El amor entre Trump y los dictadores
Si eres un dictador asesino, esta es una buena época para ti. Nadie hará mucho escándalo si encarcelas a un líder opositor, si un periodista molesto desaparece o si, como ocurrió en el Congo, un juez que no era del agrado del presidente dictador es amedrentado por unos matones que se meten a su casa y violan a su esposa e hija.
Cuando el Senado de Estados Unidos confirme la decisión del presidente Donald Trump de remplazar a Rex Tillerson con el más extremista Mike Pompeo como secretario de Estado, tengamos en cuenta algo que va más allá del gabinete y tiene que ver con la esencia del papel estadounidense en el mundo: Estados Unidos ha abandonado el consenso bipartidista sobre derechos humanos que data de hace décadas.
Acabo de regresar de Birmania, donde a los líderes les parece que este también es el momento idóneo para cometer genocidio. El ejército realizó una campaña de destrucción en contra de la minoría étnica rohinyá; los soldados arrojaron bebés a las hogueras y violaron a las madres.
¿Qué ha dicho Trump para condenar a Birmania por esas atrocidades? Básicamente nada.
En el pasado, los derechos humanos eran al menos uno de los componentes de nuestra política exterior. Se hacían valer de manera inconsistente, a regañadientes o con hipocresía, abriéndose paso continuamente entre consideraciones de realpolitik, pero en el pasado eran uno de los factores en juego.
De vez en cuando, yo criticaba a los presidentes Barack Obama y George W. Bush por no hacer más después de las atrocidades de Siria, Darfur o Sudán del Sur, pero era evidente la angustia y la frustración de Obama y Bush por no contar con mejores herramientas para detener las masacres.
En cambio, la actitud de Trump es de indiferencia.
Trump defendió a Vladimir Putin por matar a sus críticos (“¿Qué, piensan que nuestro país es muy inocente?”), y alabó al brutal presidente egipcio, Abdulfatah el Sisi, por “su trabajo fantástico”. Elogió al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte –cuya guerra sucia contra las drogas ha causado la muerte de 12.000 personas—, por un “trabajo increíble con el problema de las drogas”.
Sarah Margon de Human Rights Watch hace notar en la revista Foreign Affairs que, cuando Trump visitó Manila, se rio cuando Duterte llamó a los reporteros “espías”, en un país donde el periodismo sin concesiones ha hecho que los periodistas acaben en la morgue.
“En un país tras otro, el gobierno de Trump está acabando con el apoyo estadounidense a los derechos humanos”, escribe Margon.
Así que los dictadores no ven ningún obstáculo: una cantidad histórica de periodistas está en prisión en todo el mundo, según el recuento del Comité para la Protección de los Periodistas. Joel Simon, el director ejecutivo de la organización, afirma que Trump se ha reunido con los líderes de cada uno de los tres principales países que encarcelan a periodistas —China, Rusia y Turquía— y, hasta donde sabemos, nunca ha mencionado el tema de la libertad de prensa en sus encuentros.
“Ha desaparecido por completo el consenso bipartidista que antes era el pilar de nuestra política exterior: si encarcelas a los periodistas y limitas a los medios de comunicación, habrá consecuencias”, comentó Simon.
En Camboya, el primer ministro Hun Sen citó con elogios los ataques de Trump a las noticias falsas como un antecedente para cerrar estaciones de radio y al tan admirado diario Cambodia Daily. Después de esas medidas severas, en noviembre, Trump posó junto a Hun Sen en una fotografía y ambos tenían el pulgar hacia arriba. Además, Hun Sen elogió al presidente estadounidense por su falta de interés en los derechos humanos.
“Su política ha cambiado”, declaró agradecido Hun Sen, y alabó a Trump por ser “sumamente respetuoso”.
Trump le dijo al rey de Baréin, célebre por la represión que ha instaurado, que “no habrá presiones” por parte de su gobierno. Nabeel Rajab, un bareiní heroico que encabeza la campaña por la defensa de los derechos humanos en el mundo árabe, comenta que el régimen respondió unos días después con el asesinato de cinco manifestantes y, tan solo el mes pasado, el gobierno asestó otro golpe cuando sentenció a Rajab a cinco años en prisión por sus tuits.
El gusto de Trump por el autoritarismo no es nuevo. Habló bien de las masacres de manifestantes a favor de la democracia por parte del gobierno chino en 1989 y del enfoque de Sadam Husein en materia de contraterrorismo.
Los cargos importantes de derechos humanos en el gobierno siguen vacantes, aunque algunos conservadores están recabando apoyo para el nombramiento de Michael Horowitz del Hudson Institute, lo cual sería un buen primer paso.
Con regularidad, Trump aborda el tema de los derechos humanos, pero solo cuando se trata de enemigos apaleados como Corea del Norte o Venezuela. Esto es tan torpe e hipócrita que sencillamente debilita aún más la postura estadounidense.
En ciertos temas, Trump ha unido al mundo… en contra de Estados Unidos.
Una encuesta reciente de Gallup muestra que en 134 países la aprobación de Estados Unidos ha colapsado hasta llegar a una caída histórica del 30 por ciento. De hecho, ahora más gente aprueba a China que a Estados Unidos. Debajo de EE. UU., está Rusia.
“Trump ha sido un desastre para el poder suave de Estados Unidos”, comenta Gary Bass de la Universidad de Princeton. “Es tan repudiado en todo el mundo que es radiactivo. Así que en esas raras ocasiones en las que se pronuncia a favor de los derechos humanos, solo mancilla la causa”.
Eso es una tragedia para Estados Unidos. No obstante, la mayor pérdida es para quienes miran impotentes cómo violan, torturan o asesinan a sus seres queridos. En Birmania, un joven rohinyá me suplicó: “Por favor, no permita que nos traten como animales. Por favor, se lo suplico. No traicione nuestra confianza”.
¿Qué le decimos?