“DISFRAZADO DE MÍ MISMO”
En este carnaval me disfrazaré de mí mismo. Me despojaré de todos los adornos que me enmascaran a los ojos ajenos: la postura arrogante, la mirada altiva, la función que me hace sentir importante, la ropa que me engalana la personalidad. Descalzo, sin corbata, lejos de la música de los altavoces, buscaré un bar para emborracharme de utopías.
Me sacaré del corazón todas las piedras que encubren la textura de la carne: la ira y el odio, la amargura y los celos, la envidia y la indiferencia. Cantaré el samba de las bienaventuranzas y les llevaré buenas nuevas a quienes padecen de desesperanza.
Desnudado de esos artificios que proyectan un simulacro de mí, bajaré del pedestal que me ampara la elevada autoestima para cortarle las alas a mi pusilanimidad. Evitaré así que mi epitafio diga que fui lo que no soy.
No abominaré de mi accidental condición humana, tan frágil y limitada. Despojado de los fantasmas que me reflejan, me uniré libre y suelto al bloque de la Nave de los Locos. Exhibiré el rostro limpio con todas las arrugas grabadas por mi historia de vida. No me avergonzaré de las líneas irregulares de mi cuerpo ni me cubriré la cabeza para esconder los cabellos encanecidos.
En este carnaval participaré en el desfile de las escuelas de sabiduría. Dejaré que Buda calle las voces que tanto gritan dentro de mí, y le pediré a Confucio que me enseñe el camino del equilibrio. Seré discípulo peripatético de Sócrates y alumno disciplinado en la Academia de Aristóteles. Corearé los magníficos clamores de justicia proferidos por María y bailaré con Hipatia sobre las piedras lisas del puerto de Alejandría. Subiré las laderas de Asís para saludar a aquel que se atrevió a quitarse todos los disfraces, y cruzaré las murallas de Ávila para besar las manos de la que me instruyó en las vías de la hondura.
Embriagado por el vino de Caná, desfilaré en la carroza de los místicos y me dejaré conducir por las inescrutables veredas de la meditación. Invitaré al carro que abre el desfile a todos los incrédulos que profesan fe en la vida.
Quiero mucho júbilo en este carnaval, fiesta de la carne transfigurada por la alegría del espíritu y transustanciada por la sacralidad que la impregna. Fiesta de la sonrisa del alma y del compartir pródigo de todos mis bienes materiales y simbólicos.
En esta alabanza a Momo, no seré Pierrot ni Colombina, payaso ni pirata. Liberado de máscaras y disfraces, osaré exhibir en la Plaza de la Apoteosis la desnudez de mi lado oculto. La verán quienes, libres de los espejuelos de la ilusión, abran los ojos de la empatía.
Cuando calle el sonido agónico de la cuica con la irrupción del alba, desembarazado del disfraz de mí mismo, bailaré en reverentes giros en torno al Maestre Sala: Aquel que en los inicios del tiempo, cuando nada había, quebró la soledad trinitaria para prorrumpir en una danza exuberante, adornado de confetis y serpentinas que, iluminados por el brillo de los fuegos, se hicieron estrellas y galaxias para signar el desfile evolutivo de la madre naturaleza.
Entonces la vida irrumpirá en la avenida con todo su esplendor, y la multitud verá que no es una mera alegoría.
Frei Betto, 2018