El soldado que ‘decidió’ vivir mejor sin irse de Cuba
Yassiel ya se compró un apartamento en el Vedado, y piensa que muy pronto tendrá también un auto
Jorge Ángel Pérez | La Habana
Yassiel creyó, porque así se lo había inculcado su padre, que debía servir a la revolución todos los días de su vida, como él mismo lo había hecho, incluso en Angola. Yassiel no era muy aplicado en los estudios y no consiguió entrar a la universidad. Unos meses después de terminado el duodécimo grado sería reclutado para prepararse en el Servicio Militar que, como ya sabemos, es obligatorio en Cuba.
El muchacho, quizá por su “buena presencia”, por su seriedad y hasta por su fortaleza física, fue designado a la Unidad de Ceremonias del Ministerio de la Fuerzas Armadas Revolucionarias. Yassiel abandonó su pueblo camagüeyano e hizo el viaje hasta La Habana. Aquel guajirito llegó, para quedarse, a uno de los sitios más céntricos de la ciudad, cerquita del Vedado, de la amplísima avenida de Carlos III, de Zapata, y hasta de Coppelia y el “Habana Libre”.
Yassiel recuerda aquellos días en el Castillo del Príncipe; aquella fortaleza que fue prisión alguna vez, aquella que “acogió” a cierta “lacra” que tanto daño hacía a la “revolución”, como esos que fueron apresados en las calles de la ciudad y encerrados en aquellas mazmorras durante la “Noche de las tres P”; P de pájaros, proxenetas, prostitutas. En ese espacio encerraron aquella noche a Virgilio Piñera, el gran escritor cubano a quien Yassiel no conoce ni siquiera de nombre, pero yo me encargué de enterarlo de su dolor.
Siempre que este joven habla de aquellos años menciona a los amigos que allí consiguió, de las clases y del entrenamiento. Yassiel se recuerda en el pelotón de Ceremonias y en cada uno de los eventos que participó. A veces hasta muestra sus dotes para una marcha en la que tan alto se levantan los pies, las piernas… Adoraba la concordancia de sus pasos con los del resto del pelotón, la exactitud que se precisaba en el movimiento de los brazos de cada uno de los soldados, y menciona el entrenamiento que los hacía conseguir tanta sincronía.
Yassiel no olvida los múltiples acontecimientos en los que participó, recuerda los muchos recibimientos que hizo a presidentes de extraños países, a personalidades de cualquier ámbito de la vida. Este camagüeyano relata las ceremonias de entrega de medallas a personalidades del mundo de la cultura, de las ciencias, y a un montón de héroes en el trabajo. Yassiel no olvida a tantos personajes que miró en el instante en que eran descritos, y condecorados, como héroes de la república de Cuba. Recuerda alguna ceremonia de entrega de la orden José Martí.
A Yassiel no se le olvidan las clases ni la vida en común con los demás soldados, y todavía resuena en sus oídos la voz de mando del coronel Guerrero Ramos, y algunas exequias en las que participó, entre ellas las de Vilma Espín. Cree que jamás olvidará cada uno de los disparos de salva que echó al aire en honor a tantos. Yassiel recuerda mucho. Recuerda aquel día que, vestido de militar, bajó las altas escalinatas que descienden desde el Castillo del Príncipe hasta la calle Zapata. Recuerda el auto y el frenazo; era un Hyundai que manejaba Dimitri, un turista ruso de visita en la ciudad. El hombre preguntó una dirección, mencionó una calle que después supo que no existía. Dimitri, después de mil preguntas, hizo otra: “¿Me acompañarías a buscar esa dirección? ¡Estoy perdido!”.
El muchacho del Pelotón de Ceremonias, después de pensarlo unos segundos dijo que sí. Ahora, recordando jocosamente aquel instante, me pregunta: “¿Y cómo no iba a ayudar a un ruso, si ellos fueron tan solidarios con nosotros? Yassiel se montó en el Hyundai plateado y recorrieron casi toda la ciudad. El ruso se empeñaba en simular que estaba perdido. Yassiel simulaba buscar el sitio exacto. Terminaron cenando en el Habana Libre, y entre comida y cervezas Dimitri “se abrió” un poquito más, celebró las manos de Yassiel, los brazos largos y robustos, el color de la piel…, y bien entrada la noche lo llevó hasta muy cerca de la escalera por la que debía subir el soldado.
Al día siguiente, como ya estaba pactado, la dueña de la casa en la que se hospedaba Dimitri, llamó a la Unidad de Ceremonias y habló con el oficial de guardia. “La madre de Yassiel estaba muy enferma, y la habían ingresado en un hospital de Camagüey. El soldado preparó su jolongo e hizo el camino que lo separaba del Habana Libre; allí estaba parqueado el Hyundai con Dimitri dentro, Yassiel se montó y juntos llegaron al apartamento que rentaba el ruso en el Vedado.
Lo que vino después es predecible…, Yassiel abandonó la camisa de uniforme y el ruso no pudo contener el suspiro, no pudo contener las manos; acarició, beso, se arrodilló… Fue tan feliz el ruso que no quiso salir del apartamento durante el tiempo que duró la “enfermedad” de la madre de Yassiel, quien cada vez que engordaba su billetera se mostraba más solícito.
El ruso volvió una y otra vez para disfrutar el cuerpo del soldado, que sintió de pronto que su vida no era la que le ofrecía el ejército, que lo suyo no era la defensa y las ceremonias de homenaje, mucho menos la miseria del bolsillo, lo suyo no eran los velorios de grandes personajes de la política ni las salvas lanzadas al aire cuando llegaba un “personajón”. El soldado abandonó la idea de permanecer en las Fuerzas Armadas, decidió vivir mejor, y en el tiempo que transcurría entre una y otra visita del ruso, se desnudó de manera idéntica ante españoles, italianos, canadienses, argentinos, alemanes…
Y ya se compró un apartamento en el Vedado, y piensa que muy pronto tendrá también un auto, y hasta sueña con tener una pistola para defender lo que hasta hoy consiguió con su cuerpo, lo que jamás habría tenido con el trabajo “decente” que le inculcó su padre. Él no quiere la vida de su padre, y aunque reconoce que le gusta la vida militar no volverá a buscarla nunca. Él quiere ser feliz, y “en Cuba el trabajo no trae felicidad a los jóvenes emprendedores”. Eso cree este muchacho que en realidad no se llama Yassiel, pero no revelaré su verdadero nombre. No sería difícil encontrarlo sabiendo que formó parte de esa Unidad de Ceremonia de las Fuerzas Armadas “Revolucionarias”, que participó en ceremonias que precisé muy bien, y quizá quieran dañarlo; quien quiera saber su nombre para hacerle daño, que hurgue entre los muchos que integraron esa fuerza, armada para las ceremonias, que hurgue en esos cuerpos “de ceremonia” que desandan La Habana.
ACERCA EL AUTOR:
Jorge Ángel Pérez - (Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.
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