'SARITA MONTIEL' LA BIEN PAGÁ Con su encanto personal y sabiendo leer, aterrizó en el Hollywood dorado, donde le recitaban los guiones y los memorizaba porque no entendía ni una palabra. La actriz manchega, que este sábado hubiera cumplido 90 años, llegó a afirmar que «si no tuviera alguien a quien querer, no estaría motivada».
Su mejor legado sus películas y sus discos
Sara Montiel y los hombres: cuatro matrimonios y un gran amor de Nobel
EVA BÁRCENA - ABC Entre el griterío del público, una mujer aparece en el escenario. Falda gris, jersey verde y trenzas no ocultan su cuerpo redondo de mujer. Coge una marioneta que le tiende el dueño del local y empieza a cantar: «Entre los paisanos y los militares me salen a diario novios a millares. Como monigotes vienen tras de mí...». Mientras ella canta, un joven de ojos azules la mira embelesado.
La mujer se llama Soledad y es la protagonista de «La Violetera». Encarnada por María Antonia Abad, más conocida como Sara Montiel, Soledad cantaba unos versos que resumían bien el historial amoroso de la actriz, porque Saritísima amó y fue amada con intensidad. Tanto por los hombres como por el público de los 50 y los 60.
La actriz, que este sábado hubiera cumplido 90 años, aseguró en una entrevista que ella lo que quería «era arroparme, porque perdí a mi padre muy joven. Los chicos de mi edad me parecían mocosos».
Quizá por eso con su primer amante, Miguel Mihura, se llevaba 24 años. «Yo tenía 17 años y él 41. Estaba convencida de que nos casaríamos al cumplir los 20 años, pero luego él no quiso. Yo lo hubiera hecho locamente enamorada, pero él se sentía muy mayor», explicó en 2009 la actriz. No se casó, pero sacó algo más útil de aquella relación: aprender a leer.
Con su encanto personal y sabiendo leer, aterrizó en el Hollywood dorado, donde le recitaban los guiones y los memorizaba porque no entendía ni una palabra. Montiel compartió mesa con Marilyn Monroe, flirteó con Gary Cooper y apareció en carteles con Burt Lancaster. La actriz se convertía en la segunda figura más conocida de La Mancha (tras Don Quijote).
En Hollywood conoció también a Ernest Hemingway, quien le enseñó a fumar en puro, convirtiéndolo en uno de los placeres favoritos de Montiel, que rara vez se volvió a separar de los habanos.
Señora de Mann, amante de Severo Ochoa
En su aventura estadounidense, Montiel conoció al director Anthony Mann. Entonces, la intérprete ya conocía a su gran amor, el Nobel Severo Ochoa. «Fue un amor imposible. Nunca había engañado a su mujer, nunca en la vida. Para él, Carmen era intocable pero, como dice la canción, yo era la primavera y ella el otoño. Nos habíamos visto tan solo dos veces, pero no importó. Lo nuestro fue rápido, cuestión de química», rememoraba la actriz.
Se casó con Mann en 1957, enamorada hasta la médula del científico, y el matrimonio fracasó «porque me había agarrado a él solo para huir de Severo, pero sin amarlo». Cuatro años más tarde, se divorciaban.
Montiel volvía a decir «sí, quiero» en 1964 junto a José Vicente Ramírez Olalla, quien le «salió rana en muy poco tiempo». Tendrían que pasar 14 años para que Saritísima volviera a casarse, esta vez enamorada, con el empresario Pepe Tous.
En una vida con tantos hombres importantes, él fue de los principales. Periodista y promotor de espectáculos, conoció a su futura esposa trabajando, y tras nueve años de convivencia lograba pasar por al vicaría. Adoptaron a dos niños, Thais y Zeus, y trabajaron juntos hasta 1992, cuando Tous moría a causa de un cáncer. «Con Pepe tuve la madurez, la serenidad. Mi vida con Pepe tuvo cosas maravillosas, pero ya no tuvo locura», reconocería tiempo después.
Alejada del cine desde hacia más de una década porque se negaba a desnudarse en pantalla, se volvió a relacionar a Montiel con el italiano Giancarlo Viola, con quien había mantenido una breve relación antes de conocer a Tous. No fue con él, sino con el cubano Tony Hernández, con quien Sara Montiel volvería a casarse, para divorciarse al tiempo.
«Si no tuviera alguien a quien querer, no estaría motivada», decía la actriz. Soledad, su alter ego en «La Violetera», tenía otra frase que podía referirse a la propia Sara Montiel: «Chica, que asediada estás».
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