismo y el carisma tiránico allí donde aparecen. Recordemos, como Claude Lefort, que no existe ningún antídoto histórico, cultural o psicológico que evite, allende la acción libertaria de los seres humanos, el rebrote del totalitarismo en el siglo XXI.
Comprendamos que los privilegios de clase, género, etnia o credo, además de su intrínseca injusticia, pavimentan el camino a redentores, inicialmente populistas y a la postre tiránicos. Reivindiquemos, con actos concretos, la opción de una izquierda simultáneamente comprometida con la equidad y la libertad.
Un gran norteamericano, Howard Zinn, nos invitó a tener esperanzas en tiempos difíciles, recuperando los momentos en que la gente común se elevó por encima de sus circunstancias, expandiendo la libertad. En la antesala de un 2018 preñado de incertidumbres, nos debemos, junto al respiro navideño y el cariño de los nuestros, una gran dosis de optimismo de la voluntad. Porque estamos aquí, juntos y soñando. Y seguiremos.
Este artículo apareció originalmente en el diario mexicano La Razón. Se reproduce con autorización del autor.
ARMANDO CHAGUACEDA