“Los chicos me decían que si teníamos sexo dejaría de ser lesbiana”
ALBA TOBELLA MAYANSTillie Walden tiene un alma gemela, pero vivió una infancia profundamente solitaria. Fría como las pistas de patinaje artístico en las que pasó casi más horas que en el colegio. Oscura como las madrugadas que su móvil interrumpía religiosamente para ir a entrenar. Lo odiaba y la angustiaba. Ahora, Walden (1996) se acuesta y se levanta con el sol. La noche le da miedo y dormir bien, al fin, es para ella lo más parecido a ser feliz.
“Las patinadoras crecen en un mundo ultrafeminizado y ultrasexualizado. Yo pude ver todo lo que pasaba a mi alrededor porque ser lesbiana me daba unas gafas especiales. No quería que me dijeran cuál era la forma correcta de ser mujer”, recuerda la autora de Piruetas (Ediciones La Cúpula, 2018), una novela gráfica en la que se planteó diseccionar la crueldad del sistema del patinaje profesional en Estados Unidos pero acabó convirtiendo en un relato sobre su mundo y lo difícil de ser distinta en la pista de hielo, donde si una se equivocaba de tono de medias, generaba una crisis en el equipo.
Cuando quiso cortarse el pelo, se lo prohibieron; cuando quiso besar a una chica, buscó un tutorial y cuando empezaron a crecerle los senos, tuvo que ponerse tiritas en los pezones porque a los jueces les molestaba ver las costuras de la ropa interior de las deportistas. El deporte de alto rendimiento es mucho más que una competición, contaba la semana pasada en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, es un sistema enorme, una jerarquía de valores y que acaba convirtiéndose en toda tu vida.
“Teníamos que esconder nuestro sufrimiento con un montón de maquillaje y vestidos diminutos para contorsionarnos delante de paneles de jueces formados prácticamente siempre por hombres... Era muy asqueroso y eso era lo más complicado, porque yo también sexualizaba a las chicas y me sentía atraída por ellas”, explica con energía y sin bajar la sonrisa esta mujer rapada que a los 22 años ya no tiene mucho que ocultar. Sus compañeras se peinaban y se maquillaban unas a otras, se cambiaban todas juntas y se tocaban mucho: “Si hubieran sabido que era lesbiana, hubieran convertido todo lo que yo hacía en algo sexual y eso me daba mucho miedo”.
Walden es de Nueva Jersey pero creció en Texas, “un estado súuuper conservador”, y cuando decidió salir del armario, ni siquiera su hermano gemelo, su “todo”, atinó a apoyarla. En el colegio la identificaban tanto con la patinadora delicada que había sido siempre que los chicos se resistían a creerla: “Se me acercaban y me decían que si teníamos sexo dejaría de ser lesbiana... Nadie entendía nada. No había muchos chicos abiertamente gays por aquel entonces y me acabaron convirtiendo en un referente”.
Empezó a dibujar para ganar aprobación. Los profesores de arte le decían que se le daba bien, así que continuó haciéndolo. “Dibujar no iba a hacer que parara el bullying ni me hacía más fácil ser lesbiana... Existe este mito de que dibujar te hace sentir mejor, pero yo culpaba al dibujo de mi insatisfacción y de mi angustia”. Su padre, ingeniero de software, le abrió una página web y la obligó difundir esas viñetas en Twitter.
Un día, a la salida del colegio, estaba comiendo una hamburguesa —“eso es lo que hacen los jóvenes americanos en su tiempo libre, comer hamburguesa”—, cuando recibió una llamada de un editor que le proponía hacer un libro. Ella le respondió que todavía no se sentía preparada. En un segundo intento, cuando ya había decidido entrar al Center for Cartoon Studies, su escuela de dibujo, accedió a publicar. Y desde entonces no ha parado.
Se mudó a Los Ángeles, trabaja por la mañana y de forma “estúpidamente rápida”. No usa guiones porque “le roban el alma al cómic” y cuando se enfoca en un proyecto, deja de leer porque se siente muy maleable y teme copiar.
Piruetas es su cuarto volumen —el único disponible en España—, tiene también un webcómic de ciencia ficción y ya está trabajando en dos nuevos proyectos de los que no puede hablar aún. De Barcelona sale hacia Colombia, donde el año pasado se publicó Esta parte me encanta (Cohete Cómics, 2017) para participar en la Feria del Libro de Bogotá.
De pequeña, Tillie Walden no pensaba en ser astronauta, ni siquiera campeona olímpica, pese a que tenía toda la trayectoria para lograrlo. Por aquel entonces imaginaba para ella un futuro en una empresa cualquiera, tal vez de secretaria o recepcionista. “Empecé a patinar a los seis y lo hice durante tanto tiempo que ya formaba parte de mi identidad. No sabía que se podía dejar de hacer algo que habías practicado durante tanto tiempo, sobre todo si lo hacías bien. Nadie me había dicho que podía ser lo que quisiera”. Seguía torturándose, ganando medallas, haciendo piruetas y saltando más y más alto hasta que le preguntaron si iba a seguir en serio. Vio una escapatoria y dijo que no: “Supe que si tomaba ese camino nunca llegaría hasta aquí”.